Nubes entre tú sonrisa

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Adolezco de sensaciones extrañas. Me encuentro invadido de una emoción pura, perfecta, maravillosa. Vuelo alto, con alas terciopeladas, trompeta violeta y un caballo que en las batallas siempre se muestra el más valiente de todos. Camino entre las nubes como un ángel perdido entre tanta belleza. No siento frío, no tengo miedo, no existe el vértigo. La comodidad es blanquecina, tejida de almohadas gigantes en las que descanso mi cuerpo etéreo, vacío de cualquier preocupación, sin ningún sobresalto.

De mi boca salen sonidos maravillosos, celestiales, rumores divinos encerrados en la fragilidad del tiempo. Miro a mi alrededor y sólo veo estructuras puras, arcoíris de colores en los que danzan seres de lo más bello. En mi mente solo una idea: detener las crueles agujas del reloj y asentarme por siempre en ese paraíso. Mi corazón late, algo me oprime, el pecho me duele incesantemente. En la tormenta que se avecina, mi trompeta se extravía, mi caballo huye despavorido y de mis alas solo quedan tenues restos que anuncian la terrible caída a los infiernos.

Alzo la mirada y observo un profundo vacío solo interrumpido por un sonido inquietante. Hormigas pequeñas, pero vivaces suben por mi tembloroso cuerpo. Intento despertar de una mala pesadilla, pero por mucho que abra y cierre los ojos, sigo estando en aquel inhóspito lugar. En mi poder ahora tengo un cuchillo afilado que, por la traslúcida sangre que aún se ve en la punta, parece que ha sido recientemente aprovechado. Quiero huir, correr como si no hubiera mañana. Mi instinto me dice que es el momento de intentarlo, de alzar mi pesado cuerpo y no mirar atrás.

Mi cerebro da la orden, pero…algo pasa, no puedo continuar. Vuelvo a hacer la prueba, pero las piernas no responden, algo las obstruye. Empiezo a plantearme que estoy preso en la cárcel más diabólica del mundo, la más lúgubre, el lugar donde terminarán enterrados mis huesos. La desesperación es máxima y ahora mi cabeza solo puede pensar en llorar. Litros y litros de lágrimas comienzan a inundar mis inútiles piernas. Siento el roce del líquido sobre mi cuerpo, quizás si continúo, pienso, podré irme flotando cual pluma en un inmenso mar, así que solo abro los ojos con gran fuerza y me encuentro ante una nueva escena: una oveja sodomiza con gran ahínco a un campesino con boina oscura y cigarro humeante en la boca.

El esperpento no termina, el buen hombre tiene una mueca de placer y gime escandalosamente sin parar. La oveja se relame, me saca la lengua como queriendo anunciar que yo soy el siguiente de tal macabro juego. Quiero evadirme, evaporarme, desaparecer de este mundo en el que la crueldad parece estar a la orden del día. Mis ojos no segregan más lágrimas y mis piernas ahora se han convertido en dos anchas bocas que se ríen sin cesar. Pienso que de lo hacen a mi costa, es evidente, que inutilidad la mía que, ante una situación tan desagradable, no puedo huir.

La desesperación me consume, me siento como un cigarro a punto de terminar en ceniza, como un caramelo que se deshace en la boca. Intento recordar el paraíso en que anteriormente levitaba alegremente y, por primera vez, mi boca esboza una ligera sonrisa. Son sólo unos segundos, pero suficientes para que consiga levantar orgulloso la mirada. Esto no es un sueño, pero yo puedo superarlo.

Quiero recuperar mi trompeta violeta y volver a cabalgar en una bella puesta de sol. Y, sin duda, añoro mis alas con las que sobrevolaba el hermoso cielo, donde, cuando estaba cansado, podía descansar apoyado en las blandas nubes.  Añoro todo lo que he perdido incompresiblemente, de manera súbita, más veloz que el viento surcando los mares. Pero es ese recuerdo, esa nostalgia ante la felicidad extraviada la que me da fuerza para levantarme, para mirar hinchado al frente y, nuevamente, dar orden a mis piernas para que inicien la travesía hacia la libertad.

Mis extremidades inferiores se muestras contentas, gozosas de verse nuevamente en funcionamiento, no tienen prisa, pero tampoco se paran ante el desolador panorama del lugar. Pasamos justo al lado de la desagradable escena protagonizada por la insaciable oveja y el complaciente campesino. El cigarro está a punto de consumirse y en su cara se esboza una sonrisa. Al fin y al cabo disfruta de tan dantesco espectáculo, pienso, y continúo mi camino sin mirar atrás.

Mi recorrido es apacible, cada segundo es mejor que el anterior y solo tengo en mente volver a disfrutar de que alegría sea mi apellido.  La luz es cada vez más intensa, calcina mis ojos, ciega mi espíritu, pero calma mi ser. No puedo evitar el impulso de correr, de despegar los pies del suelo como nunca, de surfear sobre el incandescente arcoíris. Unas finas gotas empiezan a nublar mi vista, el nítido tacto del agua sobre mi piel me produce placer.

Siento alegría, felicidad, emoción descontrolada que me hace cantar. Mis cuerdas vocales están listas y, a pesar de mi reconocida inutilidad en este noble arte, de mi boca emanan bellas notas que suben incontroladas al resplandeciente cielo azul. Si una vez existió un cuerpo etéreo, ese fue el mío. Levitando me siento invencible, capaz de triunfar en cualquier batalla que se me ponga delante. No tengo yelmo, no empuño espada, no protejo mi cuerpo con un gran escudo, pero en mi cuerpo late un órgano sin cesar.

Éste es mi arma secreta, soy capaz de triunfar ante cualquier oponente demostrando mi cariño ante está vida que estoy escribiendo cada día. Eso pienso, mientras continúo avanzando. No tengo aún consciencia de que estoy buscando, el porqué de estos cambios de ánimo, escenario y hasta incluso de pensamiento. No encuentro la razón para descender hasta el más amargo de los lamentos, cuando hace tan solo un momento era rey y pueblo. Pero no me planteo qué hago aquí, sé que pronto encontraré la razón para tal delirio. Es entonces cuando la luz me quema la mente, la claridad me invade, en el horizonte observo una imagen que me paraliza, me aterra y me calma al mismo tiempo. Todo es cristalino ahora, ya sé que está sucediendo, la fiebre de mi cuerpo se justifica en el árido desierto.

Yo no despierto, quiero introducirme en ti, hacerte el amor hasta que se acabé el fin de los tiempos. Y luego volver a crear el universo y follarte hasta que se no nos quede aliento. Eres tú, siempre fuiste tú, en el cielo o en el infierno, en mis delirios o en mis pensamientos. Eres tú, lo fuiste y a la vez sé que nunca lo serás, de ahí tal tormento. Déjame volver a agarrar tu fino cuerpo, y sólo por una vez, por última vez, poder disfrutar de tu sonrisa, aquella que me hizo escribir este desvarío sin mucho conocimiento, pero con mi corazón siempre latiendo.  


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