Un cuento antes de dormir

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Dedicado a quien pudo ser...

 

El Cuentacuentos recorría la Calle del Ángel todos los días pasados cinco minutos de las nueve de la noche. Montaba una flamante bicicleta color rubí con radios de plata, y con breves toques de timbre acompañaba sus cantos, que tomaban la forma de pajaritas de papel dorado. Los pequeños seguían el avance de la estela rojiza, sólo visible para sus ojos inocentes, con las naricillas pegadas al cristal de las ventanas, sintiendo cómo las pajaritas doradas se derretían sobre sus cabellos limpios y perfumados en forma de bellas historias de dragones y princesas que invitaban al sueño. Y cuando éste finalmente venciera, el primer suspiro que el niño dormido exhalara llegaría al Cuentacuentos en forma de botón, del tamaño, color y material más diverso, que éste guardaría con cariño en las alforjas de piel que llevaba su espalda.

Esa noche, al final de la Calle del Ángel, el Cuentacuentos echó un vistazo preocupado a su valioso tesoro. Como sospechaba faltaba un botón grande, de madera gruesa y deslustrada, y una esquirla de hielo se le clavó en el corazón, entristeciéndolo. Sabía que era inevitable; ?Ley de vida?, lo llamaban cruelmente en el mundo forjado por los adultos, pero nunca se acostumbraría a ello. Pedro, uno de sus pequeños, faltaba a la cita, y ya no volvería pues su inocencia había sido turbada por el crecimiento, embotados sus sentidos por unos rizos oscuros y unos ojos del color de la miel de los que nunca antes había sido consciente. Esa noche, los pequeños arropados por el Cuentacuentos durmieron bajo un sueño blanco sin imágenes del que despertaron descansados, sí, pero también sin alegría.

 

*        *        *

 

El Cuentacuentos recorre la Calle del Ángel pasados cinco minutos de las nueve de la noche. Monta una bicicleta color rubí con radios de plata, y acompaña sus cantos con breves toques de timbre. Hoy siente el corazón ligero; está realmente alegre, y esa noche los niños tendrán un sueño realmente bello. El Cuentacuentos sabe a qué se debe su entusiasmo y cuando cuenta los botones que su mano atesora al final de la calle observa con satisfacción un pequeño botón de nácar del tamaño de un grano de arroz; una nueva vida que duerme al amparo de sus cantos. El Cuentacuentos dobla la esquina para recorrer alegre la Calle del Paraíso pasados seis minutos de las nueve de la noche. Dulces sueños a todos.

 

B.A., 2.014


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