La Hija del planchador

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Érase una vez en una ciudad al sur de la India vivía una niña llamada Preetha.

Preetha tan sólo tenía 11 años, pero era la mayor de cuatro hermanas y ya se hacía cargo de muchas de las tareas de la casa.

Sus padres tenían un humilde negocio de planchado y se pasaban allí entre pilas de ropa de sol a sol, así que era ella quien tenía que preparar la comida para sus hermanas, ayudarlas a vestirse y acompañarlas al colegio.

Por la tarde, al acabar las clases, iba con ellas hasta el puesto de sus padres y ayudaba a repartir las bolsas de ropa por el vecindario. A veces, cuando no había mucho trabajo jugaba con sus hermanas y el hijo de la frutera.

Alrededor de las ocho recogían todo y se iban juntos para casa en autobús. Y era entonces cuando Preetha aprovechaba para hacer los deberes.

Tras cenar, se repartían como podían entre las tres camas, y cuando no estaba muy cansada la niña les contaba cuentos a sus hermanas.

Un día después de que en el colegio les hablasen de los matrimonios concertados y de la dote correspondiente que se debía de pagar por las mujeres, Preetha se preguntó cómo reunirían sus padres el dinero suficiente para casar a sus cuatro hijas. Ella sabía que en su familia se ganaba lo justo para no pasar hambre, pero que ni se podían permitir caprichos, ni mucho menos les daba para ahorrar.

Preetha, que no quería decirle a sus padres lo preocupada que se sentía por ello, estuvo durante unos días pensando en la manera de obtener un dinero extra, hasta que una idea le vino a la cabeza: escribiría cuentos.

Los cobraba a 20 rupias y los ofrecía al hacer entrega de las bolsas de plancha. Y aunque durante la primera semana apenas consiguió vender un par de ellos, conforme fueron pasando los días, iba convenciendo a más y más clientes para que le comprasen sus obras.

Y puesto que todo aquel que le que compraba quería más, pronto empezó a obtener ingresos diarios. Sin embargo, escribir tanto la obligó a descuidar sus tareas y sus deberes, y sus padres no tardaron en darse cuenta de que algo le estaba sucediendo. Pero por más que le preguntaban, Preetha se negaba a contarles la verdad.

Un noche, tres meses después de haber comenzado con el negocio, y mientras todos en su casa dormían, sacó la caja donde guardaba el dinero con tan mala suerte que se le resbaló de las manos, haciendo que todas las monedas se esparciesen por la habitación y su madre se despertase.

–¿Qué haces Preeta? ¿De dónde has sacado ese dinero? ¿lo has robado?

–¡No mamá! Nunca haría algo así. ¡Lo he ganado yo sola!

Entonces Preeta se echó a llorar y le explicó a su madre cómo lo había conseguido y con qué motivo.

–Cariño, no debes preocuparte por la dote, aún eres muy joven para casarte. Pero si llegado el momento fuese necesario, tenemos joyas que podríamos vender. Además quiero decirte que me siento orgullosa de ti. No soló has demostrado ser una mujer cuidando de tus hermanas, si no que además has demostrado también ser inteligente, creativa y tener un corazón muy grande.

–Gracias mamá–respondió Preetha mientras abrazaba a su madre, todavía con lágrimas en los ojos.

–Y un corazón tan grande debería ser escuchado.

–¿Qué quieres decir?

–Hija mía, debes dejar que tu corazón de guié. Llegado el momento tú y sólo tú elegirás con quien te quieres casar.

–¿De verdad mamá?

–De verdad, cariño. Quiero que te cases por amor.


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