El encargado. parte 1.

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Hacía poco que nos habíamos mudado a esos ph a estrenar. Cuatro departamentos distribuidos dos en planta alta y dos en planta baja. Al comienzo, mi esposo y yo estábamos solos en el edificio. Creo que “probamos” cada habitación!! Pero en breve se creó la necesidad de tener un encargado. Alguien que limpiara las escaleras, el patio común, que barriera la vereda del frente… tal fue el caso, que el dueño de los departamentos (que a su vez sería el administrador) decidió contratar a alguien para dicho trabajo. El hombre vendría todos los días a realizar aquellas tareas que solo le llevarían un par de horas. No tenía horario fijo, ya que también se dedicaba a realizar tareas de mantenimiento en otros lugares.

Una tarde de enero, en que hacía un calor infernal, el aire acondicionado de mi departamento colapsó. Con el correr de la tarde la temperatura parecía aumentar. Se hacía agobiante… llamé a mi esposo a su trabajo, para pedirle que volviera pronto a repararlo, pero me avisó que era imposible que llegara antes de las 22. Estaba hasta la coronilla de trabajo. Malhumorada, decidí echar manos a la obra por mi misma, con tan buen tino, que produje un cortocircuito. Estaba oscureciendo. Me eché una remera sobre el bikini y salí a pedir auxilio al encargado, que estaba cortando el pasto. Quedé pasmada al ver el torso desnudo del hombre. Dorado y sudado. Las gotas corrían por la espalda y morían en el jean gastado. Me puse nerviosa. Pronto acudió en mi ayuda y al verlo de frente, cerca de mí, noté también el vientre tenso, los bíceps trabajados, la sonrisa luminosa, los ojos celestes, el cabello castaño claro… vi todo lo que nunca había visto en “el encargado”.

Le conté lo que había sucedido, avergonzada, como una niña que hizo una travesura. Pero él sólo sonrió y me pidió una linterna. Luego de revolver torpemente en distintos cajones de la cocina, encontré una con las pilas casi agotadas. Y nos dirigimos a mi habitación, donde estaba la caja de electricidad.

Movió unas teclas, pero nada. Me pidió un destornillador y a continuación me pidió que le sostuviera la linterna. De pie junto a él noté la gran diferencia de estaturas era un hombre alto, de unos treinta años… era hermoso. Mi cuerpo comenzaba a rebelarse contra todo pensamiento de censura. Era instintiva la reacción de mis pezones. Mi piel se erizó al mínimo contacto con su cuerpo… debía acercarme más para poder alumbrar bien… hizo algunas maniobras, pero no tenía suficiente luz... Cuando giró para decirme algo notó cómo lo estaba mirando. Estaba ida, extasiada. Supongo que sin querer, en ese movimiento su brazo izquierdo rozó mi pecho. La remera ajustada reveló la reacción de mi cuerpo. Se acercó más y permanecí inmóvil… a la vez que pasaban mil cosas por mi mente, no podía pensar nada en claro. No podía articular palabra. Solamente lo deseaba.

 

El encargado dejó correr uno de sus dedos por mi brazo y bajó la cabeza para besarme. No pude resistirme. Abrí la boca para complacer el hambre de los dos. Una sed inquietante me tomó. Me besó lentamente. Se tomó su tiempo para jugar con las lenguas, morder delicadamente los labios y seguir su camino por mi cuello. En un ademán estupendo me despojó de la remera. Se detuvo un instante para mirar mis pechos y siguió bajando con sus labios cálidos hasta besar el comienzo.. Mis pezones expectantes no disimulaban su interés. Me besó el sutién de la maya y finalmente lo desprendió.


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