LA CHICA DEL AVE FÉNIX

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Llueve a mares. Una espesa cortina líquida nubla cualquier intento de visión. Noche oscura, profunda. El frío atenaza, se hace insoportable. Corre, corre sin parar. Pánico. Ese miedo atroz que paraliza los sentidos e impide gritar. La tierra parece rendirse bajo sus pies, hundiéndose en el barro hasta los tobillos. Furiosas venas de agua descienden desbocadas ladera abajo. Todo le resulta ignoto, demasiado confuso. Corre, corre sin aliento. Bosque. La maleza golpea y araña su piel, rasga sus ropas. Tropieza, cae de bruces repetidamente. Sangre por doquier, en las manos, en el cuerpo, chorreando por la cara mezclada con el inclemente aguacero. Siente ese metálico sabor agarrado a la garganta. No puede más. Toma aire a grandes bocanadas. ¡No pares, corre hasta la extenuación!. Tal pensamiento martillea su cabeza. Es su única meta, su único sustento. Todo da vueltas a su alrededor como si de un frenesí derviche se tratara. El Tiempo y el Espacio ya no existen. El reloj que rige el mundo ha debido volverse loco. No quiere morir. Ese instinto ancestral se adhiere a sus tripas, las retuerce, instándole a aferrarse a la vida. Fuego y horror. El intenso hedor a carne quemada suspendido en el aire le llena los pulmones, le provoca náuseas. Ni siquiera las lágrimas del cielo son capaces de eliminarlo. En un calvero se desploma a los pies de un árbol. Está al borde del desmayo. ¡Levanta, no pares, corre!. El cuerpo no responde. Un dolor agudo en la espalda le lleva a la rendición. Sólo consigue vislumbrar un gran corazón tallado a cuchillo en el tronco del árbol. Y dentro del corazón unas letras y unos números. MR 19 90. Oscuridad.

Ella despertó súbitamente, agitada. Puta pesadilla. Siempre la misma. Siempre el mismo terror onírico. No recordaba la última vez que había podido dormir de tirón hasta el alba. Se levantó a hurtadillas, no fuera a despertar al chico que yacía a su lado, inmerso en un plácido sueño. Le estallaba la cabeza. Se dirigió a la ventana, encendió un cigarrillo y quedó mirando por la ventana, ensimismada. Llovía. La escasa luz que entraba del exterior iluminaba su cuerpo desnudo dándole una apariencia de alegoría mística. Menuda, veintipocos años, de suaves curvas y pechos livianos, respingones. Piel de nácar y larga melena negra. Su espalda toda era un gran lienzo donde un Ave Fénix, tatuado a todo color, mostraba su imponente renacer. Una auténtica obra de arte. Rostro marcado por un costurón a la altura de la nariz. Ojos tristes, grandes, de una negrura que desarmaba. Un alma taciturna, extrañamente sensual. Fumaba pausada, litúrgica, con la mirada perdida. La honda respiración de su acompañante la sacó de su trance. Lo contempló con cierta dulzura.

Había conocido a Mirko dos meses antes en un recoleto café del centro, una desapacible tarde de Mayo. Ella, harta de los charcos, pensó que en un día tan ajetreado tomar algo caliente entre citas y estar un rato a resguardo le vendría muy bien. Él, dos ó tres años mayor que ella, era un recién estrenado profesor de Historia con devoción por los dulces turcos. Tras un rato de miradas, él se atrevió a darle conversación. Y no paró de hacerlo durante varias horas. Hablaba bajito, casi susurrando, cosa que a ella le encantaba. Poquito a poco, la reservada muchacha de ojos tristes descongeló su corazón a golpe de anécdota universitaria. La tierna sonrisa del joven y ese aire de despistado aprendiz de bibliotecario fueron ese día pasaporte para la gloria.

En el exiguo apartamento donde ella vivía de alquiler fundieron sus cuerpos hasta perder conciencia de sí mismos. Lenguas febriles se entrelazaron, navegaron libres por cada centímetro de sus cuerpos. Mirko saboreó con deleite la miel de esos pechos jugosos. Quiso borrar a besos la cicatriz que deslucía ese rostro. Y bebió hasta hartarse la ansiada ambrosía de ese sexo en llamas. Ella se aferraba a las firmes nalgas del fogoso amante mientras la penetraba con delicadeza. Jugaba con su ensortijado pelo rubio, con la desaliñada barba. Sentía cómo ese grueso miembro se hundía en su carne y le proporcionaba oleadas de placer. Una perfecta coreografía sexual que los llevó al unísono a un clímax jamás antes sentido. Borrachos de lujuria gozaron durante toda la noche. Abrazados, con el aroma del deseo impregnado en la piel, recibieron al nuevo día. Por vez primera desde que ella era capaz de recordar no aborreció esos malditos días de lluvia. Desde entonces se veían con frecuencia. Pero, a pesar de sentirse enamorada, su espíritu atormentado le impedía confiar en nadie. Él estaba loco por ella, aunque esa extraña criatura resultase ser una gran X imposible de despejar. Ignoraba su pasado y apenas sabía de su presente. Sólo anhelaba que el futuro le permitiera permanecer junto a ella.

Mirko salió de su apacible letargo. No sentir a su amante pegada a él debió devolverlo del mundo de Morfeo. Por unos instantes, se mantuvo en silencio, contemplándola. La luz nocturna y el humo del cigarrillo bailaban alrededor del cuerpo desnudo de la chica, en una estampa que lo hipnotizaba.

Hola, ¿ no podías dormir ?. - Musitó él, tierno. Ella negó con la cabeza.

¿ Otra pesadilla ?. - Ella asintió.

Mierda de tiempo. Odio la lluvia. - Dijo, lacónica-

A mí me encanta, me relaja. Y tú y yo nos conocimos una tarde que diluviaba.

Ya.

Mirko fue hacia ella y se aferró a su cintura, besándola en el cuello, acariciando levemente los suaves montes de sus pechos. Desnudos en silencio, cuerpo contra cuerpo, miraban por la ventana, fumando a medias el pitillo.

Todavía es muy temprano, vamos a la cama. Quiero follarte, cariño. - Suplicó, excitado, ya con el miembro en ristre.

No, debo irme a mi casa ya. Tengo trabajo a primera hora.

Grrr, trabajo, siempre trabajo. Aún no sé en qué trabajas. Ni siquiera conozco tu verdadero nombre.

Ya sabes a qué me dedico. Y nos pusimos de acuerdo con el nombre.

No, no lo sé. Me dijiste que eras una puta sin nombre, que no me cobrabas porque íbamos a ser novios. Y que podía llamarte con mi nombre favorito. Pensé que todo se trataba de un juego momentáneo.

Anna me parece precioso. ¿ Prefieres llamarme “la chica del ave fénix” ?.

No, Anna está bien. - Repuso, desalentado . - ¿ Por qué no quieres contarme nada sobre tu vida ?.

Por favor, Mirko, no insistas. No puedo. Todo a su debido tiempo.

Como quieras. Te quiero, Anna.

Un ardiente beso de amor, húmedo y visceral zanjó la cuestión.


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