LUNA Y MAR

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Un pueblecito marinero emplazado en un paraje idílico entre playas de arena blanca como el marfil y la falda de una montaña verde como las esmeraldas.

“Luna”, mujer de rasgos fuertes y ojos profundos como el mar. Su cabello largo y oscuro se oculta recogido debajo de un pañuelo para evitar molestar en las labores cotidianas; La casa y el mercado, las redes y los aparejos.

Su rostro denota cansancio y a la vez un aire de melancólica felicidad cuando deja escapar una pequeña sonrisa al oír la incesante melodía de una canción marinera que “Mar” tararea sin cesar. Su esposo y fiel amante hace que todos sus sufrimientos sean recompensados cuado el sol se oculta allende los mares y se une con el océano por todo el tiempo que dura la oscuridad.

“Mar” es un hombre curtido y criado para la vida en el Gran Azul; sus manos denotan el gran trabajo que le supone la jornada y su cara morena está esculpida por los vientos y la sal, pero al ver a su morena olvida todas las desventuras y silba su cancioncilla para que ella se llene de alegría. Es un código oculto, una señal privada y prohibida para el resto del mundo, algo con lo que sólo ellos dos se comunican: uno silba, el otro sonríe.

Acaba la jornada y regresan a su casa, justo al final del puerto, enfilando el espigón.

Cenan tranquilos comentando lo acaecido durante el día y él le comenta que al alba tendrá que zarpar para una nueva campaña del atún.

Ella frunce el ceño pero lo acepta, aunque no de buen grado, pues es la vida que aceptó pasar con el hombre al que le regaló su alma, su corazón y su vida.

Justo de pie frente a la ventana que les muestra el océano infinito se funden en un abrazo al mismo tiempo que la luna se besa con el mar. Mar y Luna, Luna y Mar, siempre tan juntos y a la vez tan separados, amantes nocturnos separados sólo por el celoso astro sol.

No ha despuntado el día cuando se despiden en el puerto. Él no mira hacia atrás, ella no deja caer una lágrima. Sabe que volverá, quiere que vuelva, reza a los vientos que lo traigan sano a buen puerto, a los brazos de su amada.

Pasan los días y no hay noticias, la preocupación se hace cada vez más latente en los pequeños ojos azules de Luna, no escucha su canción, no hay sonrisa alguna en la comisura de sus labios.

No hay amores nocturnos, los amantes no se encuentran y la ventana al mar se encuentra cerrada noche tras noche, sólo queda la esperanza de un reencuentro.

Pasea pronto, por el puerto, observando las olas en su incesante navegar y con su mano sobre los ojos otea el horizonte para intentar divisar el mástil de la nave de su amado esposo.

Su largo pelo negro es mecido por la dulce brisa marinera que al atardecer nade de la ladera de montaña y va a descansar al mar. En un momento fugaz ira la cabeza pues parece haber escuchado que el viento le ha regalado el oído trayéndole a su lado la melodía con la que tantas veces sueña escuchar.

Al mirar para arriba observa un pajarillo con el pecho rojo que le canta la canción con la que tantas veces sonreía, la que cada día le daba la vida. Pero esta vez no quiere escucharla, no de esta manera. Su alma se llena de oscuridad y sus ojos se llenan de lágrimas.

Vuelve al trabajo en el puerto intentando no ahogarse en la pena que la consume y sin hacer caso de la melodía que escucha a cada momento.

De repente una mano aparta su pelo y seca sus lágrimas y la melodía vuelve a sonar para hacerla sonreír de nuevo. Mar ha regresado a los brazos de su amada Luna para seguir fundiéndose en su abrazo nocturno cada noche cuando el astro rey se acuesta.

Luna y Mar, Mar y Luna, juntos por siempre y eternamente separados.

Esa noche volverá a abrirse esa ventana para mostrarles en todo su esplendor el amor que siempre vivirá en sus corazones.


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