Bayas II

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En el fondo sabía perfectamente que esa relación no me llevaba a nada. Era algo tóxico para mi organismo y para mis sentimientos. Hacía poco que había descubierto que tenía sentimientos y ahora no hacían más que joderme. Por culpa de los sentimientos cualquier gilipollez me tocaba la moral, me dolía. Antes no. Antes era todo un tiparraco al que todo en el mundo se la sudaba.

-Oye, Leo, no te preocupes cariño
-No estoy preocupado rubia
-Sabes que odio que me llames “rubia”
-Y tú sabes que me pones cachondo cuando pones cara de enfadada -no me creía que estuviera bromeando después del sexo catastrófico que le había ofrecido

Comenzó a acercarse a la bañera, desnuda, para acabar sentándose en el borde. Posó sus finos dedos en mi cara, me acarició y besó mis labios con los suyos. Al agacharse observé cómo caían sus pechos de una manera elegante, elegante como sólo ella podía conseguir con su espectacular cuerpo.

Tenía unas pocas pecas debajo de los ojos y en la nariz. Recuerdo que la primera vez que ví esas pecas en lo primero que pensé fue en correrme en su cara. Soy un jodido degenerado, dieciocho años y lo único que pasaba por mi cabeza a parte de las fiestas y las nalgas eran más nalgas en más fiestas y el sexo.

No decía nada. Sólo se me quedaba mirando con su precioso rostro sacado de alguna laguna en algún territorio de mi paraíso isleño, de algún bosque plagado de ninfas del agua. De pronto en su boca se dibujó una sonrisa. Introdujo una pierna en la bañera y después la otra. Se inclinó para introducir lo que quedaba de cuerpo sin mojar en el agua pero se detuvo un poco antes de llegar a empaparse el coño. Hija de puta, lo hacía a propósito porque sabía que me gustaba verla jugar. De repente todo yo estaba excitado, no sólo mi pene, si no mi mente. Bullían en mi cabeza mil y una cosas que hacer con su cuerpo, mil y una cosas fuera de toda moralidad, mil y una cosas sucias, mil y una cosas húmedas, mil y una cosas poco buenas.

Seguimos en silencio. Ella se dió la vuelta dándome la espalda. Ella mandaba. Se me montó encima y el agua comenzó a chapotear. El mundo dejó de girar. Todos los males y los dolores no existían. Sentía el calor interior de su cuerpo, aun con el agua de la bañera podía distinguir su propio “agua” chorreando dentro de ella. Me era imposible apartar mi mirada de sus nalgas. Sus nalgas mojadas, sus putas nalgas perfectas esculpidas por Venus para ser mi perdición en esta vida.No paraba de moverse. No sabía si gemía de placer o por compasión pero gemía y me gustaba. Hice que se agarrara al borde la bañera, que pusiera las rodillas contra el suelo, que su culo quedara en pompa, que mi mente estallara en un complicado collage de escenas inequívocamente perversas. Le hice el amor.

Estuvimos follando largo rato antes de que decidiéramos parar por puro agotamiento. Después de tremenda actuación se merecía de sobra un trabajo bucal. Cuando acabé de frotar mi lengua entre sus muslos, sus suaves muslos potencialmente nórdicos, salí de la bañera. Me puse lo primero que pillé en el armario, salí a la calle y compre en la frutería de dos calles más allá un racimo de uvas, una bolsa de picotas y unas grosellas. Caí en la cuenta de que en todo este rato habíamos estado en silencio. Me cobró la sobrina del tendero, una pelirroja de no más de 17 años que siempre me habría gustado empotrar en el cuartito del fondo de la tienda.

El resto de la tarde la dediqué a quedarme sentado en el maravilloso sillón orejero de mi cuarto viendo como Elena se daba un festín de masturbación mientras yo comía algunas bayas y me fumaba algo de hierba


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