Querido Marc.

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Querido Marc:

Aquí, estando a solas, comienzo a preguntarme si el silencio es algo en sí, y no tan solo la ausencia de sonido. Yo creo en lo primero, puesto que el silencio dice muchas cosas. Tal vez demasiadas.

El silencio produce odio, tristeza, miedo… Pero también alegría, amor… y un tremendo placer al provocarlo.

Sí… Pese a llevar siete años pudriéndome en esta prisión, o quizá justamente por eso, no creo que vaya a poder olvidar aquel estado de éxtasis que alcancé al comprobar que tú, mi mejor amigo, estabas muerto.

Aquel sentimiento de grandeza que me invadió cuando te corté en dos y que hizo que me sintiera capaz de todo. Aquella risa, aquella alegría imparable que salía desde lo más profundo de mi alma, al saberme tu Salvador.

 Esas ganas de saltar, de hacerme con el mundo, ¡de liberar el alma de todas las personas con las que me cruzara!

Pero ellos no lo entienden. No escuchan mis advertencias, no quieren ver, ¡están ciegos! Dicen que hago el mal cuando en verdad me estoy sacrificando. Dicen que les he arrebatado algo, cuando les he regalado algo mejor. ¿Cómo puedo hacerles abrir los ojos? ¿Cómo puedo conseguir que entiendan que mi intención es la de ayudar?

Dudo poder demostrárselo aquí, estando hasta arriba de pastillas y rodeado de guardias que me tratan como si fuera inferior… Porque ¿sabes, Marc? ¡Ellos creen que estoy loco! ¡¿No es gracioso, Marc?! Oh Marc, si estuvieras aquí conmigo… Pero no, estás en un lugar mucho mejor que este, gracias a mí, por si no lo recuerdas. No me malinterpretes, no te guardo rencor, más bien envidia. Ojalá hubieras sido tan buen amigo como para enviarme al Paraíso a mí primero…

Pero tranquilo, te perdono, de lo contrario no podrás alcanzar la Paz. Ahora te pido que me esperes, que no avances mucho todavía, pues en unos años me reuniré contigo e intentaré llevarme a más personas a visitar a nuestro Creador.

La primera Alma que liberaré será la de la mujer con bata blanca que viene a verme cada semana. Muy agradable, la verdad. Ella no me trata como si estuviera loco; me habla con una sonrisa y me hace comer unas pastillas con forma de caramelos. Esos caramelos que le regalabas a tu hijo cuando se portaba bien, ¿los recuerdas?

Vamos, Marc… Ya no debes sentirte culpable. Tus pecados quedaron olvidados en el momento en que el filo de mi espada se clavaba en tu pecho y le abría paso a tu Alma para salir al exterior. ¡Ahora eres libre! Diviértete y explora, para que cuando yo llegue me lo puedas mostrar todo, sin prisas, y podamos subir al Paraíso hombro con hombro, los dos, como grandes amigos que somos.

¡Oh! Aquí llega la mujer de la bata blanca, puede que en breves la encuentres contigo. Por el momento debo despedirme, mi amigo, pero juro verte pronto. Sí, ¡pronto nos encontraremos mirando hacia las puertas del Cielo!

Atentamente, tu Salvador.


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