Cría cuervos.

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      Llevo tres días cagando sangre, solo sangre, no hay nada duro por ahí abajo. Me siento como un cerdo que degüellan por el sitio equivocado.

      Te das cuenta de lo que vales cuando llegas a viejo. No importa cuanto abrazos hayas dado a tus hijos o las veces que pudieras haberte aflojado el cinturón desgastar tu autoridad roída en cuero, darles la mayoría de lo que jamás pudiste catar,un poco de lo que hubo entre tus manos, todo eso da exactamente igual: al final me doy cuenta de que soy una fuente a la que mis hijos vienen a recoger agua con cestas de mimbre. Son buenos chicos, eso no lo niego, incluso me han dado cuatro nietos estupendos: piano, judo, fútbol, baloncesto… se repite la vorágine y el epicentro del agujero negro sigue tragando todo como una prostituta sin nada que perder, los chicos, mis nietos, niños mimados que nunca han conocido las dificultades, van por ahí creyendo que en los cajeros hay un enanito azul que pinta los billetes en folios, pero lo peor del asunto es que sus propios padres también lo piensan: vacaciones todos los años, a menudo dos–verano y semana santa-, los críos andan por ahí con la blusa de tal o cual jugador que ni siquiera sabe que existen que cuando se parte la pierna en el césped tienen un médico exclusivo, único para él, un doctor –verdadero, de los que hicieron investigaciones y doctorados, no estos mierdas que se aprovechan de la palabra inglesa para hacerse pasar por doctores y en realidad sacaron la licenciatura a duras penas, alguno tan inútil que seguramente se despellejó más las rodillas que los codos en clase-, un atleta con un doctor en medicina pegado a su culo, un médico cuyo sueldo es algo así como el presupuesto de un año para cualquier ambulatorio y mi hijo el grande sufre por un tío así, se gasta un par de cientos de euros al año entre bares, bufandas, sospecho que putas en las celebraciones, entradas… no me malinterpretes, me encanta el fútbol, de joven jugué en segunda, gané alguna medalla, me follé algunas chicas antes de la abuela gracias a mis goles, pero nunca vi a dioses en los que pateaban el balón por ligas europeas: dos piernas, dos brazos, dos cojones, exactamente igual que yo, pero con más acierto delante de la portería… me encanta el fútbol… ¿uno, dos… tres quizás? Marcar cuatro o más goles en una hora y media se considera un logro épico, es poner la boca del contrario contra la esquina, darle por culo agarrándote a las cuerdas para no perder el ritmo en las caderas… 90 minutos de estrategia, “sprint”, equipo, lanzamientos, penalti, ira, amor, todo para conseguir uno o dos balones dentro de la portería, se desamarra la euforia y todo el mundo se abraza en el centro del campo como si acabaran de encontrar una fuente de petróleo y “Jack Daniels” en el banderín de corner, porque en realidad no celebras el gol, el desenlace, la ventaja… te sientes sumamente feliz por el esfuerzo que acabas de realizar, la magia, dibujo de tacos sobre el césped, la Gioconda cobra vida encima de la hierba 22 juegos de tacos haciendo de pincel y cuando llegabas hasta lo alto regateando a la mitad del equipo contrario, toques de pelota, diez o doce pases, chute, larguero, saque de puerta… te frustrabas unos segundos hasta que alguien venía por la espalda a darte un toque en la chepa, los hinchas aplauden y gritan, estás un poco más cerca… siempre me gustó el fútbol, valorar más el esfuerzo que el gol, hora y media de juego en el que pues acabar con resultado gafas, pero te sientes lleno por simplemente haber jugado al fútbol, sin ganar o perder, simplemente jugar a la pelota… me gustaría que al menos mis nietos valorasen un poco eso… esta mierda de país a menudo se hunde, frustra a sus ciudadanos, viola los sueños de la juventud por centrarse demasiado en sus goles en lugar de en el partido.


        Ahí llega… maldita gorda: sus tetas se mueven a varias revoluciones por debajo del tiempo y la barriga es de mantequilla, siempre se mueve justo al lado contrario del pie que adelante. No es más que una montaña de buñuelos sin cocinar, blandos y cargados de azúcar, incluso el pelo lo lleva cargado de grasa: no creo que sea por falta de higiene –que por su puesto también-,sino porque rezuma donuts y bacon por cada grano de caspa.


-Hola papá.
-Hola.


        Dios mío, que asco me da… su actitud apesta casi tanto como su sudor de obesa. Al principio venía a verme un par de veces al mes, luego una y más tarde por las fiestas, mi cumpleaños, el de los niños… Aquí me encerró, rodeado de viejos en pañales, los tacatacas a ruedas porque en realidad las enfermeras desean que nos resbalemos con esa mierda, con nuestra propia mierda, abrirnos la cabeza contra la esquina de alguna mesa, a ser posible el día 2 cuando ya se hayan chupado el 75% de mi pensión y así dejar la cama libre para el próximo… algunos de mis colegas piensan que esto es lo más parecido al corredor de la muerte, llegas hasta aquí para esperar la caja, pero se equivocan: incluso a un puto asesino lo tratan mejor que a nosotros, él sabría la fecha de su ejecución, así que esto es más bien el matadero: todas las vacas apiñadas con robaleches las 24 horas conectados a las tetas, mucho sufrir, mucho olvido, sus terneros corriendo libres por la hierba y ellas mientras en el establo estirándoles de los pezones en carne viva conscientes de que un día que desconocen el dueño del negocio les desconectara las máquinas y se las pasará por la piedra para venderlas en filetes y comida para perros… siempre me ha gustado pensar que al menos las vacas más ancianas no sienten dolor, sus nervios están ya demasiado desgastado, pero simplemente son ilusiones estúpidas de viejo: me arde el culo.


-¿Ya te dieron de comer, papá?


         Me lo pregunta mientras me acaricia la frente, algunas mañanas hasta me da un beso. Me cuenta alguna mierda del crío, su marido –otra vez- está trabajando –en domingo- y por eso no puede venir a verme… ella solo puede estar un ratito, porque la pequeña sale hoy antes del partido.


-Firma esto antes de irme.


         Un tema de poderes, creo, ni siquiera lo leo: a quienes pierden la ilusión ya no pueden robarles nada. Pongo mi rúbrica y le alcanzo el papel. Joder, después de tres días solo con sangre por fin me apesta el pañal a caca: un buen chorro de diarrea bien líquida, me alegro… cada vez que me ensucio después de haber firmado nunca llama a la enfermera, me limpia ella misma… espero haberme manchado de mierda hasta la espalda.


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