La bicicleta (5 de 5)

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-Pasa a mi despacho, por favor.

Michael entró en una estancia amplia, de muebles pulcros y elegantes, elaborados a partir de maderas nobles. En las paredes había varias fotografías que captaron la atención de Michael.

-Son fotografías de cómo ha ido evolucionando la fábrica –señaló el señor Krupp a modo de explicación- Hemos crecido enormemente y ahora contamos con muchos kilómetros cuadrados de fábrica. Podría decirse que somos una inmensa ciudad dentro de otra gran ciudad llamada Essen.

El empresario hizo una mueca de satisfacción.

-Y no te puedes imaginar lo que supone eso. No sólo producimos magníficas piezas de acero que después se utilizan en transportes y edificios, si no que también somos responsable de numerosos servicios. En eso somos iguales que un pueblo: tenemos colegios, tiendas y hasta contamos con nuestros propios policías y médicos.

Michael observó la sucesión de instantáneas en la que podían apreciarse la evolución de las construcciones: de las dispersas chimeneas y tuberías de la primera fotografía, al enjambre de hierro que se veía en la última y que él conocía tan bien porque era lo mismo que veía cuando iba a trabajar.

-En efecto, nos hemos convertido empresa muy grande- continuó Krupp- Y debo reconocer que en gran parte se debe al buen trabajo de nuestros obreros. Cada vez más, el mercado nos demanda mejores productos y a mejores precios. Y los obreros están cumpliendo. Algunos se han especializado mucho y cada vez son más valiosos para nosotros. Por eso, hemos tomado una gran cantidad de medidas para que todos se encuentren lo más contentos posible.

Michael lo sabía. Su padre era un destacado sindicalista y siempre le informaba acerca de cómo marchaban las reivindicaciones sindicales. Cada éxito que obtenían generalmente llevaba mucho tiempo y un gran esfuerzo de negociación. Y los progresos eran evidentes: Tenían kindergartens, días de descanso y una extra en Navidad. Y la paga era segura. La mayoría de la gente estaba satisfecha.

Michael no tenía duda, el señor Krupp era de esos hombres poderosos que están muy contentos consigo mismos. El empresario continuó.

-Nuestro trabajo es muy importante, Michael. Estamos fabricando las piezas que construyen el país. El Imperio Alemán necesita nuestro acero y nosotros necesitamos obreros comprometidos. Nos encontramos inmersos en tiempos interesantes. He visto que estabas leyendo el periódico, así que te imagino informado…

Michael se sintió a prueba, por lo que contestó con precaución.

-El Reichstag ha aprobado la ampliación de la Armada, señor.

-Claro, claro.- respondió con agrado evidente el señor Krupp- Es una noticia muy importante puesto que nos garantiza un futuro brillante, con mucha más carga de trabajo y empleo.

Súbitamente, una nube cruzó la cara del señor Krupp.

-Todo eso, si Inglaterra no nos lo impide. Hay fuertes reticencias, ¿sabes? Esos malditos británicos se creen que tienen derecho a gobernar sobre todo el mundo. No se conforman con sus colonias, no. Eso es demasiado poco para ellos. Si les dejaran, también gobernarían en Renania y en Sajonia, y ¿por qué no?, hasta en Berlín.

Michael permanecía callado. El señor Krupp siguió con su perorata.

-Por no hablar de los franceses. Esos nos odian porque son débiles, porque les ganamos la guerra. Todavía se atreven a reclamar Alsacia y Lorena. Pero el Kaiser no se las devolverá, no lo permitirá nunca. Michael, tú ¿qué opinas sobre eso?

Segunda pregunta del examen. Michael se tomó algo de tiempo. Pausadamente, como siempre respondió:

-Señor, creo que nuestra nación tiene tanto derecho como las demás a decidir su propio destino.

Krupp le observó intensamente, escudriñándole, hasta que por fin decidió que la respuesta había sido sincera.

-Pero siéntate, por favor- le invitó amablemente.- Me estoy volviendo un viejo gruñón, no debes hacerme caso.

Michael hizo lo que le decían y se sentó en una cómoda silla de madera, tapizada con cuero. Aunque era confortable, él se sintió un tanto fuera de lugar en ella. Ese asiento no estaba hecho para él: Era una silla para oficinistas, no para trabajadores de una fundición.

-Señor Krupp, con todo el respeto. ¿Me podría decir qué hago aquí?

Krupp se dirigió lentamente hacia su silla, que estaba detrás de un escritorio tan grande como la cama de Michael. Sin prisa, busco entre los cajones del mueble, de donde sacó una pipa de madera, prendió una cerilla y la encendió. Antes de volver a hablar le dio una fuerte calada. El olor intenso de un tabaco fuertemente aromático se dispersó por toda la habitación.

-Quiero que me hagas un favor, Michael. He oído que te gusta la bici, ¿es cierto?

-Sí, señor, le dedico mucho tiempo.- contestó rápidamente. Pero tras una pausa, continuó:

–Y debo decir que soy bastante bueno, si usted me lo permite.

Krupp asintió con un gesto de cabeza.

-Eso he oído. Incluso creo que has ganado la competición ciclista de la Rheinprovinz. Eso es asombroso, muchacho. Desde que me lo contaron tenía ganas de conocerte.

Krupp parecía vivamente interesado.

-¿Cuántos kilómetros eres capaz de hacer en un día?´-le preguntó con curiosidad.

-Unos ciento cincuenta, eso los días de diario.

El empresario enarcó las cejas, con una mezcla de admiración y sorpresa. Y eso que él no era un hombre fácilmente impresionable.

-Los domingos, suelo hacer algo más, casi trescientos.-añadió Michael con humildad.

-Eso es maravilloso, realmente maravilloso. Además, he oído que no tienes rival por esta zona…

Krupp hablaba con genuina admiración.

 -Hago lo que puedo, señor. Le pongo mucha dedicación para competir en buenas condiciones.

-Entiendo, entiendo.-confirmó Krupp- Eso me gusta. Y ese es el favor que te quiero pedir, Michael: Dedicación total a la empresa, haciendo lo que más te gusta. Soy de los que piensa que la gente rinde mucho más cuando tiene un trabajo que le motiva. Si, así se es mucho más productivo, sin duda.

Hizo otra pausa para aspirar en la pipa y soltó el humo en densas volutas.

-¿Te gustaría poder estar todo el día con la bicicleta, Michael?

El joven no salía de su asombro.

-Si fuera posible, sí.-dijo titubeando- Me gustaría mucho, señor Krupp. Claro que me gustaría.-le confirmó mucho más decidido.

-Me alegro, porque eso es exactamente lo que quiero que hagas por mí: que montes en bici todo el día. Escucha muchacho: quiero que seas mensajero en la empresa. Me pareces el candidato ideal para el puesto. Así que habla con mi secretaria, ella te dará todos los detalles. Y ahora, tengo que dejarte porque ya voy bastante retrasado esta mañana. Espero que me invites a verte la próxima vez que corras. Gracias por haber venido a verme.

Y, sin más, se levantó y le ofreció la mano a modo de despedida. Michael salió del despacho sin tener muy claro aún qué había pasado. Pero intuía que era algo bueno.

Una vez fuera del despacho, la secretaría del señor Krupp le explicó que su trabajo consistiría en llevar el correo interno de la empresa por todo el recinto de la fábrica y también el de ésta con la mina de carbón de Zollverein, que estaba a unos veinte kilómetros de distancia.

Cuando llegó Octubre, Michael no había dejado el ciclismo, como quería su padre. Al contrario, había hecho de él su forma de vida.


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