Solo otra vez

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- Yo -

- ¿Quién soy yo? - Tu mente te responde al instante – Nadie -.

- ¿Cómo es que aparecí así sin más, como es posible mi existencia en el universo, quien o que hizo que yo esté vivo? - Y lo más importante ¿Para qué estoy aquí? Todas estas son las típicas preguntas en la vida de, me atrevo a decirlo, cualquier ser humano. Humanos que nacen con un don musical, con una inteligencia inigualable, o con cualquier otra cualidad que los separa de los demás y los vuelve especiales. Únicos.

 Otro día en un mundo cualquiera. Apenas te levantas te sientes rodeado por la inmensidad de las ciudades, por la contaminación en el aire que respiras y por tus propios pensamientos que giran en torno a deseos creados por compañías que gobiernan los cerebros de países enteros, incluso del mundo entero. Miras por la ventana, todavía no amanece, sabes que pronto el Sol aparecerá por aquel azulado horizonte que muchos creen infinito. Enciendes la estufa para calentar un poco de agua para el café. Poco a poco comienzan a aparecer los recuerdos del día anterior, y las cosas que harás el siguiente, y el siguiente, y el siguiente, hasta que algo cambie tu forma de verlo todo. Ropa que lavar, conservar el empleo, pagar las deudas, pero algo falta, algo que nunca aparece en tu lista de los deberes. Felicidad. Lo piensas por algún tiempo pero, al cabo de un rato acabas convenciéndote como siempre – ¿Pero porque desperdicio mi tiempo habiendo tanto que hacer? -.

Tanto que hacer y nada que lograr. El agua está lista – Maldición, se acabó el café – gruñes.

Buscas algo de dinero y te diriges a la puerta de tu apartamento. Sales, cierras bien, miras escaleras arriba y te das cuenta de que la vecina tiene el televisor encendido, puedes escucharlo, parece ser que no ha dormido en toda la noche, los otros vecinos dicen que la ha abandonado su esposo. Te da igual.

Bajas las escaleras mientras ves tu sombra en el piso. Te acercas a la puerta de la entrada. El picaporte está helado. Abres y lo primero que ves es al vagabundo que duerme en la esquina cada noche, otra vez está hablando con su propia mano. Te parece gracioso así que te ríes para ti mismo. Respiras profundo el aire de la mañana. Tienes que caminar 3 calles para llegar hasta la tienda que está abierta las 24 horas. En el camino te encuentras con un perro callejero, lo miras un instante y este a ti. Sus ojos parecieran estar absorbiéndote. El perro parpadea dos veces y sales del trance. El se queda ahí inmóvil. Haces una mueca un poco torcida. Sigues caminando. Ahora con pasos largos, y piensas que algo está mal. – Pero, ¿Por qué hoy todo es diferente? -.

El cielo parece cambiar de color por momentos. Sientes un extraño mareo pero te recuperas al instante. Has llegado a la tienda. Notas que solo hay un empleado. Te mira al entrar. Tiene un codo apoyado en el mostrador, masca algo de goma sabor fresa y usa una gorra de la cadena comercial. Te observa fijamente mientras tomas el frasco de café. Lo vuelves a dejar en su lugar y le preguntas que si puedes usar el baño. Otra vez te sientes mareado.

- Claro, pero tendrá que comprar algo – te responde de forma un tanto lenta.

- Desde luego, no hay ningún problema – contestas rápida y educadamente como alguna vez te enseño tu padre.

Los baños están impecables, pareciera que nadie ha entrado jamás. Te acercas rápidamente a uno de los inodoros, te arrodillas frente a él, sientes el estómago revuelto. La cena no te cayó muy bien. Piensas en vomitar pero no lo llevas a cabo. Observas fijamente tu reflejo en el agua del retrete. Ha sido un año muy difícil, te sientes solo, no tienes a nadie, ya no tienes experiencias nuevas, no tienes amigos,  pasas todo el día en el trabajo, viendo televisión o pensando en lo increíble que sería sentirse amado de nuevo.

Te levantas y te diriges al lavabo, te lavas las manos, miras tu reflejo de nuevo por un rato y después sales como si nada hubiera pasado. El empleado ya no está. La puerta principal está abierta pero las luces del establecimiento están apagadas. Ya está amaneciendo, el tapete de la entrada comienza a colorearse de tonos naranjas. Decides irte con el frasco de café. Dejas algunos billetes en el mostrador y te vas.

- No, otra vez no.

Te sientes confundido, tu corazón late ligeramente más rápido. Te alejas caminando de la tienda algunos metros para después a correr hasta llegar a casa. Pasas por donde viste al perro pero ya no está. Ya estas más cerca. Llegas a la entrada y te das cuenta de que el vagabundo se ha ido también. Sacas tus llaves y tienes problemas para abrir el cerrojo pero éste finalmente cede. Entras y antes de cerrar la puerta echas un último vistazo al exterior. Suspiras. Subes las escaleras pero esta vez no puedes mirar tu sombra. Te apresuras en los últimos escalones. Te detienes en la entrada de tu apartamento. Esta vez no escuchas la televisión de la vecina. Entras a tu apartamento y cierras bien. Te diriges a la cocina. El agua sigue caliente. Te preparas un café con dos cucharadas de azúcar, abres la ventana y te sientas al lado a ver como sale el Sol. Te terminas la taza y te levantas a dejarla en la mesa. Vuelves a sentarte al lado de la ventana. No piensas ir a trabajar hoy. Y te quedas mirando el Sol todo el día hasta que llega el alba del siguiente. Te preguntas si algún día tu padre te quiso mientras ves las primeras estrellas aparecer en el cielo como pequeños copos de nieve centelleantes y cargas tu arma para después suicidarte. Una paloma decide detenerse en tu ventana un momento para disfrutar el espectáculo. Parece ser que estás solo otra vez.

 


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