La muerte de Fletcher Parte 2

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Charlaban diariamente como dos niños que se acaban de 

conocer y Walter le contaba qué cosas le habían sucedido en su 

vida pasada de “rico” entre pobres y Fletcher escuchaba sonriéndole 

casi todo el rato. A decir verdad, le gustaban las cosas que le 

contaba, al menos así sentía un respiro y, más allá de los sueños, 

vivía algo que no se podía imaginar antes. Gente normal que veías 

en la calle caminando y lazándote una mirada de desprecio mientras 

pedías una moneda podía verse de repente en tu mismo lugar. 

Eso le satisfacía enormemente, porque aquí la moneda tenía dos 

caras idénticas. 

- Pero, tras tanta felicidad, vino la desgracia- apuntó Walter, 

hizo una pausa y prosiguió-. Mi esposa enfermó de cáncer 

y todo se me vino abajo; sí, tenía a mis hijos, pero ya no era 

lo mismo, porque sabía que la iba a perder en breve espacio 

de tiempo. Tenía el cáncer muy avanzado. Me volví 

loco. 

-Eso es una putada- dijo Fletcher mientras daba un trago de 

cerveza. Habían conseguido reunir para comprarse unas 

cuantas latas ese día, un caluroso día de verano que los llevó 

a retirarse a las escombreras para poder charlar tranquilos. 

Solo el graznido de las gaviotas revoloteando les podía molestar. 

- Más que una putada- siguió Walter tomando un sorbo de 

cerveza también-. Todo se me vino abajo. En un pis pas me 

dejó solo, así que me decidí por la bebida, perdí el empleo 

por la crisis y seguí bebiendo más, desatendiendo a mis 

hijos, hasta que me los arrebataron... 

-Otra putada. De tener todo a no tener nada- un rictus se le 

marcó en sus labios. Pero no se alegraba en absoluto. 

-Esta vida para según quienes es una mierda. Está claro que 

no somos nada y que Dios nos ha abandonado. 

-Venga Walter, bebe un poco mas, te sentará bien. 

Siguieron charlando bastante rato y Fletcher le contó su historia, 

mucho más horrible que la de Walter, más sufrida, más “asquerosa”, 

más indignante, pero, al menos, estaba acostumbrado a 

vivir en la calle toda una vida y conocía sus secretos para sobrevivir, 

pero Walter pasó de ser un ciudadano medio bien a ser nada. 

Eso era un golpe mucho peor, de modo que Fletcher reflexionó. 

- ¿Sabes, Walter?- Le miró fijamente a los ojos-. Tengo la 

solución para todo esto. 

-¿Tú? ¿Después de toda una vida errante? 

- Uno de los dos debe morir- le interrumpió mientras asía la 

lata de cerveza en una mano, estaba caliente, pero daba 

igual. 

- ¿Qué dices?- Le interrogó Walter con ojos expresivos, 

muy abiertos. 

- Que uno de los dos debe morir, y ese soy yo. Mírame, 

estoy enfermo, me queda poco, con suerte superaré este 

otoño y después ¡zas!, a la zanja. Si me matas, tú iras a la 

cárcel y tendrás comida y techo donde cobijarte. 

-¡Estás loco, Fletcher! 

-No, que va. Estoy dándote una oportunidad. Es absurdo 

seguir los dos sufriendo. Si yo falto, habrá un plato para ti. 

Piénsatelo bien, Walter. 

Walter no respondió, a decir verdad tenía razón, pero no iba 

a hacer eso. Era una brutalidad, por un momento pensó en la cerveza 

y en la borrachera que tenían los dos ahora mismo. 

“Vamos Walter, eliges tú o elige la vida por ti, y ya ves que 

ahora es una mierda”. 

Estuvieron varios días sin hablar del tema, a decir verdad no 

se hablaban. Solo se cruzaban miradas y Walter, incluso, le había 

cogido un poco de miedo. Es como si, de repente, ya no confiara 

en él, como si por alguna razón se hubiera vuelto loco y lo mataría 

a él mismo. Pero no era así. La propuesta seguía en firme. 

Y llegó el momento. El día decisivo. Fletcher, con una tos 

impresionante, le recordó el plan de nuevo. Le dijo que no quería 

morir solo y enfermo, que era mejor hacer las cosas así, de este 

modo se iría al cielo ayudando a otro compañero, dándole una 

oportunidad. Al menos, por una vez en la vida, haría bien las 

cosas. 

“No. Eso no es hacer bien las cosas, ¿estás loco?”. 

-Júrame que es lo que más deseas de verdad- le insistió 

Walter mirándole a los curtidos ojos de aquel pobre hombre. 

- Lo juro. Hazlo, por favor- le suplicó. 

Walter miró al cielo y pidió perdón al Dios “en el que en 

realidad no creía”, por la decisión tomada. 

- Por favor, Walter, hazme caso. Acaba con mi sufrimiento 

y piensa en tu futuro. 

Entonces Walter cogió la pesada piedra con las dos manos 

en un esfuerzo casi titánico para él... 



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