La amante perfecta (III-final)

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Antonio Ríos yacía en la cama de su celda. Había sido condenado por asesinato. Habían pasado dos semanas desde que mató accidentalmente a su esposa. Antonio pensaba que no era justo. ¡Qué mundo, aquel!

Golpearon la puerta metálica de su celda. ¿Quién sería? ¿Un funcionario de prisiones? Lo más probable. Antonio siguió intentado conciliar el sueño.

Volvieron a golpear la puerta.

-¿Quién anda ahí?

No obtuvo respuesta. Otro golpe a la puerta. ¿Algún gracioso? Probable. Los maltratadores –que así era como lo calificaban a él- eran repudiados en la cárcel por compañeros y empleados.

Oyó como la puerta comenzó a abrirse. Oyó el chirrido de las bisagras. Un empleado, seguro. Sólo los empleados tenían las llaves. Antonio levantó la cabeza.

Y casi se vuelve loco.

Porque era su esposa. Pero no como él la recordaba, sino tal y como estaría en ese momento en su tumba. Era un cadáver en avanzado estado de putrefacción. Tenía la piel de los brazos de color pálido azulado.

-¿Quieres que te la chupe? –barbotó aquella cosa, aquella aparición.

Como activado por un resorte, Antonio saltó de la cama. Retrocedió hacia la pared más alejada de la puerta. La celda fue invadida por un poderoso olor a pescado podrido.

El cadáver avanzaba hacia él.

-Te la chupo, cariño –su voz burbujeaba, como si tuviera la boca medio sumergida en fango.

Su cara era un caos de sabandijas. Diversos bichos entraban y salían de las órbitas de sus ojos. Su boca estaba llena de gusanos. A cada palabra, escupía unos cuantos.

-No me he olvidado, Toni. Te dejé a medias. Ven, que te la chupo.

Esa boca llena de gusanos, el olor a putrefacción. Antonio estaba paralizado. El terror competía con la locura.

Ahora estaba terriblemente cerca. A menos de un metro. Antonio ya sentía vivamente se putrefacta proximidad. Notaba su sabor y su olor.

-¿No quieres que te la chupe? Siempre tuya, cariño.

El cadáver comenzó a bajarle los pantalones. Antonio se revolvió y, por fin, el aire salió de sus pulmones (había estado conteniendo la respiración).

-¡No! ¡No! ¡No! ¡¡Noooooooooooooooo!!

________________________

 

Al día siguiente se encontró a Antonio muerto en la celda. Causa de la muerte: infarto.

Nunca se aclaró el misterio de la presencia del anillo de casada de Mireia Álvarez, al lado del cadáver de Antonio. Supusieron que Antonio en algún momento lo sustrajo y lo tenía con él todo el tiempo.

Y así fue el fin, tal vez plenamente merecido, de Antonio Ríos.


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