Cazador Boreal- Parte 1.

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Hace 190 millones de años, la Antártida no se parecía en nada a la actual. Para empezar no se encontraba emplazada en el Polo Sur, sino más arriba, cerca del Ecuador, unida a los continentes de Australia, Sudamérica y África. En aquel entonces, el continente gélido y frío era un paraíso verde y cálido. Sus habitantes eran las criaturas más comunes que uno podría encontrarse en aquella época, los dinosaurios.

 

El silencio de un bosque de coníferas se vio interrumpido por el avance de una manada de dinosaurios de cuello y cola largos que caminaban a cuatro patas. Eran Glacialisaurus. Aunque medía 8 metros, este dinosaurio es el representante de la futura generación de titanes que vendría más adelante, los sauropodos, como el Diplodocus o el Brachiosaurus. La manada, compuesta por una veintena de individuos, avanzaba con paso solemne por el bosque, en busca de alimento. Finalmente, en un claro hallaron una amplia llanura donde crecía su alimento predilecto: los helechos. El grupo comenzó a comer, abriéndose paso por la llanura hasta quedar dispersos. Sus dientes, en forma de tachuela, deshojaban cada tallo. Bajaban la cabeza y cerraban las mandíbulas en torno a la planta, ascendiendo acto seguido con su boca repleta de hojas que se tragaban y su estómago se ocupaba de digerir. Pacían plácidamente en aquel lugar sin ser conscientes de que un depredador les acechaba.

Entre la maleza, agazapada, una hembra de Cryolophosaurus seguía cada movimiento de sus presas. Los llevaba siguiendo desde hacía rato, con cuidado de que no la descubrieran hasta llegar a esa amplia llanura que encontraba como el lugar ideal para emboscarse y cobrarse una víctima. Con sus 6,5 metros de largo, este terópodo que andaba sobre sus patas traseras, recordando a un pájaro en su desplazamiento y una extraña cresta curvada hacia atrás, era el depredador más grande y temible de aquella zona. Aun así, no era rival para los ejemplares adultos de Glacialisaurus. Pero ella no iba por los mayores, sino por los jóvenes.

 

Un joven Glacialisaurus jugaba con otro ejemplar. Correteaba de aquí para allá, despreocupado de cualquier peligro que pudiera encontrar. Se alejaba cada vez másde su madre, persiguiendo a su compañero, sin percatarse que a tan solo 7 metros de él, la hembra de Cryolophosaurus acechaba. Solo tenía que esperar a que se acercara un poco mas y sería suya. Cuando esta hubo andado unos metros más, para la hembra fue suficiente y se levantó. Con sus musculosas patas traseras comenzó a correr con grandes zancadas directa a por la cría. Esta giró y, en cuanto la vio, echó a correr gritando asustada. Todos se percataron de esto y el macho dominante de Glacialisaurus emitió un sonido de alerta. Conformaron una hilera defensiva, en donde se refugiaban las crías. Excepto una. El objetivo directo de la Cryolophosaurus seguía galopando, prestosa de reunirse con su madre, que ya corría hacia ella. Pero la Cryolophosaurus era rápida. Muy rápida. Y en cuestión de segundos, se colocó al lado de la cría, bajó la cabeza y hundió sus mandíbulas en el cuello de esta, atravesando con sus afilados dientes la tráquea y las arterias. Murió entre una asfixia y pérdida de sangre. La madre de Glacialisaurus solo pudo observar impertérrita como su cría moría. La Cryolophosaurus alzó su cuello y se llevó el cadáver, del cual aun goteaba sangre, en dirección al bosque.

Avanzó por la penumbra de aquel lugar hasta llegar a un sitio donde un gran árbol se encontraba derruido. Este estaba hueco y la Cryolophosaurus fue hasta la entrada donde dejó caer el cuerpo. Del interior del tronco, surgieron 3 pequeñas crías que gruñían ante la presencia de su madre. Estas, tenían su cuerpo cubierto de protoplumas similares al plumón, lo cual les venía perfecto para conservar el calor. Cuando crecieran, perderían esta cubierta y acabarían como su madre, con una armadura de relucientes escamas. En cuanto vieron al Glacialisaurus muerto, fueron hacia este y empezaron a devorarlo. La madre se colocó a su lado y sentada sobre sus cuartos traseros, comenzó a vigilarlo todo. Sus instintos la impulsaban a proteger a su camada y en aquel lugar había muchos depredadores ansiosos de cazar pequeñas crías, incluyendo otros Cryolophosaurus. De repente, la hembra notó algo.

Mientras sus vástagos trataban de arrancar un trozo de carne grande del cadáver, esta se puso de pie. Percibía algo. No era un ruido ni siquiera un olor, más bien era una sensación, como si algo en el ambiente estuviera cambiando. En ese mismo instante, el suelo empezó a temblar. Las crías lo notaron y fueron a su madre, escondiéndose tras sus patas. El aire se enrareció y un poderoso destello, como si un rayo hubiese caído, se proyectó justo delante de ellos. Aunque cegada, la hembra pudo percibir un extraño objeto ovalado de color gris pasando a gran velocidad. Emitía un sonido estruendoso, como  el rugido de una bestia enfurecida. Levantó una cortina de polvo a su paso y acabó chocando contra uno de los árboles. Los pterosaurios de las cercanías elevaron el vuelo aterrorizados, emitiendo graznidos.


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