Sodomizando a mi amiga

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Luisa y yo somos amigos. Adoro a Luisa. Es una amiga en la que confío, con la que compartimos las bellezas de la vida y también hemos sabido acompañarnos en transes difíciles. Podemos compartir el vino, la buena literatura, el cine, la música. Y también el sexo. Quede claro que jamás nos propusimos ser pareja. Sin embargo, de tanto en tanto nos vamos a la cama y disfrutamos de nuestros cuerpos. Puede ser en su casa, en la mía o compartiendo un fin de semana en el campo. Ella conoce los rincones más íntimos de mi cuerpo y yo los suyos. Conozco el aroma de su saliva y de sus flujos íntimos. Mi lengua ha explorado su boca, sus senos, su entrepierna y el rugoso orificio de su ano. Ella me ha visto eyacular, ha saboreado mi semen y me ha explorado de pies a cabeza.

            Era una cálida noche de verano. Luisa y yo nos reponíamos de un polvo alucinante tendidos uno junto a otro en mi cama. Pasados unos minutos de charla y luego de beber un poco de vino blanco, helado, Luisa tuvo una idea poética. Se colocó de pie ante la ventana, se inclinó y apoyó sus codos en el borde, contemplando el paisaje (vivo en un piso alto) y ofreciéndome su culo. Me coloqué tras ella y con la punta de mi pene busqué su bonito agujero, la penetré. Luisa tiene una muy buena dilatación anal, por lo tanto la penetración es suave, fácil, y placentera para los dos. Entonces, mientras contemplábamos la ciudad nocturna, las ventanas iluminadas de los edificios, las luces rojas de las antenas y un cielo transparente y estrellado, iniciamos nuestro baile de vaivenes, mi cadera ondulando con mi miembro jugando en el interior de mi amiga que permanecía inclinada con los pies separados para abrirse mejor. Sobre la mesa de noche ardía una vela aromática con perfume a lavanda, los dos gozábamos entre suspiros, gemidos y sudores. Me excitaba contemplar su espalda, su cabello, las redondeces de sus glúteos y en medio de ellos, mi verga recta y dura en el dulce acto de sodomizarla.

            Cada tanto, Luisa movía sus caderas para aportarle movimiento y ritmo a nuestra unión. Me sentí más caliente y la tomé del cabello, para dominarla, para someterla, para afirmar mi posición de macho. Nos encanta ese juego. Sujetándola  de los cabellos aumenté el ritmo y la fuerza de mis embates, haciendo chocar mi pelvis en sus glúteos provocando un ruido rítmico de cuerpos desnudos que chocan. Luisa comenzó a pedir más, a decir que disfrutaba al ser clavada por el culo. Y allá, afuera, la ciudad dormía, o bailaba, o se agitaba en una multitud de lucecitas parpadeantes.

En mi cuarto, mi amiga y yo vibrábamos de placer. Mis manos aferraban sus caderas y la sensación en mi pene era de éxtasis, el roce con su interior, lo ajustado de su orificio provocaban un placer que se extendía desde el glande hasta los testículos. Se la sacaba por completo y jugaba con la punta a abrirle y cerrarle el ano, para luego metérsela toda de golpe una vez más, haciendo que Luisa lanzara un aullido salvaje. Adoraba verla tan excitada, vernos tan excitados.

Comencé a sentir los anticipos de mi orgasmo, un cosquilleo en la base del pene, la leche pujando por liberarse, mi cuerpo de estremeció. Luisa, que muy bien me conoce, lo advirtió, y eso la precipitó a su orgasmo, sacudiéndose descontrolada y gritando con el rostro pegado al vidrio de la ventana. En un último vergazo que llegó hasta lo más hondo, acabé sintiendo que un mar de semen abandonaba mi cuerpo. En la distancia, lento y luminoso, se deslizaba un avión.


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