Demetrio Berros, artista(1)

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Mayo del 68, Demetrio Berros, el hijo de Gregorio Boñigas , el mulero, fuma marihuana mientras escucha clandestinamente Radio Pirenaica en un ático compartido con otros congéneres, situado en el barrio barcelonés del Raval. En París, oleadas de estudiantes han tomado las calles dando un paso hacia nuevos aires sin vuelta atrás. Sonríe el hijo del mulero mientras le da una profunda calada al porro. La voz de la Pasionaria suena lejana en el transistor:

-          ¡La primavera ha llegado a nosotros! ¡Abrámosle las ventanas! ¡El mundo ha despertado por fin al ocaso de las tiranías! ¡Desperezaos! ¡Abrid de par en par las ventanas!.

Obedece Demetrio: se despereza como un gato remolón y abre la ventana, una agradable brisita penetra junto con el olor de un guiso casero de mediodía. Desenchufa el transistor y pincha en el tocadiscos el furtivo vinilo de Raimón, baja mucho el volumen por si las moscas y tararea por lo bajini:

“Al vent, la cara al vent,

El cor al vent, les mans al vent…”

Vuelve a sonreír, apura el canuto, siente como el efluvio invade su mente: ¡Qué poco queda de aquel recuerdo de infancia en el que ayudaba a su padre con la reata de mulas en el pueblo!. Recuerda el fuerte olor del estiércol que tenía que recoger a paladas en el establo y que luego vendía entre los vecinos. Ríe, ríe a carcajadas. La droga ha cumplido con creces con su cometido. La risa arranca sin raíz los dolorosos recuerdos de un pasado miserable.

Otro recuerdo de niñez, más ameno, atraviesa fugaz por su mente: la mano de doña Presentación la maestra alboratándole el pelo, a modo de caricia cariñosa, después de presentarle su dibujo de la primavera. Siempre tuvo buena mano para el dibujo Demetrio; destacaba de los demás tanto por su talento para el trazo como por la originalidad y colorido de sus composiciones. ¡Qué ajeno estaba el chavalín a que acabaría ganándose el pan con el arte, abandonando para siempre el olor a boñiga del establo y la sempiterna pobreza que su familia traía grabada a fuego desde siglos!.

Fue su tía carnal Rosenda la que a principios de los sesenta se llevó al joven Demetrio a Barcelona con idea de sacarlo del triste pozo del pueblo. El campo no necesitaba ya a los hombres, la ciudad sí. Así fue como el vivaracho Demetrio se alejó de la penuria de una tierra desangrada buscando horizontes de un Mediterráneo más cálido. Quiso la fortuna que su viveza y sus ganas de prosperar le permitiesen encontrar trabajo como camarero en el Café Marsella, uno de los más añejos del barrio chino barcelonés, entre fotos dedicadas de Dalí, Picasso o el gran Hemingway.

Así fue como el hijo del mulero se  insertó casi por azar en la vida bohemia, idealista y romántica, abandonando su saludable aspecto físico y tomando contacto con el artisteo protestón: poetas, pintores, escultores, actores y demás invocadores de las musas.

Al principio sus creaciones no se alejaban mucho del naturalismo y plasmaba como nadie su prodigioso talento en retratos, bodegones y paisajes, a los que encontraba fácil salida entre los turistas de las ramblas.


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