Olla de sangre

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-¿Qué te parece? –preguntó Javier Alcázar.

-No está mal –respondió Agustín Gómez mientras ambos contemplaban a los dos empleados subidos a las escaleras, realizando eficientemente el trabajo-. A petición popular, ¿No?

-Más o menos. Pero la decisión ha sido mía.

El nuevo cartel rezaba “La Olla”. Originalmente se llamaba “Olla a presión” y, en poco tiempo, se había convertido en una de las salas de conciertos de heavy metal y rock duro más famoso –que no más grande- de Valencia. Tan popular se hizo, que la gente en la calle ya “tuteaba” al pub como “La Olla”. El dueño del local, Javier Alcázar, al enterarse de esto, decidió avispadamente cambiar el cartel por otro, por el nombre con el que se conocía en la calle al local.

Originalmente un pub, era lo suficientemente espacioso como para tocasen grupos en directo, por lo que Javier inició hace tiempo los trámites para convertirla en una pequeña sala de conciertos. Iban a tocar grupos poco conocidos de la contornada de Valencia, y de la propia ciudad.La Olla, anteriormente conocida como Olla a Presión, no podía competir con las grandes salas de conciertos, que era a donde iban a tocar los grupos que ya se habían hecho un nombre en la industria del metal y el rock.

-Anoche tuvimos concierto –comentó Javier.

-¿Quién tocó?

-Los Punkanarka

-Últimamente hacéis demasiados conciertos punk. ¿A qué se debe ese cambio?

-Atrae a todo tipo de gente

-¿Eso crees? –Agustín frunció el ceño-. Yo creo que lo que quieres es hacer negocio.

-¿Negocio? –Javier soltó una carcajada-. Sólo hacemos caja con la venta de entradas. Los punkies consumen fuera del local, no dentro. Los heavies sí consumen más.

-¿Entonces?

-No sé. Traemos a los grupos que podemos. No podemos competir con las grandes salas. El otro día pasaron por Valencia los Angelus Apartida, ¿acaso crees que vendrían a tocar a este cuchitril?

-¿No te fastidia tener que limpiar de meadas de la pista al día siguiente? –dijo Agustín, tratando de dar otro enfoque- Ya sabes cómo son los punks.

-Un poco guarretes sí que son. Pero acuden en manada y les saco dinero con el ticket.

-Sigo sin entender esa fijación. Yo veo más negocio en el metal y el rock. Consumen más cerveza. Especialmente los…

No acabó la frase porque comenzó a sonar su teléfono móvil. Atendió la llamada con semblante serio.

-¿Sí...? Entiendo. Esta tarde me paso –calló un momento-. ¿En serio? Muy interesante me paso ahora mismo.

-¿Quién era? –preguntó Javier con curiosidad- ¿De la excavación?

-Exacto. Ha habido un nuevo hallazgo muy interesante. Necesitan mi furgoneta.

-Ah, el arqueólogo…-soltó con un deje de ironía.

-Es una de mis pasiones. Para esto lo estudié.

___________________

 

La estatua parecía sobrenatural. Era de un material similar a la piedra, color negro de la cabeza a los pies. Una mujer desnuda, con pechos algo prominentes. Un metro ochenta de un extraño material que no parecía piedra ni metal. A pesar de lo detallista en la cara y el busto, no tenía sexo. En su lugar, la entrepierna era perfectamente lisa, sin ningún tipo de atributo sexual. En su conjunto, se asemejaba a la estatua de una deidad. Las piernas, perfectamente formadas en la zona de los muslos, por debajo de las rodillas se amalgamaban y se juntaban en ese material negro como una noche sin estrellas, de forma que parecía que la figura nacía de un tronco. Era un negro tan oscuro y tan perfecto que Agustín sintió un escalofrío al recorrerla con los ojos. Admiró los pómulos altos perfectamente tallados, la larga cabellera perfectamente moldeada y los ojos a los que lo único que le faltaban era algo de brillo. Por lo demás, podría decirse que era perfecta. Una estatua completamente realista, aunque monocromada.

-Qué gran trabajo de restauración –comentó Agustín-. Y sobre el terreno. Increíble.

Manuel Martínez, que se autodenominaba como el lugarteniente de Agustín en la excavación, negó con la cabeza.

-No la hemos tocado. Ha aparecido así.

-¡Eso es imposible! –exclamó Agustín- Si es un yacimiento casi protoibérico. No puede haberse conservado tan bien.

Manuel carraspeó.

-Es muy extraño –convino Manuel-. Verás, en realidad, pensamos que puede ser más antigua. Estaba en un lecho de roca con algunas diatomeas y fósiles del cuaternario. Gasterópodos con vetas rojizas.

-¿Vetas rojizas?

-Ya sabes lo que significa eso

-Reelaboración.

-Exacto –corroboró Manuel-. Transporte secuandario y resedimentación. Los gasterópodos apenas nos sirven para datarlo, puesto que son aún más antiguos.

-Las diatomeas…

-Se ven al microscopio. En el laboratorio han visto muestras de roca del estrato que les hemos mandado esta mañana.

Agustín contempló la estatua. Sintió una punzada de éxtasis malévolo. Procuró rechazar este sentimiento.

-Luego –dijo Agustín pensativamente- la propia estatua puede haber sufrido reelaboración.

-Lo dudo. Aparecería algún indicio en el material con el que está hecha.

Agustín movió la cabeza, como intentando despejarse.

-Ya sabes que la geología y la paleontología no son lo mío. Que se encarguen los expertos. Me llevaré la estatua en la furgoneta al laboratorio y que ellos se apañen con el carbono catorce o el método radiométrico que corresponda. Yo sólo sé de arqueología. Y de íberos.

Era tan poco lo que se conocía sobre la religión de los íberos. Efectivamente, parecía una deidad. Contempló la estatua más de cerca. Parecía un material negrísimo, más negro aún que la pizarra y…

Libérame y serás recompensado.

Agustín dio un respingo. ¿Había sonado en su cabeza?

-¿Has oído eso?

Pero Manuel ya no estaba. Había ido a supervisar los estudiantes que se encargaban de la parte más dura y tediosa: la excavación en sí misma. Diversos vasos, vasijas y ánforas estaban ya parcialmente a la vista, además de zonas con lonas que cubrían el material completamente desenterrado.

Agustín, a solas con la estatua, alargó un dedo para tocarla. Estaba mortalmente fría, a pesar del rigor veraniego de principios de julio. No se lo esperaba. Retiró el dedo casi con dolor.

Libérame

Un sentimiento comenzó a palpitar en la mente de Agustín, un sentimiento profundamente enterrado en su cerebro, que se abría paso hacia fuera.

Y salió, inexplicablemente. Agustín ya sabía lo que debía hacer.

Tengo que liberarla, pensó. Y seré recompensado.

Fue a por una lona para cubrir la estatua. Una vez envuelta, llamó con un grito a Manuel, que acudió raudo.

-Ayúdame a cargarla en la furgoneta.

Juntos, la cargaron. Al estar envuelta en una lona, Manuel no sintió el frío de la estatua. La estatua pesaba como un demonio, pensó Agustín.

Como un demonio…

Libérame y serás recompensado.

Otra vez esa voz…

-¿Has oído eso? –preguntó Agustín alarmado.

-¿El qué?

No lo había oído, eso estaba claro.

-Olvídalo.

Manuel contempló a Agustín con curiosidad.

-Te noto algo raro en la mirada, Agus. Se te ve como ido…

-Esta noche no he dormido bien –mintió Agustín.

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