Pasión y Locura

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Parado bajo la lluvia y empapado, pensó lo ridículo que se vería ante un extraño en aquella situación. Pero él estaba allí por un motivo, una misión que debía realizar, que no quería, pero que debía. Su mente vagó un instante, sus ojos fijos en la nada, pudo vislumbrar su vida. Tan corta, tan intensa, tan desafortunada. Y rememorando, recordó aquellas situaciones del pasado que le hubiera gustado cambiar. Un beso no dado, un te amo no dicho, una palabra áspera en el momento inoportuno; todo había sumado para ese momento cúlmine, para ese día infortuito. Y cuando la brisa helada le golpeó el rostro, sus pensamientos volvieron a la realidad. En la esquina un taxi se había detenido y una mujer había descendido. Pudo imaginar por un momento el olor a cereza de sus cabellos rubios, cabellos que él tanto había amado. Se adelantó pero sus piernas se paralizaron, un nudo en el estomago, y su mano en el bolsillo palpitante, aferrando con fuerza el instrumento de justicia. Dudó por un instante y tuvo temor. Pero recordando al otro, al desgraciado, se dejó dominar por su naturaleza más animal, por su instinto más salvaje, y en una demostración de suprema voluntad, avanzó hacia ella, hacia el por venir.

Y el por venir llegó, con todo el desenfreno de locura y destrucción que vislumbró en su mente con antelación. Tocó el timbre y esperó. La puerta se abrió dando paso a unos ojos almendrados que no ocultaron su sorpresa al verlo. Una tímida sonrisa asomó por los labios de la joven parada ante él al tiempo que se hacía a un lado para dejarlo pasar. Por poco estuvo esa sonrisa de hacerlo desistir, pero por poco es una frase muy triste, y un casi no puede evitar lo inevitable. Así, en un departamento húmedo y oscuro, una tarde lluviosa de otoño, una joven abrió la puerta y dejó entrar a un rostro conocido, sellando su destino en ese instante. Un puñal alzado, una espalda descuidada, un chillido apagado, los labios apretados con fuerza y la sangre tibia manando a chorros. Pronto el abismo del odio desenfrenado se desató en su totalidad.

Y en la vorágine de la destrucción desoladora, mientras enterraba el cuchillo más y más en los tejidos de la carne ya inerte, mientras las gotas tibias de sangre le chorreaban por la frente, pudo pensar. Ya no cegado por la oleada de pasión que instantes antes lo había dominado. Y observando el acto que su locura había provocado, tuvo miedo. ¿Era esa mujer la persona que le había ofrecido amor, cariño, un cálido hogar familiar cuando todos los demás se lo habían negado? ¿O era acaso el monstruo que se había burlado de sus sentimientos, que lo había manipulado y que una vez inútil lo había desechado? ¿Se había equivocado en su sentencia, y  hecho pagar a una inocente su incapacidad de seguir adelante? Todo lo claro, estipulado y refinado la noche anterior se desvanecía dando paso a la duda, al miedo, a la culpa...

No, todo era culpa de ella. Fue ella quien lo llevó a esa situación, él no quería, lo había intentado evitar, pero ella se empeñaba en restregarle en la cara su felicidad actual. Si, él solo era una víctima más de aquella mala mujer. Pero la duda persistía, y la culpa cual fiera enjaulada y peligrosa, permanecía latente en su subconsciente. Una cosa sin embargo estaba clara en su mente, lo hecho, hecho estaba, ya no había vuelta atrás. Y en los oscuro de aquella habitación, sopesando las posibilidades del futuro, un abanico de oportunidades se abrió ante sus ojos. El suicidio no era ya la única opción.


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