Cuestión de honor

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- ¡La calamidad se ha apoderado de nuestra familia! 

Se oía aquella chirriante voz desde hacía un buen rato, era como un cincel que iba haciendo mella en la madera hasta darle la forma deseada. Corrí la cortina que separaba la sala de estar de la cocina, ya harto de aquella canción.

- Madre, ¿qué quiere que hagamos? El Calambres ya dijo que el mal estaba hecho. Ahora no queda más que esperar a que para La Sonsoles, y luego Dios dirá. 

-¿Pero cómo te puedes quedar ahí de brazos cruzados? ¿No te enseñé yo a ser un hombre? Si yo pudiera, ya habría ido a buscar a ese desgraciado. - Se agarraba las enaguas para que no le molestaran mientras daba una patada al culo imaginario de Julián el Sordo.  

El Chiquillo cabeceaba mirando a su madre, sabiendo la que se le venía encima.

- Voy a coger a La Kika y me acerco dando un paseo a casa de Julián. No me espere despierta, que luego tengo que arreglar unos asuntillos y volveré para la noche. 

-¿Qué asuntillos son esos Chiquillo? No serán en la taberna del Pascual, verdad? Mira que como me entere que has ido por allí...

El golpe de la puerta cortó en seco la frase de la mujer. Mientras tanto, El Chiquillo ya andaba calle abajo con La Kika, esta perra que era una maravilla para levantar perdices. Pasaron entonces junto al establo y vieron a La Sonsoles, ya se la veía un poco gorda. Lástima que este año no la montaría un semental, como quería Madre.


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