Oficina en llamas

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Había pasado toda la mañana mirando el árbol. Era primavera y sus ramas poco a poco se estaban poblando de pequeños frutos. Sin duda me impactaba la majestuosidad y belleza de la naturaleza, de la cual quedaba muy poca en la ciudad. Mi paz se vio interrumpida de pronto por un llamado de Juan, mi colega y amigo, que me informaba que Lorena se dirigía hacia mi espacio de trabajo.

Ella era blanca, pelirroja y de ojos claros, llevaba puesta una blusa semitransparente y una minifalda, que dejaban notar su estupenda figura.

Sus ojos dejaban al descubierto su odio contra mí. Su mirada no se despegaba de mi ser, mientras yo sentía el dulce aroma de su perfume acercándose a mi oficina, y cerrando la puerta.

-Al parecer se le olvidó quién es su superiora, señor Molina-dijo ella exponiendo el papel que había causado el conflicto entre nosotros.

-No se me ha olvidado- le respondí con un poco de vergüenza-solo creía que era necesario expresar mis sentimientos. ¿Es que no puedo decirte lo bello que es tu cuerpo en una carta? O que mi corazón deja de palpitar cada vez que te escucho hablar, y que cada vez que te asomas por mi oficina me excito con el solo hecho de ver como tu trasero realiza su habitual y delicado baile.

-Pues es una falta de respeto grave lo que acabas de decir- dijo mientras se desabrochaba tres botones de su blusa, descubriendo sus blancos y redondos senos- ...aunque no puedo negar lo caliente que me pusiste con esa carta.

Se acercó lentamente hacia mi silla, y besó los labios lenta y pausadamente, mientras yo lograba desprender su blusa. Luego ella despojó mi camisa que y comenzó a pasar su lengua del cuello hasta el oído, para después volver a los besos en la boca, que cada vez se volvían más acelerados, apasionados y ardientes. Poco a poco nos despojábamos de nuestras prendas. La sangre me hervía y sin aguantar más tiré todo lo que estaba en el pupitre hacia el suelo. Ella controlaba la situación, logrando que me acostara en el escritorio y posicionando mi duro y erecto pene en su vagina, emitiendo un leve gemido que se volvía a repetir cada cierto tiempo cada vez con más intensidad. El movimiento repetitivo de nuestros cuerpos, y el roce constante de estos, logró que entráramos en un profundo éxtasis.

Las llamaradas de pasión continuamente asomaban entre los dos. Me obsesione con sus senos eran tan perfectos que de seguro estaría toda la tarde jugando con ellos si fuera posible. La intensidad comenzó a subir a un nivel exagerado. Lorena pasó de leves gemidos a fuertes gritos que de seguro se escucharon en todo el piso del edificio. Hasta que los dos acabamos al mismo tiempo en un largo suspiro.

Después nos vestimos, y ella antes de retirarse de mi oficina me dijo:

-Estuvo rico, pero estas despedido. Las faltas de respeto merecen ser sancionadas.

-Pero lo que acaba de pasar...

-Señor Molina entre nosotros no ha pasado nada. Por favor acuérdese de llevar todas sus pertenencias consigo.


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