La palabra errada

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Después de una vida vivida aun solía levantarse por las mañanas pensando en los motivos que le hicieron torcer el gesto hace mucho, y no era fácil poner fin a ese enigma. Esta obsesión no le dejaba con el paso de los días. Sin proponérselo iba analizando su manera de relacionarse con los demás, sus pensamientos íntimos, sus silencios más sospechosos, y no avanzaba nada en su propósito.

Llegó a la incómoda conclusión de que necesariamente  debía de encontrar cierta coherencia en su mundo interior para atar cabos, de no ser así cómo podría fiarse de cualquiera de sus gestos o palabras. Al llegar a este punto de su búsqueda no se sentía con ánimo de proseguir, pero la sola idea de cómo le dejaba ahora este último pensamiento lo obligaba a seguir hacia adelante. No tardó en darse cuenta de su miedo a sostener una idea por encima de todo, a ésto le siguió su falta de constancia en tantas ocasiones pasadas, y poco a poco empezó a sentir que la incertidumbre anidaba en muchos espacios de su vida interior.

Ya solo fue ir tirando de ese hilo que haría visibles tantos equívocos en su pasado, donde parecía no haber tenido ya el control sobre los aspectos más importantes. En todas las escenas siempre hubo un sujeto indiscutible, y no era asi. El solo devenía como un amasijo de voluntades, debilidades, deseos, inseguridades, sentimientos, deberes, nunca una única voz…

En ese instante comprendió que aquella palabra nunca podría encerrar esa verdad, nunca más “yo”,  esa era la palabra. Nunca fuimos una voz, siempre seremos las voces reveladas…


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