A duo

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¿Qué por qué me gusta besar una verga dura?

La verdad nunca antes me lo habían preguntado, ni siquiera yo misma.

Sólo se que disfruto haciéndolo. Me imagino que me excita la sensual mezcla de sumisión y control que se desarrolla con el dueño de la polla que voy a comerme.


Pero ahora Marta me lo preguntaba y mi mente se nublaba y me ponía a salivar más aún, mientras nuestras lenguas se fundían en un beso infinito.

Ya sus manos habían lubricado mi entrepierna. Mi vagina estaba húmeda por el pasar de sus dedos frotando mi clítoris y rozando la entrada de mi vagina. Mientras , mi vientre se arqueaba buscando el imposible de que me penetrara.


Como estábamos de rodillas ambas, mis movimientos sólo servían para que nuestros vientres y tetas chocasen, mientras nos besábamos. Lo cual me ponía más caliente.


En un susurro en mi oreja me preguntó: "¿por qué te gusta tanto mamar verga?" y aún retumba su pregunta en mi curiosidad.


Pensé muchas cosas. Muchas respuestas. Que me gustaba sentir que me dominaban cuando me empujaban por la nuca o la cabeza para hacerme engullir la totalidad de aquel delicioso trozo de carne. Que me excitaba sentir la respiración agitada y los tensos movimientos de aquellos hombres inmensos frente a los que me había arrodillado para mamarles el guebo. Que disfrutaba al recibir la descarga caliente de aquel líquido de vida que brotaba de los machos al acabar. Tragarme su leche, sentirla correr por mi mentón, mi cuello y mis tetas…


Todo lo que pensé sólo me hacía ansiar tener una verga cerca, para comérmela y explorar mis sensaciones al hacerlo. Así que cuando Martha tomó mi mano y, junto a la suya, agarramos el miembro duro y grande de su marido, me sentí agradecida.


Allí arrodilladas, pegando nuestras tetas y vientre el uno contra el otro, compartimos el divino guebo de aquel hombre que siempre me veía con deseo en el ascensor.


Ella lamía sus bolas, mientras yo recorría el tallo con mi lengua de abajo a arriba y de vuelta hasta abajo, para conseguirme con la lengua de mi amiga y revolotear junto a ella.


Sin decir una palabra nos coordinamos y ambas mordisqueamos por los lados el generoso miembro, recorriéndolo hasta alcanzar el surco de donde emergía su enorme cabeza, que ya ansiaba yo sentir entre mis piernas. Es parte de la magia de mamar. Mientras te comes una verga suelo fantasear cómo se sentiría al penetrarme, al abrirse paso entre mis labios húmedos y la deliciosa sensación que produce al separar las paredes de mi concha con su dureza.


Abrí mi boca y me tragué aquella polla magnífica que mi amiga me dispensaba. Su macho me tomó por el cabello y comenzó a dirigir mis movimientos, mientras le decía a Martha: “Que rico mama esta puta”, a lo que ella respondió: “Es para ti papi, deja que te la caliente más”, tras lo cual se acostó y metió su cabeza entre mis piernas. Cuando su lengua rozó mi clítoris ya hinchado, no pude evitar engullir la polla de su marido hasta el fondo y acelerar mis movimientos.


Y sí, me sentía bien puta, divina perra, gata en celo. Era el enlace de aquella pareja, el punto de contacto, principio y fin de su morbo. Martha se comía mi coño y yo me tragaba el miembro de su marido y ambos se excitaban conmigo, me hacían suya y me servían a placer.


Es otro de los efectos de mamar… te hace sentir así, una diosa del sexo.


Y en aquel frenesí decidí tomar el control. Comencé a darle más duro a mi cuello, abrí más la boca, comencé a succionar para exprimir todo el jugo de aquel guebo magnánimo que ahora cabía entero en mi boca. Los gemidos del marido de Martha me hicieron saber que iba bien y para cuándo sentí en mi boca su descarga caliente y salada, que se desbordó por mis labios, supe que ya ambos compañeros de travesuras estaban bajo mi poder.


En la cara de él vi agradecimiento con un gesto que parecía decir “¡Te quiero coger, perra!” Por eso, ese día no lo dejé hacerlo… A Martha la vi esperanzada. Al compartirme con su marido se garantizaba poder seguir lamiendo mi coño… Dos amantes por una sola mamada. Nada mal, ¿no?


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