EL MONOLOGUISTA (2ª parte)

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 -Ah, y también está Nathasha, su íntima amiga. Es rusa. Con esa cara de muñeca de hace treinta años. Es la mujer de mi jefe, ¿saben?, al que tengo que ver más de lo que quisiera cada quince días cuando vienen a cenar a casa. Y luego tengo que aguantarlo, con su brazo rodeándome los hombros, arrastrarme por toda la oficina relatándome las excelencias de Inga. Ella quiere que ascienda en la oficina, que llegue a jefe de contables. Le encanta el dinero, dicho por ella misma, eh. Aunque yo lo dudo mucho, porque si algo te gusta tanto no lo haces desaparecer con esa facilidad.
Ya empiezan a sacar fotos, eso es bueno, quiere decir que las colocarán en sus redes sociales para contar a sus amigos lo que se han reído esta noche.
 -Es amiga suya, que no mía. En la última actuación que tuve, dos semanas atrás, estaba ella entre el público. Se rió lo que no está en los escritos y más cuando le tuve que soltar lo cobrado esa noche, para que no le dijera nada a Inga. Aunque antes de marcharse le volví a soltar lo de que si había traído ensaladilla, broma que tan poco le gusta. Pero joder, se había llevado los mil pavos que mantendrían callada una semana a mi mujer.
Los flashes son innumerables y los aplausos ya no cesan. Casi tengo que poner las manos delante del rostro para poder continuar con mi mejor monólogo cuando, esos mismos flashes, me hacen bajar la mirada hacía las primeras filas, tan olvidadas hoy. Donde encuentro a mi mujer más seria que nunca por estar escuchándome airear esas cosas que a ella tanto le molestan. Y levantarse, mientras el público la sigue para continuar aplaudiendo, y alzar el brazo derecho con algo entre las manos que no puedo ver por los fogonazos de las dichosas cámaras. Y tan sólo pude decir, señalando hacia ella:
 -¿Inga?
 Mientras el público se partía de risa mirando a la chica extra rubia, extra grande y extra musculosa que acababa de levantarse.
He trabajado demasiado tiempo en el teatro de mi pueblo, para saber que a veces pueden suceder situaciones inesperadas cuando se hace un espectáculo en vivo, como por ejemplo: que un espectador sufra un infarto y haya que parar todo hasta que sea trasladado al hospital, que se desplome un foco mal atornillado dándote un enorme susto, que pueda venir a verte, inesperadamente, el mejor manager del país y que eso pueda hacer cambiar tú vida, o que tu mujer se entere, por su mejor amiga rusa, que su marido está haciendo reír a la gente con sus cosas privadas y se decida plantarse en primera fila para arreglar, de una vez por todas, esa situación...También, cambiándote la vida. Yo sólo sé que oí un “BANG” y acto seguido noté como me ardían las entrañas.

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