Alguien te observa en el cuarto de baño

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Cómo me gusta observarte a estas horas de la noche, cuando llegas a casa después de trabajar

como una esclava. Me gustan tus rituales obsesivo compulsivos, siempre en el mismo orden. Te

quitas el colgante del cuello y tu anillo y los dejas encima del lavabo, luego te quitas la ropa, pri-

mero la blusa, luego te desabrochas los pantalones y lo dejas todo en un rincón. Me gusta obser-

varte mientras te sientas en el retrete y tu mirada se pierde dejando la mente en blanco; el estrés y

la monotonía del día se disipan por fin. Me gusta oír el chorrete de orina que echas y cómo tiras

del rollo higiénico para limpiarte. Te levantas y tiras de la cadena cuando dejas tus braguitas caer

al suelo. Te miras en el espejo al tiempo que desabrochas tu sujetador y veo como el maldito te

ha dejado marcas en tus preciosas tetas, es lo que pasa por tenerlas tan grandes. Vuelves a mirar-

te en el espejo para ver si tienes algún grano en proceso para reventarlo. Aunque yo me fijo mas

bien en todo tu conjunto. ¿Eres consciente del cuerpo tan bello y hermoso que tienes?, supongo

que no, porque no eres la clase de chica a la que le gusta presumir. No te imaginas la de noches

que me habré imaginado que tú y yo acabamos juntos en vez de dedicarnos un pequeño saludo

cuando nos cruzamos por la escalera o hablamos del tiempo en el ascensor. Ahora enciendes la

ducha y sales del cuarto de baño dejando que el agua se caliente mientras haces cosas en tu ha-

bitación que no puedo ver. Regresas con el pijama y unas braguitas limpias que dejas sobre la

cisterna del retrete. Compruebas el agua para saber si está a la temperatura ideal. El vapor me

nubla la visibilidad cuando te metes en la ducha y corres la puerta de la mampara. Al estar aquí

encerrados en este espacio tan pequeño tengo la sensación de que compartimos algo íntimo.

Ajustas el agua intentando calibrarla para que salga templada mientras entre la bruma candente

veo tu culo y tu bella espalda, la que tantas veces he imaginado escalar con mis besos. Permi-

tes al agua rozar tu cuerpazo mientras te pasas la alcachofa de la ducha por el al tiempo que va

adquiriendo ese matiz cobrizo tan inimitable para el mejor pintor. Humedeces tu cabeza hasta el

punto de que tu largo y ondulado pelo rubio queda totalmente empapado. Dejas la alcachofa en

su soporte y te agachas a coger el champú que tanto te gusta y te lo echas. Mi cuerpo tiembla

al ver a la envidiada agua recorrerte, abrazarte y colarse por tus zonas íntimas. Me gusta ver có-

mo rodea tus pechos y las aureolas te crecen y me estremecen. Trago saliva e intento contralar

el impulso de masturbarme porque no quiero perderme nada de ti. Dejas que el champú haga su

efecto dejándotelo unos minutos en el pelo mientras cojes el gel de baño y lo expandes por la

prueba del delito que es tu cuerpo. Incluso debajo de esa capa de jabón Dove se remarca una si-

lueta sinuosa y grácil. Para mí es como una aletargada droga el ver como acaricias tu frágil cuer-

po, tan delicadamente que ningún hombre de manos rudas debería tocarlo jamás. Sin darme cu-

enta me noto húmedo. Esta es la parte que mas me gusta, cuando te sientas en la bañera y

cogiendo de nuevo la manguera de la ducha diriges la alcachofa hacia el origen de toda vida y te

frotas ahí; te doblas de placer cuando el agua va dejando ver tu hermoso coño. Me gusta como

intentas controlar las ganas de gritar mientras juegas contigo misma. ¿Acaso no hay nadie en

tu vida al que le cedas el honor de darte placer?, mejor, porque me pondría muy celoso. El modo

en el que cierras las piernas cuando estás alcanzando el clímax es lo mas. Sueltas la alcacho-

fa y dejas que la presión de tu ser corra junto al agua de la ducha y se cuele por el desagüe. Tu

cuerpo se relaja y te quedas un rato inmóvil esperando recobrar el conocimiento que el placer te

ha robado en ese maravilloso instante. Recojes la manguera de la ducha que serpentea como

una serpiente loca y volviéndote a poner en pie vuelves al ritual de aclarar tu cuerpo que del brillo

que suelta me ciega. De nuevo vuelvo a maldecir este vapor que nubla el objetivo de la cámara

que desde mi piso de arriba puse hace tiempo. Me da miedo que en algún momento, en el que te

aclares el pelo y mires hacia arriba, me descubras aquí sentado como un tonto delante de esta

fría pantalla de ordenador, aguardando a que salgas de tu cuarto de baño para masturbarme. La

niebla censora se disipa y te veo salir totalmente húmeda de la ducha. Maldigo y envidio al albor-

noz que oculta tu cuerpo. ¿Te verás tan bella en tu espejo lleno de vaho como te veo yo? Ahora

cojes esa crema corporal para después de la ducha y volviendo a deleitarme con tu cuerpo te si-

entas en la taza del retrete a embadurnarte con ella. Puedo ver poesía en tus movimientos, sonar

música al tocar tu cuerpo como si fuera un arpa celestial; una música que me invade y me marea

de gusto. Al rato te pones el pijama y apagando la luz de tu cuarto de baño me dejas en tinieblas

hasta la noche siguiente.

 


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