La otra mitad del corazón

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La colilla humeaba en el suelo junto a la puerta del edificio. No debía haber pasado mucho tiempo desde que Mayka entrara en la oficina. Noté mis mejillas encendidas, debían estar al rojo vivo. Me ajusté el sujetador de forma que el escote mostrara más pecho y pasé. Solía entrar todos los días en su despacho, con la excusa de pararme a flirtear con su compañero de oficina, un mujeriego desfasado cuyo sistema de adjetivos se me antojaba rancio. Pero a pesar de mis continuas visitas, ella nunca desviaba su mirada de la pantalla del ordenador y transcurría así el día, absorta en su trabajo. Y entre risas falsas y piropos deslucidos pasaba allí el rato y la veía, de vez en cuando, dejar escapar una pequeña sonrisa por su boca, pero siempre con la mirada clavada en el mismo lugar. Ella era hermosa, pero no lo sabía, quizá nadie se lo había dicho nunca. Solo le faltaba combinar mejor sus prendas, que seguramente agarraba con descuido del armario en esas mañanas ajetreadas de trabajo. Sus dientes, que había podido observar alguna vez en una de aquellas sonrisas furtivas, eran perfectamente blancos a pesar a su afición al tabaco. Sí, era realmente hermosa, pero quizá los espejos de su casa estaban demasiado sucios.

Aquella mañana, en la que hice mi recorrido cíclico, un minúsculo detalle destruyó la monotonía habitual; aquella mañana vi brillar algo en su pecho, algo de lo que nunca antes me había percatado. Intenté mirar más fijamente con disimulo mientras simulaba buscar ciertos papeles y advertí que se trataba de una fina cadena de plata que adornaba su cuello y de la que colgaba la mitad de un corazón, también de plata y probablemente con alguna inscripción. En ese mismo instante sentí que todo desaparecía a mi alrededor, se desvanecía de un soplido seco, instantáneo, todo era negro excepto aquel objeto brillante, que daba vueltas en mi cabeza y me latía en las sienes con ritmo nervioso. Todo se había derrumbado de forma vertiginosa, no imaginaba que… Pero, ¿por qué? ¿Quién? ¿A quién pertenecería la otra mitad de aquel corazón?

En el camino de vuelta a casa las lágrimas seguían corriendo por mis mejillas, que aún encendidas, las evaporaban. Mayka. Veía su nombre escrito en la carretera, veía su nombre escrito en cada señal de tráfico, reflejado en los espejos, en la luna, los escaparates. ¿Quién tendría la otra mitad del corazón? ¿Quién?

Todo era negro. No vi la luz roja.

Tras unos instantes de inconsciencia la claridad volvió y los colores tomaron de nuevo su lugar original. Mi corazón palpitaba demasiado fuerte, pero aquel golpe fatal no había sido el choque de éste contra mi tórax, sino el de mi coche contra la pared.

Hay un herido, escuché a lo lejos, voces y ruidos extraños y lejanos. Por fin reaccioné y salí a examinar la situación. Un hombre, joven, hermoso, yacía en el asfalto; los labios rojos, teñidos de sangre. Algo brillaba en su cuello, algo que inevitablemente captó mi atención, y al acercarme a observarlo no sé si el pecho se me desgarró de pena, o por una carcajada sádica y nerviosa: había encontrado la otra mitad del corazón.


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