Ellos comen...

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No fue sencillo, ser pobre nunca es… sencillo. Y menos cuando eres el hermano mayor y tu madre acaba de fallecer, dejándolos solos.

Todo empezó un día estaba apilando bultos de carbón sobre una camioneta, mi cara estaba cubierta de hollín y el sudor de mi frente hacía que cayera en mis ojos. Cuándo él me vio. Era un hombre de alrededor de 50 años, no muy alto y una melena estilada a los años 70’s.  Se me acerco y empezó a hablar del calor que hacía, yo le seguí la plática sin dejar de apilar los bultos cuando me tomó del brazo.

-Sé lo difícil que es la cosa para ti y quiero ayudarte. Ven conmigo y no le faltará nada a tu familia ni a ti.

Me extendió un sobre cerrado con una dirección, dentro había 500 pesos, suficiente para comer una semana. Hay sangre por todas partes. Lo mire extrañado, pero él solo inclinó la cabeza y se fue.

Una semana después, cuando Mario, el segundo más pequeño de mis hermanos no se levantó de la cama por un dolor intenso en la columna no me quedó más remedio que ir con aquel hombre. Subí a un taxi y le di la dirección. Me sorprendí al ver un barrio muy elegante, con los niños jugando en sus coches eléctricos y sus bicicletas nuevas. Bajé del taxi y toqué la puerta de una enorme casa blanca con un gran jardín verde.

-Es un gusto, por favor, pasa.-dijo el hombre apenas abrió la puerta.

En la sala me explicó que quería que hiciera. Él tenía un rastro y mataderos, quería que sacara la basura y tirara los huesos de los animales a una enorme máquina que los partía a la mitad hasta que se hicieran un montón de pedazos no mayores a un pulgar. La paga era buena pero algo no me olía bien. La carne podrida nunca huele bien.

-También quiero que lleves paquetes de carne a distintos lados. Pero mucho, mucho cuidado con ellos-La cara del hombre se ensombreció

Acepté el trabajo, ¿Tenía de otra? Ser jornalero es peor que inhumano y pagan con centavos, además Mario...

Todo iba muy bien los primeros meses, me acostumbre al mal olor pero nunca a la sangre, ese color tan rojo salpicado por todos lados me daba escalofríos. Mario no mejoró, tuve que internarlo en el Hospital donde me dijeron que quizás tuviera un tumor medular.  Me desmoroné cuando me lo dijeron, ¿Por qué Dios es tan injusto con los desgraciados? Tuve suplicarle a mi patrón un préstamo, trabajar horas extras para pagar los costos. No pude mas, no podía con la carga de mi familia, estaba solo en el mundo. Comencé a caminar a la trituradora de huesos pensando en poner fin a mi vida. ¡Al diablo mi familia, al diablo todo…! Cuando la misma mano que me extendió un sobre con dinero me detuvo. Era el dueño, cuyo nombre nunca supe. Le expliquémi historia, le hablé dede mis hermanos, pero solo se interesó por Mario.

-¿Cáncer de columna? ¿Y…y es terminal?

-No lo sé, pero me dijeron los doctores que no me ilusione. Estoy desesperado.

-Me imagino-comenzó a caminar-. Tu historia es muy fuerte, muy… trágica. Tengo un grupo de amigos que podrían interesarse en ella.

-¿Periodistas?

-Algo así. Son muy selectos. A ellos son a los que lesmando los paquetes. Debes pasar por una… ehm… capacitación antes.

-Lo que sea.

Nos arreglamos para salir aquella noche para reunirnos con sus amigos y poder “capacitarme”. Salimos muy tarde, a eso de las 2 de la madrugada. Manejó durante media hora hasta llegar a un gran terreno bardeado con una casa en un extremo.

-Quédate aquí un momento.-me dijo.

Después de 5 minutos regresó. Todo era tan extraño, pero la desesperación de sacar a mi familia adelante me nublaba la cordura.

Al bajar del auto me condujo a unas caballerizas donde un saco de lona alquitranada se retorcía. Me dio un machete intimidantemente largo y me dijo:

-Es un ternero para la cena de hoy. Debes… encargarte de él.

-Pero… ¿Así? ¿No hay otra forma menos cruel?

Mi comentario pareció ofenderle. Pues quiso quitarme el machete y hacerlo él mismo. “¿Qué haces?” Me dije “¡Pones en riego a Mario y a la familia entera!” tomé el machete y lo alcé en el aire. Ese sonido húmedoal caer retumbó en mi cabeza, era como dejar caer una calabaza madura al suelo. El sacó dejó de moverse, y dio paso a una mancha roja que crecía.

-Bien, ahora puedes hablar con mis amigos.

Era un grupo de hombres mayores y unas cuantas mujeres. Me preguntaron por mi vida, la pobreza de la ciudad, las debilidades del sistema de salud, la falta de atención de los padres y cosas que yo no veía ningún sentido.

Comimos. Debo admitir que el ternero estaba muy bueno, era suave como la carne de cerdo, pero con más sabor y sin tanto nervio. La cena continuó, hubo mucho vino, cuando vi el reloj estaba medio borracho pero distinguí las 5:40.

Una mujer del grupo de amigos se acercó a mi dando trompicones y riendo.

-Yo estoy más buena que ese filete, guapo.

-¿En serio? Eso es una gran afirmación-el alcohol me había soltado la lengua.

-Por supuesto. Lo niños no saben tan bien como los adultos pero es lo que hay.

-Querrá decir los terneros.

Soltó una carcajada. No era un ternero en una bolsa. Todo el grupo guardó silencio. Me miraron como si hubiera dicho una insensatez. Quise huir de sus miradas y, sin darme cuenta, comencé a dar pasos hacia atrás. La puerta de la cocina se abrió con mi espalda y caí. Sobre la mesa había sangre, pero eso no me impactó, sino que hubiera una manita flotando dentro de una olla con agua hirviendo. Había un pequeño vestido azul manchado de sangre en una esquina junto con un pedazo de cinta de ducto. Una cabellera café descansaba sobre el lavabo dejando al descubierto la tapa del cerebro, roja palpitante. Sobre un altar a la santa muerte estaba su propietaria o por lo menos su cabeza con la cara verde partida a la mitad, deshecha por el golpe del machete. Apenas podía mantener su forma. ¡Y yo la había matado, yo la había masticado, yo la había comido, estaba dentro de mí! Corrí fuera lo mas rápido que pude, corrí y corrí sin detenerme a respirar. Perdí la razón.

Desperté en el hospital. Las luces me cegaron traté de levanterme. Rápidamente llegó una enfermera a hacerme sentar de nuevo.

-¿Qué pasó?

-Se golpeó la cabeza al caer, señor. Iba corriendo en un camino de terracería cuando desmayó.

-¡TIENE QUE DETENERLOS!-recordé súbitamente.- ELLOS…!!!

-Señor, tranquilo. No pasó nada solo se desmayó.

-Usted no entiende ellos… ¡ellos comen personas!

-No había nadie cuando lo encontró la policía, señor.

-Pero en la casa… cenando...

-Donde estaba usted no había ninguna casa.

-¡Claro que sí! ¡Yo estuve ahí!

-Señor, usted imaginó todo. Se golpeo la cabeza y está delirando, nunca hubo ninguna cena.

Un recuerdo azotó mi cabeza, y a pesar de saber la trágica y ácida respuesta pregunté:

-¿Dónde está mi hermano?

-Señor… usted no tiene hermanos.


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