Viejas locas no deben jugar con cosas muertas. (P2)

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- ¡Resiste, Chris! –Le gritó May.

Mientras Chris era revolcado por el suelo, golpeado y seriamente lastimado sin poder defenderse porque no podía pegarle a algo incorpóreo, May cavó más rápido que en todos sus años de profanadora de tumbas. Al llegar al cajón, lo rompió con la pala y salió de la fosa.

Observó a Chris y este estaba tirado en el piso, inconsciente; el fantasma sobre él, ahorcándolo. Se aterró, no quería perderlo, no podía perderlo.

Rápidamente tiró sal, el aceite y prendió varias cerillas.

Mientras los huesos ardían, pudo ver que el fantasma desaparecía también como si se estuviera quemando.

Levantándose las faldas del vestido un poco para poder correr, se acercó a él y se arrodilló a su lado.

- ¡Chris, despierta! –Palmeó su cara, pero él no le respondió.

Arrimó su mejilla a su boca y nariz, apenas respiraba.

- Por todos los cielos, milord... –Murmuró un poco aliviada, subiendo su cabeza a sus rodillas y acunándolo.- Por favor, resista un poco más.

Rasgó parte de su vestido para presionar algunas heridas en el abdomen que no le gustaba como estaban sangrando.

Gritó un par de veces hasta que vio una luz salir de la casa. Agitó su farol y esperó a que los criados vengan a ayudarla.

 

 

May se encontraba en el cuarto de Chris poniéndole paños mojados en la frente y el pecho, había levantado un poco de fiebre. Desde que lo habían traído del cementerio que no se había despegado de su lado, salvo esos pocos minutos en que lady Hemsworth había insistido en que vaya a lavarse un poco y un par más en los que disfrutó de ver como la policía se llevaba detenida a Madame Czerwinski.

Se quedó pensativa, mirando el amanecer apoyada en la ventana, cuando su balbuceo la sacó de su ensoñación.

- M... May... –Ella siseó para calmarlo, volviendo a sumergir en agua con lavanda el paño y se lo apretó contra la frente.

- Tranquilo, estoy aquí. –Él siguió balbuceando un par de veces más su nombre hasta que otra vez se quedó dormido.

Se sentó a su lado y le tomó la mano entre las suyas tímidas. Había imaginado que el querer a un caballero y decírselo iba a ser complicado, pero la situación la embargaba.

Jamás había sentido tanto pavor de perder a alguien y tanta culpa por casi haberle causado la muerte.

Se prometió que una vez que él estuviera bien, se alejaría. No era seguro para él la vida que ella llevaba, profanando tumbas, luchando contra espíritus enojados, allanando casas, corriendo por bosques para escapar de la policía, entre otras cosas ilegales.

Su decisión le dolió cuando lo vio sonreír y no pudo evitar que un sollozo salga de su garganta. Por primera vez quería verdaderamente a alguien y debía alejarse.

No llegó a esconder sus lágrimas para cuando él despertó, momentos después.

- ¿Qué sucede? ¿Por qué lloras? –May vio las muecas de dolor que él intentaba ocultar al levantar los brazos para acariciarle e intentar borrar las lágrimas que salieron con más fuerza.

- Mire lo que le ha pasado por mi culpa, esto es terrible.

- Ha sido culpa de mi tío Stephen, en realidad. –Al no resistir más el dolor de sus hombros bajó los brazos, pero le tomó las dos manos y las acercó a sus labios, besándolas.- Jamás pensé que diría eso, considerando que él murió cuando yo era un bebé.

- Yo debería irme... Llamar a su madre.

- ¿Deberías? –Repitió él, agarrándole con más fuerzas las manos.- Yo no quiero que lo hagas, quiero que te quedes, milady.

- Pero, milord... Habla la fiebre, no usted.

- Le aseguraré que después de la fiebre, hablaré igual.

Secándose las últimas lágrimas con las mangas de su vestido azul noche, mojó el paño de su pecho y volvió a colocárselo intentando no tocarlo demasiado ni mirarlo más de lo suficiente, sus músculos y su piel eran pecados.

- Ahora que está despierto, dese la vuelta así podré limpiarle mejor las heridas de la espalda.

Él hizo todo lo que ella le indicaba, y no dejó de mirarla en todo momento, para pesar de May. Su trabajo se estaba haciendo muy difícil.

Cuando terminó lo ayudó a sentarse y se quedaron contemplando el final del amanecer por la ventana, en silencio.

- Deberías descansar. –Le sugirió. Ella sonrió sin ganas.

- Después. El que debería descansar eres tú.

- ¿Me mojarías un poco más el paño? –Dijo, alcanzándole el de su frente.

Ella bien lo hizo y cuando lo puso en su frente apretó las puntas, haciendo que pequeñas gotas cayeran a los lados de su cara. Le acarició las mejillas, esparciendo el suave aroma de la lavanda, relajando a Chris.

Él se acercó a ella y le desató el moño del pelo, peinándoselo con los dedos, acomodándoselo en los hombros.

May estaba hipnotizada con sus ojos y sólo se distrajo cuando sus labios se acercaron a ella. Le rozó con el aliento, le deslizó las manos por el cuello para acunarle el suave rostro y atrapó sus labios con los suyos. Su boca era suave y persistente, era la primera vez que la besaban y no fue como lo imaginó, sino mucho mejor. Todas las sensaciones que estaban golpeando sus entrañas eran magníficas. Elevó las manos instintivamente, poniéndolas en sus brazos y acariciándolo hasta llegar a las muñecas, haciendo fuerza para no separarse de él. Pero no dio resultado.

- Quiero que te quedes conmigo, May.

- Es peligroso para ti.

- Entonces tendrás que entrenarme. –Ella sonrió apenas antes de morderse el labio y reprimirse.

- Hablaremos en un par de horas, cuando la fiebre baje.

- ¿Te quedarás, entonces?

- Sí. –Dijo automáticamente.

- ¿Y me entrenarás?

- Sí.

- ¿Y me cuidarás?

- Sí.

- ¿Y te casarás conmigo?

- Sí. ¡Eh, qué! ¡Espera! –Chris se rió ante su travesura realizada.

- Estaría encantado que sea mi esposa, milady. –Los ojos y la boca se le abrieron de la sorpresa.

Bajó los ojos porque no podía soportar ver un segundo más su rostro tan bello y sonrió, dejando escapar una pequeña carcajada. Él le levantó la cara con un dedo bajo su mentón y volvió a besarla.

Quizás May pueda quedarse un poco más para entrenarlo. De todas formas, necesitaba alguien fuerte a su lado para hacer ciertos trabajos.


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