Eso I

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Enviado el , clasificado en Intriga / suspense
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Creí que había terminado, que nunca volvería a mí, que tan sólo volvería si yo lo pedía. Fue lo que me prometió, fue lo que juró sobre lo que más quería en aquel entonces... Aunque nunca pudo querer. Nos parecemos al fin y al cabo.


Ahora quizás solo pueda ver esta oscuridad, esta habitación de un blanco carcomido, pálido; de un frío que abrasa con solo mirarlo. Parece que puedo ver sin la luz de la razón cómo me observan, sentir su olor nauseabundo, y una vez más revivir como soy para ellos, solo corteza vacía de un árbol que nunca brotó. De hecho, lo único que puedo saber con claridad es lo que soy... quizás tampoco.

Podía verse lo que el sentía cuando salía, al principio pensé que de verdad estaba loco, que nada era real, que quizás incluso mi existencia era el sueño de algún borracho sin alcohol. Pero ni siquiera un borracho podría tartamudear lo que fue, es y será mi vida. No puedo hacer nada para cambiarla, no me puedo mover, vendrá en cualquier momento y solo puedo mantener la mirada en el dulce espectáculo que entonces me había brindado, en realidad me gusta... Tiene razón.


La solución es abrir sus alas; si no existen no pueden mirarme con esos ojos inundados de lástima, lo único que hay que hacer es liberarlos de su condena... Eso haré, no puedo mirar más este delicioso espectáculo, aunque es bello. Como a él le gusta, como nos gusta.


Caminé tranquilamente ensangrentado por las calles de mi ciudad, lo único que pude pensar para cumplir sus deseos, y los míos propios, fue pregonarlo como si de una propaganda agresiva se tratara.


—¡Vengan a nuestra tienda, les aguardan sorpresas, chistes, artículos de broma y alegría para todas las edades!


Quedó complacido. Fuí liberado y camine a casa, me quite las ropas y una vez más las introduje en el horno. Durante toda la noche pude oír los gritos y estallidos de cada fibra de algodón. Podía sentir calor. No era más que el calor que proporcionaba a mi cuerpo con cada imagen aún caliente, como borboteante, escarbaba sobre el suelo de mi pobre mente ya infestada y corroída por las súplicas incesantes y la desollada piel de los condenados a muerte. Lo admito, me encantaba.


Al día siguiente la habitación era de un marfil apolillado, la invadía un olor a carne recién hecha.


En cuanto pisé con mis botas la madera del suelo, una vez mas, sentí las cascadas de polvo que desataba con cada paso. Caían y caían en el piso inferior. Era horrible, desesperante para cualquiera con dos orejas.


Reaccioné. No podía soportar la idea de que jugase conmigo una vez más, me hacía sentir despreciable, todos podían notar lo turbado que estaba. Aquella noche entraría en mi cama, taparía mis ojos con las sábanas y me arroparía en su abrazo. No tengo el valor para negarle su juego. Para él soy una hormiga a la que quemarle las antenas y ver como se retuerce hasta consumirme. Tengo que vivir hasta entonces.


Después de comer la insipida comida aparecida en el horno dispuse mi vida como cada día; primero limpiaría los relojes de la vitrina del escaparate; después iría a hablar con  Filip, y camino a casa pasaría a comprar unas flores que dejar en la ventana de mi bella prometida. Siempre sonreía tan amplio al verlas, y yo lo hacía al ver su rostro lleno de felicidad. Me emocionaba ver como sus sonrisas saltaban y me besaban suave, caliente y con una caricia por guinda. Sonrió al verlas.


Pero una vez mas, nada sería como a mi me hubiese gustado.

En cuanto encontro jugadores caminé a casa sabiendo lo que pasaría, cada calle no era más que un desierto repleto de granos insignificantes de arena... ratas. Si supieran lo que puede llegar a hacerles, me tratarían con más respeto. Cada farol por el que pasaba era una linterna que dejaba verlo dentro de mi, el silencio era ensordecedor, y la oscuridad, lejos de los focos inculpadores, atractiva; me hundí en su carne una vez más. Llegué a mi guarida intentando hacer el menor ruído con mis pasos, aunque yo oía cada latido como un tambor de guerra en mi interior, gritando y rasgando mi piel para salir y hacer justicia. Ojalá


Efectivamente, pude dormir muy pronto, la oscuridad que rodeaba mi casa lo calmaba, sabía que mientras estuviese en lo desconocido no pasaría nada que él no pudiese controlar. Cerré los ojos e incluso antes de poder acomodarme en la cama mi cuerpo se levantó de nuevo con una sonrisa desconcertante, aunque fácilmente reconocible para nosotros en el espejo.


—Vamos a...jugar, será, divertido y sobre todo, feliz...


Después de caminar con rebotantes pasos por mi morada, salió con una sonrisa que se aceptaría como amable, y puso camino hacia el lugar donde había sido acordado juntarse con los jugadores.

—Es genial este hombre.


—Sí, la verdad es que no tiene par.


—Ahí está. ¡Estamos aquí amigo!


En cuanto escuchó otra vez las mismas palabras que cada noche, giró mi cabeza sonriendo como había visto que hacían sus queridos jugadores y, sin tardar una vuelta de dólar en el aire, se acercó a ellos. Sólo escuchaba exactamente la misma y tediosa canción de cada minuto; cada segundo; cada pestañeo; cada...sonrisa. Y sonreí.


—¿Vamos, compañero? Con estas ropas tan elegantes que te has puesto seguro que habrá muchas buenas mujeres encantadas de pegarse a ti.


—Venga, vamos que, como estemos por aquí después de que den, no podremos hacer nada.


Los siguió sin decir ni palabra, los noté realmente alegres, parecía incluso que se alegraban de mi nuevo aspecto, aunque yo también. Eran las ropas que tantas veces había llevado. Uno acaba teniendo cierta predilección, supongo. Pero sonriendo los guió al paraíso de mujeres y alcohol a buen precio que les había prometido casi dibujando en sus ojos cada curva de cada mujer; contorneando las copas del mejor vino; deshaciendo en sus bocas cada promesa de diversión , estaba bien que degustaran el sabor que les esperaba.... Y sonreí.

Se acercaron al tablero y una vez en la casilla de salida, las saco, sacó sus cartas, y acariciando sus (de ambos muchachos) hombros con el resplandor de dos de sus juguetes preferidos, ambos muchachos se pararon. Respiraban asustados. Podían ver, incluso ellos, sucias ratas de alcantarilla, que la sonrisa que ahora lucía en mi cara era mucho mayor, y ya no estaba admitida como amable, sino que era la misma que se describía en los cuentos pensados para dormir a los niños, o para que no durmiesen... los cuentos de monstruos. Pero él no era un monstruo, sólo un espectador.


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