VACACIONES EN EL MAR: EL AUTÉNTICO TODO INCLUIDO (II) (parte 3)

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Como la camarera parecía muy liada y yo deseaba conocer a los chicos que trabajaban ahí, me fui a la barra directamente.  Mmmmmmm, ¡por la virgen!, ¿pero qué era esto?  Yo que había dado por perdida mi estimulación genital durante las vacaciones y ahora me encontraba rodeada de bombones para meterme en la boca y paladear intensamente hasta sacarles el relleno de leche.  Me fijé en la identificación del camarero que estaba atendiendo para dirigirme a él por su nombre.  En realidad, eso de las identificaciones me pareció algo de lo más racista, xenófobo o como quieran decirlo.  Cada uno de los empleados cara al público del barco llevaba en su uniforme una plaquita con su nombre y primer apellido, nacionalidad y bandera.  ¿Qué coño le importa al cliente la nacionalidad del trabajador?  El que tenga prejuicios los va a ver potenciados y, al que no los tenga pero sí la tendencia a crearlos, se le estará dando la oportunidad de inventarse nuevos tópicos nacionales basándose en la actuación de una sola persona.  AS-QUE-RO-SO.  En cualquier caso, para mí, como antropóloga sexual, esto era una ventaja y un incentivo: tendría más datos a la hora de elaborar mis estadísticas y podría dirigirme a individuos concretos en el caso de estar buscando, por ejemplo, que me hicieran una buena chupada (colombianos), que tuvieran un magnífico juego de caderas (brasileños) o, si llegara a sentirme muy exquisita -y no me hubiera visto afectada por las gastroenteritis que me atacan cada vez que viajo a otro país y como de los puestos de la calle-, que me metieran toda la lengua bien adennnntro del culo (argentinos y uruguayos).  Para colmo, como si no estuviera ya lo suficientemente exaltada, dirigí la mirada hacia la vitrina de los licores y allí estaba, bajo una bombillita como una aparción evangélica, enterita y precintada, esperándome fiel, una reluciente y prometedora botella de Fernet Branca.  Esto no podía estar yendo mejor…

-Buenas noches, L.  ¿Me puedes dar un Baileys, un Jurassic Park y un fernet con cocacola, por favor?

-Treinta y dos euros- me disparó al entregarme las copas, tanto que ni pude deleitarme con su acento salvadoreño.

-¿Cómo?  Yo tengo todo incluido.

-Ah, bueno, entonces me tiene que enseñar la tarjeta.

-Ah, ¡qué susto!  ¡Gracias!-.  Se la mostré y me despedí.

Nos tomamos las copichuelas, felices pero reventadas.  No podíamos más y decidimos acostarnos.  Sin embargo, yo no estaba tan convencida de irme a la cama a la una.  Aunque no podía con mi alma, el alcohol, los estímulos visuales y mis ganas de fiesta fueron suficientes motivos como para dejar a las niñas en la cama en la cama y aventurarme a dar una vuelta por ahí.  Y así lo hice: las acompañé al camarote, las ayudé a ponerse los camisones (jijiji, qué graciosas) y volví a salir.  Al regresar al bar ya habían cerrado, así que me fui a pasear por las cubiertas.  Estaba bastante contentilla y flipé al darme cuenta de que no había nadie más.  Caminé de un lado para otro y llegué a la popa, donde se encontraba la piscina.  Allí me quedé un rato con la cabeza dando vueltas, sintiendo la brisa del mar y disfrutando de una Atenas iluminada (el puerto y poco más, no crean que tenía una vista de puta madre, y menos teniendo en cuenta mi nivel de alcohol en sangre y mi jodida miopía).

-Buenas noches- una voz alteró desde atrás mi momento de plenitud.  Me giré y vi a un chico (que luego resultó no ser tan joven) que se me acercaba.  Iba doblando una tela grande y llevaba una camisa con un estampado de floripondios tan hortera que imaginé que sería camarero.  Al estar ya a mi lado, lo confirmé con su plaquita, aunque preferí mirarle el pecho infladísimo que se veía a través de los botones abiertos.  -¿Está sola?

-Sí.  Aquí, mirando el mar un rato.

-¿Y vino sola al viaje?

-No, con mis abuelas; pero ya las metí en la cama.

-¿Con sus dos abuelas?- se sorprendió y rió.  -¿Y qué va a hacer ahora?  Bueno, mi nombre es P. y soy camarero del bar de la otra cubierta.  ¿Y usted?

-Thais- respondí, sujetándome un poco nerviosa a la barandilla.  -Eres colombiano, ¿verdad?

-Sí- respondió señalándose la chapa.

-Bueno, lo supuse por tu acento.  He tenido muchos amantes colombianos…-.  ¡Hala!  Así, sin más, que ya nos conocemos lo suficiente…  Ahí estaba saliendo ese monstruo insaciable que vive dentro de mí.  Charlamos unos minutos más, tirándonos los tejos mutua pero moderadamente y, de repente, nos interrumpieron.

-¡F!- gritó otra voz, ahora femenina, desde lejos.

-¡Aquí!

Se acercó una chica de mi altura, complexión ancha, ojos claros y pelo entre rubio con reflejos rojos, o eso me pareció.  Llevaba otro uniforme diferente, con pantalón negro, blusa blanca y chaleco negro también.  Me miró de la cabeza a los pies, sonriendo.

-Hola, soy M.- me saludó con suave acento brasileño y luego se dirigió al pecho fuerte.  -P., están preguntando por ti.

-Nos tenemos que ir porque nosotros no podemos estar aquí.  Dentro de un rato vamos a salir de fiesta, ¿quiere venir?- me invitó P.

-¿Bajar del barco?  ¿Se puede?

-Claro que sí, mientras el barco está en puerto los pasajeros pueden salir.

Me vi tentada pero me saltó la alarma.  No es que no me fiara de ellos; aunque no los conociera, los de seguridad nos verían salir juntos, así que eso no me preocupaba.  Pero no les había dicho nada a lasviejisy no quería asustarlas.  Además, no conocía la ciudad y tampoco podía gastar más dinero.  Así que les dije que mejor en otra ocasión, pues debía madrugar al día siguiente.  Nos despedimos, respiré profundamente a sabiendas de haber perdido la oportunidad sexual del día, di otro paseíto y me fui directa al camarote.  Al abrir la puerta me recibieron con un dueto de viento desincronizado que asustaba.  ¡¡Qué manera de roncar, las cabronas!! Eché un chorrito, me quedé en tanga, me subí a la litera y me dormí en seguida.

Continuará…

www.confesionesdeunapervertida.com


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