Ana Elizabeth Grantenole (Serie: Biografías)

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 Nacida bajo el signo de escorpio en el año de 1762, durante las hambrunas de París, la celebre niña gozó de los placeres mundanos de la gula hasta que murió su padre el Conde de Grantenole. El conde había confiado la tutoría de la pequeña al Obispo de Alcántara quien, subyugado por oscuras deudas, se apropió del los dineros para pagarlas, entregando la niña a una comunidad religiosa y argumentando, a los pocos que se preocupaban, no por el destino de la pequeña cómo por su fortuna, que ésta fue donada a la congregación de las hermanas descalzas quienes se encargaron de su crianza sometiéndola durante su corta juventud a una abstinencia generalizada. La superiora, que era concubina del obispo, dio fe de esta afirmación, haciendo grande la fortuna del Obispo en este trance.

 

Pero quiso Dios que, quince años más tarde, en 1777, el obispo fue acusado de pederasta, hecho utilizado por sus enemigos para finalmente hacerlo pasar por la horca. La superiora, temerosa que el secreto se develara, confesó todo y gran parte del dinero fue entregado porla Corteal Marques de Carlepinto, recién llegado de Italia y quien en adelante sería el albacea de Ana Elizabeth. La niña fue sacada del convento y volvió a la vida corriente habitando el ala izquierda del palacio del marques, donde se encontraba la biblioteca. Una noche descubrió, en un baúl viejo, dos manuscritos originales “Los ciento veinte días de Sodoma” y “La filosofía del tocador”, Ana Elizabeth consideró importante los dos textos, el primero por hacer referencia a un pasaje bíblico, y el segundo por permitirle entrar a la moda cortesana que exigía su nueva vida en sociedad.

 

Sumida en la lectura del primer volumen fue violentada por el marques, quien en un alarde pedagógico, quiso explicarle empíricamente el texto. Seducida por el poder que esgrimía sobre ella, se dejó levantar las enaguas proporcionándole un placer infinito a aquel hombre, que no era otro que Donatien Alphonse François, el mismo marques de Sade, autor de las obras, quien había vuelto a París encubierto bajo el nombre de André Carlepinto. Pero impulsada por el agravio que su formación reclamaba, precipitadamente, Ana Elizabeth recurrió a sus amistades del clero para denunciar al falso noble, quien fue apresado y enviado ese mismo año, a la prisión de Vincennes. Ella siguió habitando el palacete y pensando en el marques y su destino incierto; aquella practica lección, interpretada como afrenta, se quedó para siempre, agitando tormentosamente la libido de la señorita Elizabeth.

 

Al ritmo de la lectura comenzaron las primeras masturbaciones; nunca le dio el morrito de su amor a otro hombre, siendo horrorosamente fiel al marques y a su insólita lectura. Aún joven, Elizabeth murió de sífilis diez años después en un rincón del sanatorio La Salpêtrière, en el más grande abandono.  Esta sombría historia de sexo frustrado, vivida en el cuerpo de Elizabeth, no la conoció el marques, quien murió sin saber que una mujer casi pura, se había enamorado de su violador.


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