Como enamorarse de nuevo

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No recuerdas exactamente cuando te hablaron de ella y no fue hasta después de que tu novia te

dejase que empezaste a pensar de veras en la posibilidad de conocerla. A pesar de las adverten-

cias de algunos de tus mejores amigos de que no era alguien en quien confiar, la tristeza de la so-

ledad te hicieron buscarla por la ciudad cuando no había ningún amigo cerca al que molestar a

las tres de la madrugada por tus achaques de dolor. Un fin de semana decidiste salir a buscarla

por la zona por la que te habían dicho que ella se movía. Fuiste de garito en garito viendo y pre-

guntando por ella mientras te bebías alguna que otra cerveza. Te planteaste la posibilidad de co-

nocer a alguna otra en alguno de esos pubs, pero sabías que siempre fuiste demasiado tímido in-

cluso yendo bebido. Cuando ya la dabas por perdida o una leyenda urbana, alguien te la presentó

en un cuchitril que abría hasta el amanecer. Ella era de gustos caros y no fue hasta después de

gastarte en ella en el bar unos cincuenta euros que accedió a irse contigo. La cosa te pareció sos-

pechosa, pero no te importó porque te habían hablado tan bien de ella, te habían contado de lo

que era capaz, que no te importó que la escena fuera un poco prostitutiva. Saliste a la calle con

ella de la mano contento por haberla encontrado al fin. Juntos recorristeis la ciudad de cabo a rabo.

A veces os deteníais en algún portal para juguetear un poco. Tu lengua probo su textura y en-

seguida comprendiste que ella estaría contigo, siempre y cuando tuvieras lo que había que tener.

Reísteis como dos tontos enamorados. Desde alguna ventana alguien os dijo que no eran horas.

Vosotros os reísteis más fuerte y salisteis corriendo hacia tu casa. Parecía una chica fácil, pero

no importaba; por fin tenías alguien con quien compartir tu vida, tus miserias y tus alegrías, tus

sueños y pesadillas, alguien a quien amar y que te amaría el resto de tu vida hasta consumirte.

Ya en casa terminaste de desnudarla completamente y te sorprendió su piel tan blanca, inocencia

y pureza. La pusiste sobre la mesa y allí mismo la poseíste. Sentiste su cálido abrazo y como

tu conciencia se perdía entre el humo de la pasión. La arrástrate hacia la habitación y allí ella te

poseyó a ti. Sobre la cama con ella te sentías como en una nube que atravesaba un cielo limpio

y despejado. Mientras lo hacíais, por tu cabeza pasaron ensoñaciones de un futuro inmejorable:

una casa de campo rodeada de verdes prados y un montón de chiquillos revoloteando a vuestros

pies intentando cazar mariposas. Al fin te quedaste dormido mientras la paz que tanto ansiaste te

mecía en esos y otros maravillosos sueños.

A la mañana siguiente, al despertar, sentiste la boca reseca, una quemazón por todo el cuerpo

y la cabeza te daba vueltas. No te importaba porque aquello era como enamorarse de nuevo. Al

girarte en tu almohada viste que ella se había ido. Enseguida te levantaste desnudo y registraste

la casa con el cosquilleo propio de quien está enamorado. En el salón viste que ella se había ol-

vidado algo de ropa y la oliste para recordarla mejor. Miraste por todos lados por si te había deja-

do su numero de teléfono, pero había desaparecido tan misteriosamente como había aparecido.

Durante el resto de la semana en el trabajo, en casa, en la cama, no podías dejar de pensar ella.

Tus amigos te notaban cambiado y te lo dijeron, pero tú les dijiste que solo era que por fin la vida

volvía a sonreírte al lado de ella. Sin embargo, ellos insistieron en que ella no era alguien que te

conviniese. Tú te enfureciste con ellos y rompiste con su amistad alegando que sólo te tenían en-

vidia. Sólo pensabas en que llegase el fin de semana para salir a su encuentro. Sabías dónde

buscarla y allí la encontraste en brazos de otro, pero no te importó porque sabías que ella sería tu-

ya en cuanto le dieras lo que el otro quería a cambió. Pensaste para ti que con el tiempo la con-

trolarías lo suficiente como para hacerla decente y tuya para siempre. De nuevo volviste a sentir

la felicidad entre sus brazos; y esa vez ni siquiera esperaste a llegar a casa. En un frío parque la

desnudaste y ella te hizo temblar. Como no querías que ella sintiera frío la envolviste con tu cuerpo.

De nuevo volviste a sentir que el mundo te pertenecía mientras giraba desde el eje que eras tú.

Poco a poco el amor fue pasándote factura y secándote por dentro. Para entonces ella ya se

había convertido en una obsesión, tu obsesión. Para entonces el dinero, el trabajo y los amigos

se habían esfumado y ella decidió buscarse alguien nuevo que pudiera mantenerla como sólo

ella se merecía. Tú, desesperado por no perderla, fuiste en su busca donde siempre solía estar.

Esta vez ella no cayó en tus brazos. Tú te enfureciste y arremetiste contra sus protectores. Es-

tos te sacaron a la calle y te dieron una paliza de muerte. Y allí, en un oscuro rincón lleno de cris-

tales rotos y charcos de orina, lloraste su nombre: heroína.


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