Los regalos de Denisse - María, la intelectual.

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No hay plazo que no se cumpla y llegó la boda de Denisse. Para mi sorpresa, yo estaba completamente tranquilo, sin dramas ni corte de venas. Es cierto que ella me encantaba y era una pareja sexual fantástica... pero yo sabía que era a todo lo que podía aspirar, así que no tenía ningún caso ponerme dramático ni nada por el estilo.
Una semana antes de la ceremonia, nos encontramos en el motel que escogimos como nuestro favorito y nos hicimos el amor de todas las maneras que nos vinieron a la imaginación. Después de la boda harían un viaje de dos o tres meses y ella prometió que volveríamos a nuestros encuentros semanales en cuanto volviera. Nos despedimos sabiendo que pasaría un largo tiempo antes de volver a encontrarnos.
El día de la boda, recibí una sorpresiva llamada: era Denisse. Por la hora, estaba en la fiesta. El ruido era mucho y su voz apenas se escuchaba. Casi gritando me dijo: "Tengo un regalo para ti... pasa a recogerlo mañana domingo a las cinco de la tarde en la Librería Parroquial. Pregunta en la entrada por María... ella tiene lo que quiero que recibas. Por favor, sé puntual, muy puntual... ni antes, ni después... exactamente a la hora."
Denisse sabía perfectamente de mi afición por la lectura, así que era normal que mi regalo viniera de una librería.
Al día siguiente me dirigí allá con mucho tiempo de anticipación, llegué sin mayores contratiempos 45 minutos antes. En tanto llegaba la hora, maté el tiempo recorriendo los largos pasillos del establecimiento. Habían pasado 15 minutos cuando a través de una ventana vi caminar desde el aparcamiento una mujer muy atractiva.
No era particularmente bonita. Delgada y alta, en su rostro no había ni una pizca de maquillaje y su manera de vestir era muy sobria: Una blusa blanca sencilla, sin estampados, pantalón de tela delgada, con una caída impecable, el pelo castaño claro recogido en una simple coleta, aretes pequeños y sandalias sencillas. Sin embargo, la elegancia estaba en su gesto: Labios carnosos, pero firmes... grandes ojos enmarcados en cejas naturales, sin depilar, complementadas por largas pestañas sin un grano de maquillaje ni delineador.
Debo confesar que me gustó lo que vi y guardé en mi memoria la hermosa visión. Pasó el tiempo y llegaron las cinco de la tarde.
Me dirigí a la entrada y pregunté a la encargada de los informes por María. La chica me dedicó una mirada que no supe cómo interpretar, barrió con la mirada mi vestimenta desgarbada y me pidió acompañarla. Cruzamos todo el establecimiento hasta llegar al fondo y al entrar al último pasillo me sorprendí al ver que ahí únicamente estaba la mujer de la visión. La chica que me guiaba se dirigió a ella y anunció: "Doctora... la buscan".
Ella levantó la vista del libro que leía, me miró directamente a los ojos y me envolvió con una bellísima sonrisa.
- Hola, tú debes ser Romanov, yo soy María - dijo mientras me extendía una mano elegante, de largos y estilizados dedos. Su timbre de voz era algo más grave de lo que habría imaginado, pero su tono era alegre y amistoso.
Hipnotizado, apenas alcancé a tomarle la mano y decirle lo encantado que estaba de conocerle.
-¿Te gusta la poesía? - preguntó ella.
- Sí, me gusta. Aunque prefiero la narrativa - contesté.
- ¿Tu autor favorito?
- Umberto Eco.
- ¿En serio? . . . ¿aunque sea un pesado? Fue mi maestro hace algunos años.
- ¿En verdad lo conoces?
- Es un buen amigo de mi esposo, El Dr. Morales. Ambos están igualmente locos por la semiótica. Yo prefiero la lingüística menos obsesiva.
¡Así que estaba nada menos que frente a la esposa de quien se consideraba el semiólogo más influyente en nuestro país! Aquello prometía... no me cupo duda de que Denisse sabía escoger y dirigir muy bien cada uno de sus regalos.
- Pero no estamos aquí para hablar de ellos - dijo. Bajando la voz, se acercó a mí y en tono de confidencia preguntó: "¿quieres ver tu regalo?"
- Me encantaría, le dije, aspirando el delicado perfume que se desprendía de su pelo. ¿Es un libro?, pregunté procurando no parecer impaciente.
- No comas ansias. Vamos en tu auto.
Sin preguntar salimos de la librería, abordamos mi auto y comencé a conducir esperando sus indicaciones. Finalmente dijo: "Río Mayo 18274".
Llegamos al lugar, ella extrajo de su bolso un control remoto y abrió la cochera, cerrándola tan pronto estuvo adentro el auto.
Descendimos, y ella se dirigió a la puerta de acceso. Al ver que yo permanecí inmóvil al lado del auto, preguntó con una adorable sonrisa: "¿ya no quieres tu regalo?". Extendió el brazo y me pidió acercarme. "Vamos por él, ¿sí?".
Una vez dentro me indicó un sillón.
- En el bar puedes encontrar lo que quieras beber - dijo mientras seguía de frente. "Voy por tu regalo... espero te guste", y apretó el paso al interior de otra área.
El lugar transpiraba buen gusto. Enormes libreros atiborrados de obras clásicas en idioma original. Libros que yo había visto en publicaciones especializadas y que costaban una pequeña fortuna. Fascinado y temeroso de estropear algo por descuido, me quedé parado, esperando el regreso de María.
Finalmente apareció... y mi sorpresa fue mayúscula: vestía nada más que un ligerísimo camisón.
Entonces pude ver lo que escondía la sobriedad de la ropa que llevaba puesta en la librería. La cintura era estrecha, pero sus caderas eran espléndidas. Las piernas eran finas, bellamente torneadas y rematadas por pies increíblemente pequeños, finos, gráciles. Los senos eran grandes y firmes, con pezones de areolas extendidas. La entrepierna mostraba una bien delineada forma triangular cubierta con un vello fino y del mismo color castaño claro que ya había visto en su cabeza.
- ¿Qué te parece tu regalo?
- Espléndido... me encanta...
- Pues no parece, corazón... cualquier niño a quien le guste su regalo es impaciente para tomarlo y apropiárselo.
Caminé hacia ella, la abracé con mucha fuerza y busqué sus labios por primera vez. Aquello era un sueño. Una mujer guapísima, inteligente y con todo lo que pudiera desear al alcance de su mano estaba ahí, anhelante de que yo la considerara un buen regalo.
Ella correspondió al abrazo y me asió con fuerza. Su manera de besar era torpe, atropellada, así que tomé su cara entre mis manos y la fui dirigiendo a otra manera de besar. Aprendió rapidísimo.
Mis manos se fueron deslizando por su cuerpo. Ella se untaba a mí. Acaricié sus piernas, cadera, las hermosas y firmes nalgas, su breve cintura y llegué a sus senos. Mis labios buscaron sus pezones y ella comenzó a vibrar. Nos tendimos en la alfombra del lugar y recorrí el trecho entre sus pezones y la entrepierna. Al tocar el pequeño botón entre sus piernas ella se convulsionó como tocada por una descarga eléctrica. Y eso fue solamente el inicio.


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