Al otro lado del plató

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Estaban rodando ante tres o cuatro cámaras de tv fijas y dos móviles en manos de dos expertos cameraman. Se trataba de un corto de quince minutos de contenido sexual explícito entre dos bellísimas jóvenes de veintitrés y veintiséis años haciendo todos los honores a la Diosa Lesbos.

Las escenas iban saliendo bien a la primera y, salvo algunas correcciones, lo único que parecía fuera del guión era alguna advertencia que llegaba del regidor para que apartasen el pelo de manera que el plano fuese más explícito y no tapase lo que pretendían mostrar. Esto y la presencia de las cámaras las hacía mirar de vez en cuando al objetivo y a la inmutable entrepierna de los operadores, lo que las “distraía” levemente de su papel aunque apenas se notase.

Aun así para obtener los quince minutos de cortometraje XXX tuvieron que estar grabando durante algo más de una hora: A ver si podemos mejorar este plano cambiando la iluminación, o este no me ha gustado porque….El director también hacía su trabajo. Cuando al fin terminaron se fueron a la ducha y allí, sin testigos y sin cámaras, entre risas y comentarios graciosos y lujuriosos comenzaron a repetir los besos y caricias del plató con la diferencia de que ahora no actuaban, ahora estaban deseándolo y dando rienda suelta al “calentón” que inevitablemente se habían llevado mientras actuaban. Salieron de la ducha para continuar el juego lésbico en el camerino; desnudas y secas sobre los bancos de piel donde se sentaban para maquillarse, vestirse o desvestirse, arreglarse el pelo…se abrazaban y besaban cada rincón de sus respectivos cuerpos acercándose poco a poco, sin apremio ninguno, como en el tantra, a los rincones más sensibles y excitantes. Ahora no tenían prisa. Ahora solo deseaban gozar a solas, sin fingir, sin actuar, querían ver, cada una, el placer de la diosa reflejado en los ojos de la compañera, querían sentirla estremecerse en uno y oro y hasta un tercer orgasmo antes de pensar en regresar a casa.

Si el rodaje les había durado una hora larga, encerradas en el camerino, lejos de miradas ajenas, lejos de ser actrices, permanecieron “saboreándose” casi dos. A veces repetían sugerentes escenas descritas en el guión, a veces se inventaban otras que, por no ser necesaria la visión de la cámara, las centraba única y exclusivamente en el papel real, en el deseo y conquista del placer. Valía todo lo que no provocaba dolor ni necesitaba objetos de ninguna clase, valía que la lengua hiciese maravillas en los labios, en los que fuera: mayores, menores o los de la boca, valía que los dedos jugasen y se introdujesen con suavidad y dulzura de uno en uno o a pares buscando esos rincones capaces de arrancar suspiros y gemidos de placer. En pie, en el banco, en el suelo consiguieron estremecerse una y otra vez, al “unísono” y por separado…

Fatigadas, satisfechas y sudadas tornaron a la ducha, se refrescaron, se acicalaron y al salir del estudio no pudieron ocultar a los operadores y demás personal del plató, sus rostros brillantes de felicidad y satisfacción. Una cómplice sonrisa entre ellas, la indiferencia de los operarios demasiado acostumbrados a las escenas de sexo y la mirada furtiva del director que lo hubiera dado todo por filmar lo que se imaginaba que había pasado al otro lado del plató, ponen fin a esta historia que me acabo de inventar.


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