La profesora

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La clase se desarrollaba en un ambiente de relativa calma, con rumores que nacían en focos aislados y por turnos, burbujeando a intervalos lentos y en un orden aleatorio de aparición por toda la vastedad del aula; pero siempre sofocados a instancias de la profesora si es que rebasaban el límite de lo tolerable.

En uno de esos focos ---o pupitres--- se había entrabado entre sus ocupantes un acalorado diálogo, que por su murmurio apagado y lo apartado del aula en que se llevaba a cabo, pasaba desapercibido por la profesora.

---Es joven, cojudo. Te apuesto que no pasa de los treinta.

---No exageres. Es joven pero no tanto. La tía estará rondando los cuarenta. Que se conserva nadie lo duda, pero para mí que es trabajado. Te apuesto que esa tía es de frecuentar el gimnasio.

---¿Cuarenta dices?, ¿con ese cuerpazo?. No te creo aunque me enseñes su DNI.

---Mírale el cacharro pues. Gánate esos surcos y esas patas de gallo. Hazme caso, la tía ronda los cuarenta, solo que está trabajada como te digo.

---Puta marewebón, pero de que me la tiro me la tiro, sino me dejo de llamar pingón.

---Ja,ja,ja,ja.

---Calla mierda, te va a oír.

En efecto, la profesora, que era de quien hablaban, había oído la risa de Víctor ---que así se llamaba aquél---, y ubicando el sitio de donde provenía, les intimó a ambos, a él y a su amigo Daniel, que guardaran silencio. La comparsa de compañeros que estaban en pupitres aledaños convino con la amonestación entre gestos a destiempo de fastidio y risitas cachacientas, originando así una ola de chanzas al vuelo que se propagó estrepitosamente por todo el salón; y en la que hasta el más tranquilo aportaba su granito de arena. “¡Basta!” gritó la profesora, y todo el salón quedó en silencio.

La profesora, que no era tonta, sino al contrario, muy perspicaz e intuitiva, ya tenía sus sospechas de la probable causa de aquella risa, y, lejos de no darle importancia y continuar con la clase, se aventuró, lujuriosa, a entretenerse un rato a expensas de la situación, sin dejar de parecer espontánea.

---Haber chicos ---les dijo a los dos amigos, en un tono amigable, mientras a paso lento se dirigía al pupitre que ocupaban---, la geometría es la parte más sencilla y divertida de las matemáticas. No exige como las otras, dedicación especial ni desveladas, solo basta con saber escuchar y mirar. Solo eso y ya verán cómo los teoremas desfilan ante sus ojos cual si fueran sumas y restas, multiplicaciones o divisiones; además los corolarios no tendrán que memorizárselos, sino que los deducirán de estos últimos.

La profesora ya se encontraba al lado de los dos amigos, y, buscando un apoyo donde afianzarse para hablar con más comodidad, se sentó de costado sobre el pupitre más próximo que formaba parte de la otra columna, ocupada por otros dos alumnos. Al hacer esto se le aminifaldó la falda, que ya por sí era corta, dejando entrever unos firmes y bien proporcionados muslos femeninos. Daniel, el más próximo y, por ende, al que más beneficiaba la vista de aquellos muslos, se había quedado idiotizado ante el prodigio, lo que, naturalmente, le impedía asimilar cuanto aconsejara la profesora. Por otro lado, ésta proseguía con su fingida perorata:

---Deberían aprender de Jaimito ---dijo mesándole los cabellos al chico del que acaparaba el espacio de pupitre donde estaba sentada, mientras que con un fugaz sube y baja de posaderas retiraba a un lado el cuaderno que sin querer había aprisionado---, que con celo ha mantenido hasta ahora invicto su primer puesto los dos primeros años de la secundaria, y lo seguirá manteniendo durante éste y los dos más que restan conforme sigan ustedes, que son su competencia, empecinados en no prestar atención a la clase. ¡Y esto va para todos, eh! ---le soltó el cabello, y girando el busto a uno y otro lado para que con la mirada captase la mayor cantidad de cabecitas que muy atentas le seguían el discurso, ocasionó que en ese meneo la falda se le corriera otro tanto más, lo que Daniel muy bien aprovechó para romperse el ojo, como vulgarmente se dice; luego prosiguió:

---Porque sin menospreciar su dedicación y disciplina férreas, que son cosas muy importantes y dignas de admirar, la clave de su éxito, creo yo, radica justamente en eso ---y por tercera vez---, en saber escuchar y prestar la debida atención a una clase.

Después de esta reiteración, fijó la mirada en Jaime, y con una sonrisa de tierno halago, le acarició amorosamente el mentón. “¡Qué perra!” pensó Daniel. Jaime no pensó nada, solo se ruborizó y sonrió. La profesora retiró la mano y, girando nuevamente como ya lo hiciera, a uno y otro lado para dirigirse a todo el alumnado, lo que, por otra parte, cada vez más le descubría aquella peregrina zona que eran sus muslos y de la cual tan meticulosamente al tanto estaba nuestro pilluelo, prosiguió:

---Como ven, de esto y de muchas cosas más estoy enterada, no menos por la natural curiosidad que por la razonable necesidad de enterarse previamente del nuevo escenario laboral donde toca desempeñarse, y del cual muy generosamente me informara en todos sus detalles su anterior profesora de matemáticas.

Dicho esto, dirigió el cuerpo y la vista hacia los dos amigos, y les dijo:

---Así que ya saben chicos listos, a dejarse de cotorreos en hora de clase, que para eso disponen de un holgado receso. ---Pensó unos segundos, y agregó:

---A menos que crean que no soy tan buena profesora y que la anterior lo hacía mejor.

Hizo otra pausa en la que deslizara una mirada, no menos lúdica que inquisidora, de Daniel a Víctor, y de Víctor a Daniel, luego con un tono no exento de sutil malicia, concluyó:

---Espero no decepcionarlos. ---Y, sabiendo que sus muslos eran el blanco sobre el cual desde hacía rato se posaban las miradas furtivas de los dos amigos, se escurrió del pupitre, abriendo los muslos tan exagerada como innecesariamente, dejando al desnudo, por no hallarse prenda interior alguna, la recia anatomía de un coño maduro y depilado. Después de lo cual, triunfante, regresó al otro extremo del aula a reanudar su interrumpida clase.

Los dos amigos quedaron corridos por lo que acababan de presenciar, pero no por eso menos excitados. La inocencia de los primeros años declinaba y se perdía para dar paso a un sexo que, opuestamente, se alzaba y se enrigedecía.

Jaime, quien, a pesar de no haberse roto el ojo como los otros dos, no era ajeno a toda esa sensación que se percibía en el ambiente, luego de besar la tapa de su cuaderno donde se sentara la profesora, se lo restregó por sus genitales.

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