LA MASIA (TERCERA PARTE)

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El día siguiente también amaneció radiante. El aire era puro y frío. Durante la noche había helado y tanto el coche, aparcado delante de la casa, como los prados estaban blancos de escarcha.

Mientras la familia desayunaba hicieron planes para pasar el día. Llegaron a la conclusión que se quedarían allí y que disfrutarían del lugar. Dani se olvidó del malestar de la noche anterior y se encontró vital y feliz. El sol destruye las brumas y temores nocturnos.

Los niños no pararon de jugar en el campo. Habían descubierto en la sala de juegos un cobertizo con balones de fútbol y baloncesto. En la parte trasera de la masia había un pequeño campo de fútbol y una cancha de baloncesto, por lo que pasaron la mañana aprovechándolas.

El matrimonio jugó con ellos, pasearon por los alrededores y finalmente, cuando el hambre empezó a remover los estómagos, Dani encendió la barbacoa para asar un surtido de carnes y verduras que habían comprado el día anterior. Pronto el aire quedó aromatizado por el olor de la comida y los niños acudieron rápido a la mesa exterior.

Por la tarde pasearon por los alrededores, descubriendo nuevos caminos y disfrutaron de la naturaleza.

Por la noche volvieron a disfrutar de la sala de juegos y finalmente se recogieron en la casa, dispuestos a pasar la última noche en la masia.

La cena fue abundante y deliciosa. Cuando finalizó, recogieron la vajilla y la dejaron en el fregadero. Ya la fregarían por la mañana antes de marcharse.

Dani encendió la chimenea. Las llamas y el calor extra le reconfortaban, todo y estar un funcionamiento la calefacción.

Estuvieron jugando a juegos de mesa durante un rato, hasta que los niños, agotados, se fueron a dormir.

Dani y Sara se acomodaron en el sofá, ella con las piernas encima de él como tenía costumbre, y estuvieron viendo la televisión un rato. Dani no apagó la luz del salón en ésta ocasión y se sintió mucho más tranquilo. Laki comenzó a roncar des de su colchón al lado de la chimenea.

Cuando les empezó a vencer el sueño se retiraron a la habitación. Al apagar las luces la estancia se sumió en la oscuridad más absoluta. Dani volvió a sentir una desazón que no se podía explicar. 

Ya en la cama, notó como el cuerpo cálido de Sara caía en un profundo sueño. Estaba cansado y también tenía que dormir, pero no notó la diferencia de la oscuridad que le rodeaba cuando cerró los ojos. Pensó en el agradable día que habían pasado para conseguir abstraerse de la extraña sensación que lo desvelaba, pero no lo conseguía. Cuando estaba en casa y no podía dormir, acudía a un libro. La mente se liberaba de los problemas que pudiera tener y el cansancio ganaba la partida. El problema era que no se había llevado ningún libro.

De repente se acordó del libro de visitas que había visto sobre el mueble de recibidor cuando llegaron a la casa. Podía ser entretenido leer las opiniones de los visitantes anteriores a ellos.

Se levantó sigilosamente para no despertar a Sara y fue encendiendo las luces de la casa hasta llegar al recibidor. Laki le miró con curiosidad desde su colchón y volvió a dormir profundamente.

De vuelta a la cama, se acomodó la espalda contra la almohada para conseguir una buena posición para leer y solamente dejó encendida la lamparilla de noche de su lado.

Ojeó las páginas y pudo observar que la primera nota era de hacia un año aproximadamente, mientras que la última había sido escrita un semana atrás. La mayoría de los mensajes ocupaban escasamente cinco líneas. El libro estaba escrito hasta su mitad aproximadamente.

Se dijo que él también colaboraría con algún mensaje cuando acabara de leer los de sus predecesores.

Empezó a leer por la primera página:

 

“Agradecemos a Lluís i Assumpta su amabilidad y atención para que pasáramos éstos maravillosos días en su masia. Impagable los embutidos de la zona que nos trajeron y la información de las actividades que hay alrededor.

Lástima que hiciera frío para bañarse en la piscina.

Gracias por todo y seguro que volvemos.

Jordi, Marga y los peques. 15 de marzo de 2004”

 

Dani se preguntó dónde estaban Lluís y Asumpta, los propietarios dela Masia, ya que ni les habían llevado embutidos de la zona ni les habían explicado nada, excepto dónde debían hacer el ingreso por transferencia bancaria del alquiler de la casa después de una breve conversación telefónica. También le dijeron dónde estaba la llave de la puerta y que la colocaran en el mismo sitio cuando se marcharan. ¡Ah!, y que no rompieran nada. Supuso que la amabilidad inicial se había ido agriando con el paso del tiempo.

En fin, continuó leyendo.

 

 “Hemos pasado un fin de semana maravilloso en ésta preciosa masia. Los niños han disfrutado de lo lindo en la sala de juegos y en el campo de fútbol.

Gracias a Lluis y Assumpta por su amabilidad. Los embutidos riquísimos.

La família González- Pérez

23 de marzo de 2004”

 

Dani siguió ojeando hoja tras hora, leyendo mensaje tras mensaje y comenzó a aburrirse. Parecía que todos escribían prácticamente lo mismo, incluido lo de lo buenos que eran los embutidos de Lluis y Assumpta. Él seria más original cuando escribiera el suyo, haciendo constar que dónde estaban los dichosos embutidos.

Un mensaje le llamó la atención por lo extenso que era, ocupando prácticamente una página entera.

 

“La verdad es que me lo estaba pasando muy bien hasta que sucedió lo de la anciana que viste de negro.

Me levanté de madrugada para beber un baso de leche y vi a una mujer mayor vestida totalmente de negro que estaba delante del fregadero de la cocina, como si estuviese lavando los platos.

Creo que fue el mayor susto que me he dado en mi vida.

La imagen fue desapareciendo poco a poco hasta  que ya no la vi.

Miré que la puerta de la calle estuviese cerrada, y las ventanas, pero todo estaba bien.

No he pegado ojo en toda la noche. No paro de escuchar ruidos.

Lo siento pero nos vamos. Ni loco paso otra noche aquí.

Jaime y familia.

24 de junio de 2004”

 

Dani volvió a leer el mensaje otra vez. No daba crédito a que alguien pudiera escribir algo así. Se sintió inquieto y miró a su alrededor. Todo estaba a oscuras excepto a la discreta luz de la lámpara de la mesita. El silencio era agobiante.

Se levantó y fue a la habitación de los niños. Ambos dormían plácidamente. No pudo ni quiso mirar hacia la cocina, la cual se encontraba a oscuras.

Todo parecía normal y se dijo estúpido por inquietarse por lo que un tío había escrito unos meses antes. Seguro que era un imbécil que intentaba reírse de los que leyeran su mensaje. El ambiente era propicio para creerse historias de fantasmas: una casa aislada en el campo, el tremendo silencio de la noche…


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