luces sobre el mar (IV)

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Felipe y yo estamos prácticamente abrazados, mirando aterrados el espectáculo con los ojos como platos y la boca abierta, el cuerpo paralizado. No disponemos de radio ni otro sistema para avisar al cuartel. El método de alarma estipulado es gritar de una garita a la otra. Como el que tendría que recibir mi aviso para trasladarlo al siguiente puesto de vigilancia está entre mis brazos en estos momentos, el eslabón se ha roto y no podemos dar la voz de alarma.

De repente todas las luces empiezan a bajar de altitud hasta situarse a pocos metros del agua, inundando la superficie con su luz.

Una tras otra se sumergen en el frío océano y su resplandor las acompaña hasta muchos metros de profundidad, hacia el abismo. Finalmente han desaparecido todas y la noche vuelve a estar en calma. 

-¿Qué era eso, Dani? – Me pregunta Felipe temblando de la cabeza a los pies. No me extraña, yo estoy igual.

-No tengo ni la más mínima idea. La única explicación lógica que le puedo encontrar es que son artefactos de prueba. Prototipos del ejército de esos que se llevan en secreto. – Le contesto sin creer en lo que digo.

-¿Que bailan en el cielo y que se sumergen en el agua?, no te lo crees ni tú. ¿Ahora qué hacemos?

Medito durante un instante sin apartar la mirada del punto del mar donde se han sumergido las luces, por si acaso vuelven a emerger, en cuyo caso juro que me voy corriendo aullando como un loco.

-Si te parece bien nos esperamos un poco para asegurarnos que todo esto ha terminado y no supone una amenaza – Le contesto al fin – Después te vas a tu garita y esperamos el relevo. Ya le contaremos al “Furri” lo que ha pasado y él decidirá qué hacer, para eso es el cabo de la guardia. Ni hablar de abandonar nuestro puesto de vigilancia para alertar a todo el Cuartel. Nos tomarían por dos majaderos con ganas de broma y acabaríamos en el calabozo durante mucho tiempo.

Esperamos sin hablar durante mucho rato, mirando con aprensión hacia el océano, pero nada más sucede. Es como si aquello no hubiese ocurrido nunca. Por fortuna cuento con el testimonio de Felipe, o si no pensaría que me he vuelto loco. 

Miro el reloj y me doy cuenta sobresaltado que apenas quedan quince minutos para el relevo. Se lo digo a Felipe el cual inicia a regañadientes el ascenso hasta su puesto de vigilancia, entre cañones oxidados.

Aprovecho mis últimos instantes de soledad para reflexionar sobre lo sucedido. Es muy fuerte constatar que algo o alguien de origen no humano se ha manifestado delante de mis narices. ¿Quiénes son y qué intenciones tienen? No les parece importar demasiado ser vistos, eso seguro. Creo que ésta experiencia puede cambiar mis convicciones de manera radical, pero ni mucho menos lo voy a ir explicando a todo el mundo. Es relativamente frecuente que de vez en cuando salga alguna persona en la televisión explicando que ha visto OVNIS. La norma general es que el resto de los mortales se tomen a estos testigos como auténticos majaderos y que se rían.

Me imagino en el trabajo cuando me pregunten cómo me ha ido la “mili”. Bien, estuve viendo extraterrestres que se bañaban en el mar con sus naves interestelares.

Escucho como se acerca a mi posición un grupo numerosos de pasos sobre los guijarros y al poco aparece la columna del cambio de guardia. Un soldado que conozco de las cocinas me saluda y hace el relevo. No le puedo decir “sin novedad” y mi silencio le extraña. Se encoge de hombros y se mete en la garita.

Al incorporarme a la fila, tengo delante a Felipe, que todavía está blanco. Me indica con la cabeza y un gesto nervioso al “Furri”. Quiere que hable con él, pero creo que no es el momento. De hecho no sé qué decirle.

Por fin acabamos de realizar todos los relevos y volvemos al cuerpo de guardia. El cabo nos hace formar en el patio de armas y nos mantiene en posición de “firmes” para dar novedades al oficial de guardia.

-Cabo, haga revista de armas – Dice el teniente. Es un protocolo de seguridad que se hace tras la vigilancia para evitar accidentes posteriores con las armas. Estas deben de estar descargadas y con el seguro puesto.

Uno tras otro quitan el cargador del fusil de asalto apuntando al cielo y echan la corredera de la recámara hacia atrás para descartar que haya un cartucho, luego ponen el seguro.

Cuando llega mi turno, el cartucho salta del resorte de la recámara. Todos mis compañeros, el cabo y el teniente se me quedan mirando con reprobación.

-Soldado, ¿me puede explicar por qué tenía el arma montada? – Me pregunta el teniente fulminándome con la mirada y dirigiéndose hacia mí hasta colocar la visera de su gorra a la altura de la mía.

-Mi teniente, prefiero explicárselo en privado – le contesto con miedo.

El oficial parece dudar durante unos instantes y finalmente dice:

-Acompáñeme al despacho. Usted también cabo.

El “Furri” da órdenes a la formación para que rompan filas y seguimos al teniente hacia el edificio del cuerpo de guardia. Me doy cuenta que Felipe también nos acompaña unos metros más atrás.

El teniente entra en su despacho, un habitáculo pequeño y vetusto, solamente amueblado con un escritorio y un archivador. Olía a tabaco de puro rancio. Se sienta detrás de la mesa y nos hace pasar con un gesto. Se da cuenta que detrás de nosotros también está Felipe.

-        ¿Qué quiere soldado? – Le pregunta bruscamente.

-        Apoyar la versión de mi compañero. He sido testigo de lo que le va a explicar.


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