MAX Y RUPI

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Érase una vez, en un lugar al sur de la India, vivía un niño alemán llamado Max. Tenía solo diez años, pero ya había vivido en más de cinco países diferentes. El motivo, era que su padre trabajaba en la embajada de Alemania, donde frecuentemente le ofrecían trasladarse de destino, y como su madre era fotógrafa, siempre apoyaba el que su marido se enfrentase ante nuevos retos, para así, ella tener un nuevo lugar que retratar. Además, ambos pensaban que era enriquecedor para Max, quien, gracias a estas experiencias, no solo había conocido diferentes culturas, si no que además hablaba ya tres idiomas. Español e inglés además del alemán, su lengua materna. Lo cual era ya una clara ventaja con respecto al resto de niños de su edad.

Sin embargo, y a pesar de que que esto fuese educativo para él, Max no se sentía, ni mucho menos afortunado. Pasaban poco tiempo en el mismo sitio, y cuando conseguía hacer algún amigo, enseguida se tenía que marchar. Así pues, cuando llegó a la India, decidió no relacionarse con otros niños. Pensó, que sin lazos afectivos, no le costaría tanto abandonar el lugar, llegado el momento.

Por lo que en su tiempo libre, a penas salía de su cuarto, en el que pasaba horas frente al ordenador. Y cuando llegaba al colegio,se sentaba en la última fila para pasar desapercibido. Así mismo ocurría a la hora del recreo. Mientras que todos los niños jugaban a criquet, él se recluía en un rincón del patio, donde se comía su almuerzo, al mismo tiempo que contaba los minutos que quedaban para que sonase el timbre.

No era feliz, pero así lo prefería. Y cuando se dio cuenta que ya habían pasado casi ocho meses, se sintió aliviado, al pensar que no tardaría ya en tenerse que ir de allí.

Pero para su sorpresa, aquella misma semana, sus padres le sentaron para comunicarle, que tras darle muchas vueltas habían llegado a la conclusión, de que ya era hora de echar el ancla en algún lugar. Era lo mejor para todos, y puesto que su padre tenía allí un buen puesto, y su madre había encontrado en la India su lugar predilecto para la fotografía, iban a quedarse al menos hasta que él tuviese edad para ir al instituto.

Max no sabía si reír o llorar, siempre había querido quedarse en algún sitio, pero justamente allí no tenía a nadie, más que a sus padres. Todos en el colegio pensaban que era un niño raro, y se había ganado el mote de “freak” entre sus compañeros. Justo lo que él había pretendido. Sin embargo, ahora le iba a tocar quedarse en aquel lugar, al menos por otros dos años, y ya no veía que hubiera vuelta atrás. ¿Cómo iba a llegar ahora a la clase y decir: No, yo no soy un niño solitario, solo fingía para no hacer amigos?...no podía. El resto de niños no lo entenderían. Él, y solo él, se había condenado a la soledad. Por lo que se resignó, a seguir bajando al patio solo para el resto de sus días.

Hasta que un buen día, estando en su rincón favorito, un cuervo se le acercó, tratando de comerse un trozo que se había dejado del almuerzo. Al principio trató de espantarlo, pues odiaba a esos ruidosos pajarracos. Pero aquel cuervo era persistente, y volvía una y otra vez a por lo que él debía considerar su comida. Tanto fue así, que Max terminó por desistir y dejar que el cuervo se acercase.

El niño observaba como el cuervo picoteaba el sandwich convirtiéndolo en migajas, para posteriormente comérselas. De pronto sonó el timbre, el pájaro salió espantado y Max tuvo que volver a clase.

Pero al día siguiente, el cuervo volvió otra vez a su rincón. Max supo que se trataba del mismo, por una macha marrón que este lucía en su ala derecha, y aunque ese día el niño pretendía comerse el bocadillo entero, al ver al cuervo allí postrado frente a él, imaginó que estaría hambriento, y decidió compartir su almuerzo.

Así fueron pasando los días y el cuervo seguía yendo puntual a visitarle, y Max pronto le cogió afecto por ser su única compañía. Rupi, como él le había nombrado en honor a la moneda de aquel país, estaba durante los recreos con él y hacía que el tiempo del niño pasase más rápido.

Un día, su profesora pidió a los alumnos que preparasen una exposición de temática libre, para hacer en clase. Por lo que Max, decidió llevar a Rupi y hablarles a todos de él. Pretendía enseñar a todos las habilidades de su pájaro, así que primero le puso un lacito en el pico y Rupi comenzó a dibujar círculos en el aire, luego le tiró unos granos de arroz que el cuervo comenzó a coger al vuelo... Pero antes de que pudiese terminar, la profesora interrumpió la exhibición e hizo que el niño sacase al pájaro de allí. Al contrario que él había imaginado, a la profesora no le gustó nada la idea de que Max metiese a un animal en la clase, y le dijo que hablaría con sus padres.

En cambio sus compañeros estaban tan encantados con el simpático cuervo que se pasaron la clase riendo. Tanto fue así que aquel día al bajar al patio, olvidaron las palas de criquet y se fueron a jugar con Max y Rupi.

De este modo, gracias al pájaro, el niño consiguió hacer muchos amigos. Y aunque un día Rupi dejó de aparecer por el colegio, Max se sigue acordando mucho de él y no puede evitar sonreír cada vez que ve a un cuervo. Y como la India está plagada de ellos, se pasa el tiempo sonriendo.


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