Demetrio Berros, artista(2)

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Sus capacidades y su ingenio pronto adquirieron cierto eco y pronto Dante, que así se hizo llamar Demetrio para ocultar su nombre de pila, se topó en su camino con Joan Pujades, marchante de arte y propietario de una galería en el barrio gótico. Pujades se encargó de poner al sutil pintor a la cabeza de los artistas de la vanguardia barcelonesa, codeándose incluso con un tal Miró y un jovencísimo Tapiés.

Acuciado por Pujades tuvo que multiplicar esfuerzos el gran Dante (Demetrio) para aumentar su producción, dada la demanda de la burguesía catalana. Por ese motivo, atrás quedaron los cuidados claroscuros, el mimo y la minuciosidad de su primer pincel, la generosidad en el colorido y el gusto por el natural realismo, para abrazar para siempre tendencias más vanguardistas buscando más el famoso “concepto” que otra cosa. O sea, que nuestro Dante comprendió enseguida que para que el arte fuese rentable bastaba con labrarse un prestigio y éste ya lo tenía; por tanto, simplificó mucho sus obras limitándolas a unos cuantos trazos esporádicos en el lienzo y a unos manchurrones de acrílico desperdigados por la tela. Claro está, no descuidó ni mucho menos el título de sus obras, a los que sazonaba con esa incertidumbre tan vana como enjundiosa tan común en las creaciones conceptuales: “Ruptura”, “Soledad”, “Certeza” o “Cruce de caminos”. La generosa y complaciente crítica de la prensa haría el resto. Avanzaban ya en su curso los 80.

Eso sí, como buen bohemio, no faltaba a su cada vez más frecuente cita con la absenta, a la que se entregaba en cuerpo y alma en la profundidad de los antros del barrio chino. No faltaban mujeres de cama fácil que mitigasen de cuando en cuando los alivios del cuerpo del artista. Pronto hipotecó su talento por el buen vivir, casi tanto, que redujo al mínimo su creación y anduvo sujeto a subvenciones y otras mamandurrias estatales hasta que conoció a un médico corrupto, amante más de su obra que de su talento, que le concedió la jubilación anticipada a causa de una artritis reumatoide en su mano izquierda, mano que curiosamente nunca empleaba para pintar.

Así fue como el prodigio de Dante, Demetrio el hijo del mulero, fue disminuyendo de forma inversamente proporcional al tamaño de su abdomen. Nada o muy poco quedaba ya de aquel soñador romántico que escuchaba a Raimon cuando el franquismo expiraba. Retirado y relegado por la crítica acabó el viejo pintor instalado en la antigua casita familiar del pueblo donde se crió, que pudo rehabilitar gracias a una subvención concedida por su amistad con un Consejero de la Junta. Paradojas de la vida: se había rebelado Demetrio en su juventud contra aquel sistema que ahora, con el paso del tiempo y disfrazado, le permitía una vida regalada.

Abotagado por el alcohol y con muchos problemas circulatorios, movía sus más de cien kilos de peso con gran dificultad, gran cabellera y barba cana ensortijada . Se convirtió en persona huraña y solitaria cuya introspección solo rompía cuando el alcohol le hacía desinhibirse.


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