LA GASOLINERA (PARTE 2)

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Un rayo de sol tropieza con la cara del herido y hace que sus ojos se desperecen de su letargo, intenta levantarse apoyando su mano sobre la mesa y poco a poco se pone de pie.

Con pasos torpes se acerca al final de la mesa donde tu cabeza reposa sobre tus brazos después de una larga noche de insomnio. Podría haberte hecho algo, pero sólo te tapa con una manta y te susurra un suave gracias.

Un breve espacio de tiempo después te despiertas y descubres la falta de tu extraño enfermo en la cocina, recoges apresurada el rifle y te encaminas hacia el garaje donde anoche lo encontraste.

Allí se encuentra agachado al lado de su moto, terminando lo que esa noche no pudo acabar. Se gira y te encuentra de nuevo apuntándole con tu arma, pero esta vez no dice nada, simplemente se acerca muy lentamente a ti hasta apoyar su torso desnudo sobre la boca del cañón.

Los nervios se apoderan de ti cuando oyes de sus labios: “¿No dispararás ahora verdad?”

Coge tus manos con las suyas y separa el arma de su cuerpo, tú no pones mayor resistencia y sueltas el arma.

Se acerca lentamente a ti y tú vas retrocediendo hasta que tu espalda choca con el gran Chevy del 66 que tu padre nunca consiguió arreglar.

Estás atrapada y sin ninguna intención de escapar. Tu vista no se separa de sus profundos ojos verdes y cuando el apoya sus brazos sobre el coche, tus manos con suavidad recorren sus mejillas atrayendo su boca a la tuya mientras tu rodilla se coloca a la altura de su cintura y una de sus rudas manos la sujeta por el muslo.

Tu espalda contra el capó del coche y tus sentidos en otra dimensión. No importa el polvo, no importa la suciedad ni tan siquiera el calor agobiante. Sólo importa ese momento en el que te evades de todo lo que te tiene emocionalmente atada y tu espíritu vuela libre como el cuervo que cada día te visita en su viajar.

No sabes el tiempo que ha transcurrido en manos de ese hombre, ni lo quieres saber. No importa, no merece la pena pensar en ello, solo recordar su aliento en tu piel y sus manos en tu cintura  han hecho que mereciera la pena tanto tiempo de soledad.

El sonido ronco de un motor alejándose te despierta bruscamente, sales corriendo y desde el porche de la casa te pones la mano sobre los ojos para que el sol no te ciegue y a lo lejos ves como se va alejando tu motorista, tu ilusión perdida y encontrada.

Con una cerveza en la mano te vas a sentar de nuevo en la vieja mecedora y descubres en ella un fajo de billetes en pago a los destrozos del garaje.

Enciendes la radio y en las noticias avisan de que un atracador peligroso ha dado un golpe por los alrededores y se llama a la ciudadanía para que coopere en su captura.

Nunca llamaste por teléfono a las autoridades y cada noche esperas que el sonido ronco del motor de una moto te vuelva a sobresaltar en la cama


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