La profesora

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Nos conocimos a través de una red social de esas para encontrar pareja. Luego de unas charlas previas decidimos encontrarnos en un bar. Descubrí una mujer que podríamos definir como exuberante, no era alta, pero su físico tenía imponencia: enormes ojos negros, larga cabellera del mismo color, labios carnosos, senos grandes y agresivos, caderas poderosas, piernas muy bien torneadas y una forma de andar, hablar y mirar que sugerían un desafío. Nos caímos bien y quedamos en repetir el encuentro. Pocos días después me pidió que la pasara a buscar por la universidad (era profesora) para después ir a comer a su casa.

A la hora convenida nos encontramos en la puerta, la profesora llevaba un vestido suelto, muy veraniego, con un estampado floreado y unas sandalias de taco alto, muy apropiadas para la imponencia de su cuerpo.

Una vez en su departamento pedimos pizza y comimos charlando, contentos y relajados. Pero sabiendo que el postre iba a ser interesante. Una vez que terminamos de comer le propuse sentarnos en un sofá. Una vez allí comenzamos a besarnos, suavemente al principio y con cierta ansiedad después. Al subir la temperatura de los besos, la profesora se puso de pie y colocando su culo frente a mi cara se levantó el vestido dejando su hermoso trasero a la vista, llevaba una ínfima tanga con una tirita calzada en la raya. Acaricié y mordí sus glúteos. Después se arrodilló, desabrochó mi pantalón, sacó mi verga y comenzó a chuparla aplicadamente, allí estaba la profesora, con todo mi pene en la boca, moviendo su cabeza hacia arriba y hacia abajo. Yo sentía sus labios carnosos deslizarse todo a lo largo, su lengua moviéndose, mi glande en las profundidades de su garganta.

Entonces me dijo “¿vamos allá?”, “allᔠera el dormitorio. Fuimos y nos desnudamos en la penumbra, me lancé sobre ella y comenzamos a frotar nuestros cuerpos con ardor y hambre de piel. Mientras la besaba sentía sus tetas contra mi pecho, le apoyaba la verga en el abdomen, enredábamos nuestras piernas. Chupé sus pezones enormes, se los lamí, se los mordí. Llevé mi mano a su entrepierna y encontré su carne palpitante, húmeda y caliente. Metí mi dedo en un orificio anhelante, con ansias. Ella gimió y me abrazó fuerte. Sin esperar más la penetré llevando toda la longitud de mi miembro al interior de su cuerpo. Y nos entregamos la profesora y yo, a dialogar con nuestras partes más íntimas. La cama crujía rítmicamente a medida que yo me sacudía sobre ella, y ella gemía, jadeaba, murmuraba palabras atolondradas.

Y entonces quiso ponerse en cuatro patas y que yo la penetrara desde atrás mientras nos mirábamos en un espejo: sus tetas oscilando, sus labios gruesos en un gesto de placer profundo, y detrás yo, con el éxtasis en el rostro, sujetándola de la cadera. Acabé y me sentí en un remolino vertiginoso, mientras oía los gritos de ella que también estaba acabando. Agotados, con la respiración agitada, quedamos uno junto al otro. La tomé de la mano.

Charlamos un rato, hasta que tuve una nueva erección, y ella exclamando “Mmmmmmm” se inclinó sobre mi pene y volvió a chuparlo. La puse boca abajo, me le subí encima y la penetré para recomenzar el movimiento ondulante de mi cuerpo sobre el de ella. La profesora, con el rostro a medio hundir en la almohada exclamó “¡cómo me estás recogiendo!”.


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