Armas de Mujer

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Los dos eran guapos, jóvenes, inteligentes y buenos profesionales, cada uno en su especialidad. 

Se conocieron en un congreso internacional. Él era un reconocido cirujano, ella una notable y divertida psiquiatra. Sintieron una fuerte atracción.

El irracional azar hizo que a él le ofrecieran colaborar en el hospital donde ella tenía su consulta. Acudía con cierta frecuencia.

Al cabo de poco tiempo empezaron a verse en el discreto hotelito de la costa donde él se hospedaba.

Se reunían después de comer y pasaban unas maravillosas tardes.

Aquel día ella no acudió al hotel.

Él esperó en la habitación, sentado en la terraza que daba al mar. Conforme el tiempo pasaba y la tarde empalidecía recordó las primeras citas con ella; la excitación y nervios de los dos. Evocó las deliciosas e íntimas horas de placer, los detalles tan bonitos de su ropa como aquellos zapatos rojos de altísimos tacones o el gorrito tan simpático, o aquellas braguitas de un imposible color naranja que tanto lo turbaron.

El “cubatita” que se bebían antes de acostarse. El calor de su cuerpo tan suave, casi virginal, “de terciopelo de seda,” le decía ella, tan apetitoso como un panecillo caliente. Su risa infantil, que todo le resultara gracioso. Sus divertidas historias, su total y exquisita entrega, el aroma de sus cigarrillos y los tristes adioses.

También le vinieron a la memoria la soledad de sus noches cuando ella ya no estaba y olía su perfume que aún persistía entre las sábanas y las almohadas de la cama. Y cuando entraba en el baño y se duchaba le parecía que aún lo llamaba: ven,” mi adorable pantera”, nombre cariñoso con el que a veces se dirigía a él.

Su ánimo también se tiñó del color de la luz del anochecer, se sentía muy solo. Un estado de pesadumbre y de melancolía se apoderó de él.

A la mañana siguiente, por más que la buscó, no consiguió encontrarla. Nadie en la clínica sabía nada, parecía que se la había tragado la tierra.

Jamás la volvió a ver. Nunca la borró de su memoria.

Ella tampoco olvidó a su amante. Se trasladó a una universidad norteamericana , siempre recordaría las tardes en aquel paraíso de amor.

Rememoraría el tacto de las caricias de sus bonitas manos, sus mimos, su risa su sentido del humor, su serenidad, su hombría, su inteligencia, su fortaleza y sus preciosos ojos azules.

Estaba segura de que el niño que llevaba en su vientre (su pequeña panterita) había heredado todas sus cualidades.

Se sentía muy contenta y satisfecha, había conseguido su mayor anhelo. La elección no había podido ser mejor.

 

 

 


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