Para ti, querido, te amo aunque prefieras esa pajuela.

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Estaba sentada frente al estante donde solías guardar tus llaves de la casa junto con tu billetera entre otros objetos que comúnmente usabas. Recuerdo que en tu billetera guardabas una pajuela usada doblada por la mitad, sin valor alguno ante mis ojos. Qué gracioso, olvidaste tu pajuela en ese estante. Bueno. Eso fue lo que pensé en mi inocencia, ahora me doy cuenta que fue todo lo contrario.

Estaba ahí, sentada, sosteniendo esa pajuela que siempre solías ver cuidadosamente, durante horas, como si tuvieras miedo de que desaparecería en cualquier instante.

Me puse de pie. No había nada más que hacer ahí, ninguno de esos objetos te traería de vuelta. Pero no me pude ir, sin antes llevarme esa pajuela conmigo, la guardé en mi bolsillo derecho y me marché a mi dormitorio. La coloqué en mi mesita de dormir, sobre "De Profundis", ¿recuerdas cuando me lo obsequiaste el día que murió mi conejo?, lo hiciste sólo porque querías verme feliz, ya que tenía bastante tiempo buscando ese libro. Me dormí pensando en ese día tan especial, soñé contigo y con nuestros recuerdos.

Al despertar, lo único que me parece importante es saber si esa pajuela que tanto veías seguía igual. La agarré y la miré detenidamente. Perfecta. Para ser una simple pajuela doblada tenía un extraño encanto que dominaba todo. La guardé en mi bolsillo, exactamente como hice el día anterior.

Pasaron los días, y la pajuela nunca salía de mi bolsillo, o de mi bolso. Un día al quitarme la chaqueta, ésta se cayó y terminó dando abajo de una mesa. Un temor invadió mi cuerpo sólo por el hecho de imaginar que la pajuela podría perderse y nunca volvería a tenerla; así que con bastante paciencia, la uní a una pulsera, y así siempre tendría la pajuela en mi muñeca sin temor de perderla.

No tocabas guitarra, ni te interesabas en aprender a tocar. ¿cómo esa pajuela llegó a tus manos? ¿por qué la quisiste tanto? ¿por qué siempre la tenías encima? Solías verla a ella más que a mi, te entretenías más viéndola que viéndome a mi, mientras yo trataba de seducirte, te amargabas y te ibas de la habitación para poder estar en paz con tu querida pajuela. Cariño, ¿cómo dejaste que me hiciera ésto a mi?

Tanto tiempo pasé odiandola, y ahora, la tengo atada a mi muñeca por ser el objeto que más me recuerda a ti. Oh, querido, éramos tan felices y perfectos. Ese día que te fuiste de la casa, te la querías llevar contigo, perdóname si te hice molestar al golpearte con la cenicera en la cabeza, es que no soportaba la idea de que te irías con ella y conmigo no.

Oh mi Dios, cómo odié a esa pajuela. Cómo la sigo odiando, por su culpa te fuiste y me dejaste. Es una maldita, igual que tu... Perdóname, no quería decir eso.

Pero por alguna razón no quería quitarmela, y siempre la estaba observando. Me hacía sentir idiota y frustrada, como si nunca conseguiría nada bueno. No aguantaba la presión. Ella siempre me presionaba. Pero, a pesar de aquel odio, no podía separarme de ella, la necesitaba... la necesito.

Cariño, ¿quieres que te cuente la peor parte de esta historia?, se me hace tan difícil, es tan doloroso.

Desperté una madrugada, por un mal sueño. Eran las 3:45 A.M si mal no recuerdo. Tuve la típica necesidad de ver la pajuela y de tocarla. Cuando toqué la pulsera en busca de mi tan odiada pajuela, no la encontré. Me paré de un salto de la cama a encender la luz. No estaba. NO ESTABA. Sólo había un maldito hilo sin nada más. ¿COMO PUDO IRSE ASI? de una manera tan fría, igual que tu. Creo comprender por qué la amabas tanto, incluso más que a mi.

Te cuento todo ésto, porque necesito que le digas a ella, si se fue contigo, que la odio. Y el motivo de esta carta, es de explicarte todo, porque quiero que entiendas que sin ti y sin mi tan odiada pajuela no tengo motivos para seguir aferrándome a esta vida. Porque sin ella me siento tan sola, tan mal, me he enfermado y no puedo curarme, no fui a un médico porque sé que ninguno podrá quitarme ésto, ya que lo causó ella. Todo está en su plan de quedarse solamente contigo, sin nadie que pueda interponerse. Decidió desacerse de mi, y lo hizo, sólo que yo terminaré su trabajo. ¿Recuerdas ese arma que guardabas en el cajón de tu estante -donde estaba la pajuela en un principio- por si hubiese una emergencia? Aquí está, en mi mano, cumpliendo el propósito que tu tan amada pajuela le dejó.

Te amé con locura, y termino amándote con más locura.

Pero, cuidala, y nunca la pierdas.


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