El silencio.

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El incesante tic-tac del relój obligó a Julio (muy a su pesar) de despegar los ojos y despertar a un nuevo día. No esperaba, pero sí estaba preparado para que ese día fuera exactamente igual a los demás.

Caminó arrastrando los pies hasta la puerta de su habitación, aún con los ojos entrecerrados y la cabellera hecha un desastre, su saliba, ahora seca, había dejado un desagradable rastro en su mejilla derecha.

Abrió la llave del agua para lavarse la cara y mientras lo hacía se percató del silencio que reynaba en la casa.

Normalmente, los sábados (como ese) su madre se encontraba en la sala haciendo los quehaceres, escuchando algún disco de jazz de Miles Davis o John Coltrane. Su pequeña hermana, Laura, estaría en el jardín jugando a la comidita o chapoteando en la piscina. Su hermano mayor estaría tomando una ducha para ir a ver a su novia, pero ese sábado en particular, el estaba sólo en casa.

Seguramente salieron a desayunar sin mi - pensó - Quizá estén por volver.

Olvidó a su soledad y se metió a bañar. Mientras se duchaba, se percató de otro silencio. La casa de la vecina de atrás. Normalmente los sábados era día que sus nietos la visitaban y había mucho ruido. Niños corriendo tras una pelota o jugando con Bob, el perro de la señora, pero hoy, no había ruido.

Cerró la llave y tratando de ignorar ese silencio salió de la regadera y se fué a vestir, fráncamente era agradable tomar la ducha del sábado y no tener que retirar los calzones mojados de su hermano de la llave del agua.

Despues de vestirse, bajó al comedor, había cuatro platos servidos en la mesa, todos con dos huevos fritos, tiras de tocino y su respectivo baso de jugo de naranja al lado, tocó el contenido de uno de los platos, le faltaba poco para estar completamente frio.

Fué entonces que decidió llamar a su madre, sólo para percatarse de que había olvidado su celular en el sillón. Intentó con el de su hermano, este lo había olvidado en su habitación.

Salió a la calle en busca de información, quizá algún vecino sabía a donde habían ido y porque lo habían hecho con tanta espontaneidad. Entonces se encontró con el mayor de los silencios.

Era un silencio frio y aterrador, las casas estaban abiertas de par en par. Tocó la puerta en casa de la señora de los nietos ruidosos y al no recibir respuesta entró hasta el patio trasero... no había nadie.

Probó suerte en las demás casas y cada vez el resultado era el mismo. Todas tenían las puertas abiertas y residuos de desayunos sin terminar, pero ningún ser humano en el interior.

Invadido por el miedo corrió varios metros gritando - HOLA! ¿HAY ALGUIEN? - pero no encontró a ningún ser humano.

Durante varias noches lloró, con miedo de encontrarse con zombies o vampiros, pero ellos tampoco estaban cerca. Al cabo de unas semanas se empezó a adaptar pasando las noches en casas abandonadas pero con todo lo necesario para que un humano viviera cómodamente.

Despues del primer año, había terminado con los alimentos enlatados de las casas de su cuadra, era divertido recorrer los cines, museos, estaciones de metro, tiendas, sin nadie que evitará que se robara las bicicletas u orinara en los postes de luz.

Duró algunos años más subsistiendo de alimentos enlatados, con la esperanza de algún día volver a ver a otro ser humano, o al menos saber que había sido de ellos y porque lo habían dejado con ese único y leal compañero: el silencio.


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