Nietzsche encuentra a Zaratustra

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Abrigado con un gabán que le ocultaba el rostro hasta los ojos, Nietzsche se adentraba en los bosques y escalaba las cumbres de Sils María, “a 6.000 pies sobre el nivel del mar y aún más arriba de las cosas humanas”, en un mediodía frío de primavera. Una voz que resquebrajaba el cielo prorrumpió:
          -¡Insensato! ¡Ni lo pienses! ¿Pero quién te has creído ser?
Se detuvo y palideció. Pero reaccionó sin dar tiempo a la voz a proseguir la reprimenda.
          -¿Y tú, quién eres? –soltó, sabiendo muy bien quién le sermoneaba.
          -Soy el Increado. ¡Ni tan siquiera se te ocurra pensarlo!
          -¿El qué? Que has muer…
          -¡Calla! ¿Acaso no has entendido quién soy?
          -De sobras lo sé.
Hubo un corto silencio.
          -¿Y, entonces, no te atreves a pronunciar mi nombre? ¿Quién soy?
          -¿Que quién eres!… Tú eres yo.
                                                                                                                                                                                                                      Sin Nietzsche la vida sería un error.


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