Lujuria

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Es realmente denigrante ver como algunos deseos logran llevarnos a nuestros rincones más oscuros. Con qué facilidad destruyen principios que se crearon con el tiempo y con ellos, todos los buenos valores forjados en el trayecto. Y es que somos seres hechos de carne y hueso, pero también de sentimientos puros e impuros. Orgullo, vanidad, lujuria; y de éstos, miles de crías amorfas y claro, venenosas.

            Algo parecido sucedería una tarde con Fabio. Cuando en el lugar y momento equivocado, quizá obra maquiavélica del destino que no acepta a todos como hijos, encontró a Pamela sola caminando en la acera. Ella, quien desde hace un buen tiempo era novia de su mejor amigo, exhibía unos atributos poco convencionales en su pueblo. Y un aura puro y por consiguiente, corruptible. Razones más que suficientes para canjear una amistad por un encuentro carnal.

            Entonces Fabio se acercaría a ella y lanzaría la primera piedra. Sin anestesia alguna, comenzaría a soltar todo el veneno escondido en él. Contando así secretos propios de la amistad, todos los delitos que Julián, –el mejor amigo­–, había cometido. Con la esperanza ilusa de que Pamela cambiara esas lágrimas que ahora brotaban de sus ojos por un furor intenso que sólo sería aplacado en su cama. ¡Qué bajo estaba cayendo Fabio!

 

            De esa manera, traicionaría una amistad desde la infancia, cegado por la soledad y el deseo o simplemente la lujuria. Quizá algún día llegase a recuperar su dignidad regada esa tarde, por el camino junto con sus mentiras y puñaladas. Pero incluso así, el daño ya estaba hecho.


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