Fuente

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Los reflejos de la luna tintinean en las ondas acuosas de aquella fuente, formadas, nada más, por el veloz paso vertical de dos agujas secas de pino; sin pensar en una pausa, las púas verdes siguen creciendo hacia el sol desconocedoras del abandono ya firmado por su padre; la tenue caricia de un soplido sobre los cascos arbóreos suena como los pasos de las columnas de agua cuando apenas pisan la tierra. Comienzan a caminar lejos, en ese instante haciéndose dueño del despiste unAedes albopictus toma las agujas en sus patas traseras siento, en ese preciso segundo, el mejor equilibrista jamás visto sobre la alabadora fuente.


Las columnas, maquiavélicas, se abalanzan teniendo como única intención hundirlo, hacer de una deprimida piedra su ataúd acuático. Docenas de gotas se arrojan a sus alas mordiendolas hasta que no puede moverlas, pero agarrando su parte inferior exprime toda la fuerza dada anteriormente por otros para agitar sus, ahora, aletas, y penetrar en el aire. Se refugia bajo un saliente de su cárcel, sólo entonces sus patas le recuerdan que no es un ser bipedo y desfallecen a favor de cuatro, y tres mordiscos, consecutivamente. Agarra, muerde, succiona cada microscópico saliente de su ya claro ataúd gris y pega su boca a la piedra desesperado por el hielo psicológico formado en sus extremidades inferiores. Los patines se hunden bajo sus dedos, y sobre ellos exhala el postrero aliento pétreo decidiendo así si la mar o la piedra acuchillaría sus pulmones.


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