EL HOMBRE DE LAS ALÀRGATAS ROSADAS

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EL HOMBRE DE LA ALPARGATA ROSADA ( Calzado de lona con suela de yute qu usan los paisanos)

“En las pilchas del paisano, se ve el amor de la china”. Desde el día en que la Parda Flora conoció esta sentencia la tomó como un mandato para demostrar su amor por el Matrero.
Se habían conocido en un baile en la Leopoldina, pero ambos ya sabían el uno del otro por sus mentas. El Matrero, de los encantos físicos y espirituales de la Flora, la prenda más deseada desde Blaquier a Villa Saboya, la hija del vasco Arriague. Ella soñaba con conocer a ese hombre al que los dichos habían llenado de atributos que alimentaban sus deseos , fantasías y esa obsesión por conocerlo. 
Y fue aquella noche, en aquel baile, en que la luna faroleaba el piso de tierra, que entre la bruma de la polvareda de los bailarines , como una sombra recortada por un aura, la presencia del Matrero enmudeció la fiesta.
A su paso se abrieron las parejas, a paso firme se acercó a la mesa donde la Parda, con el vaso de naranjada que se detenía en el camino a sus labios, miraba congelada y anhelante, al hombre que emergía como un sueño.
¿Qué fue lo que les dijo que eran ellos los buscados, quién guió los pasos del Matrero, por qué la Flora levantó sus ojos cuando el vaso iba camino hacía sus labios?...No podemos saberlo… El hecho es que así se conocieron… Bailando al compás de un ranchera se fundieron sus cuerpos, sus ganas, su aliento. Ajenos a miradas ajenas, se untaron de besos. 
Así se cuenta por aquellos pagos, como unieron sus vidas la Flora y el Matrero. Levantaron un rancho de barro y paja al reparo de un monte de paraísos, que les dió el viejo Arriague, allí vivieron una pila de años, con algunas vaquitas para el ordeñe, unas ovejas, chanchos y gallinas, con la única ambición de ser felices.
La Flora to tenía hecho una pinturita al gaucho, le bordaba las camisas, el pañuelo de cuello, la blusa corralera, el sombrero, la rastra, las botas de potro, hasta el cuero bordado tenía el Matrero… Y fue una vez, en que se quedó sin hilo por no poder ir al pueblo …
El Matrero se había comprado alpargatas blancas, para lucirlas en la fiesta patria. La Flora ya tenía como un vicio de ponerle su toque personal. Y ahí fue que al no tener más hilo, degolló una gallina y se las tiñó con sangre. Las puso a secar el alero del rancho, pero a la noche las agarró un aguacero y amanecieron secas, pero rosas.
El gaucho mañerió pero la Parda le hizo unos pucheros y allí fueron.
La fiesta era en la escuela rural, había carreras cuadreras, de sortija, de embolsados, de chancho engrasado y palo enjabonado, asado con cuero, empanadas fritas, vino, cerveza. No faltaba nada, ni nadie, estaba todo el gauchaje de esos pagos y estaba él, con sus alpargatas rosas.
Fue verlos entrar y el comentario:
.-¿Dónde se á vido, alpargatas rosas?... Decían las viejas y se persignaban. Los paisanos lo miraban extrañados. ( Ni siquiera a los puebleros habían visto con esas alpargatas en los pieses)
Pero era tal el respeto que tenían por ese hombre y su valentía, que nadie amagó ni una sonrisa.
La cosa terminó sin incidentes, cada cual tomó el rumbeó para su rancho y en la siguiente fiesta, se pusieron, todos los gauchos, alpargatas rosas.
"El hombre deja su marca, con el cuchillo o su estampa" J:L:B.


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