SEÑAS DE IDENTIDAD

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Un ejercicio que debemos hacer con cierta constancia y desde el equilibrio es ver lo que cada día realizamos y su incidencia en la Historia o en las existencias de los demás, que hemos de respetar todo cuanto podamos. Si no lo hacemos, corremos el peligro de ser responsables, más de lo que pensamos, de cuanto desarrollamos, de lo que sucede: somos por acción y omisión. Por eso hay que fomentar hablar, e incluso la crítica, con el fin de mejorar, de trasladarnos hacia la coyuntura cimentada de manera mancomunada.

 

            Nuestros comportamientos suman y siguen, y lo hacen de un modo imparable. La existencia de la Naturaleza no se detiene. De hacerlo, sería un mal asunto, como podemos intuir y suponer. Convenía el profesor Pedro Farias que cada jornada hemos de tener unos minutos para reflexionar sobre las decisiones fermentadas, sobre sus consecuencias, en torno a lo que efectuamos y sus resultados, y también acerca de si aprovechamos el tiempo en pos de la felicidad, que ha de ser el origen y la meta de nuestros actos. Si al acabar un determinado trecho no estamos joviales, al menos parcialmente, algo mal hemos activado o demorado. Ésta debería ser, cuando menos, la principal inferencia, ante la cual se han de tomar medidas.

 

            Actuar no siempre es fácil. Nos cuesta trabajo salir de las dudas, cambiar de escenario, suponer otras consideraciones, acercarnos a lo desconocido, mudar en definitiva. Nos debemos implicar respecto de lo que nos aporta sensaciones de equilibrio. De lo contrario podemos peligrar y permanecer en una desazón que rompe.

 

            La vida es un eterno aprendizaje. Hemos de saber ver lo que ocurre de cierta relevancia sabiendo separarlo de lo accesorio. Quitar el peso superfluo es fundamental. Además, hemos de leer entre líneas, conociendo, desde el contexto, que es lo que acontece.

 

            En todos los ámbitos, en todos los territorios, las masas forestales que nos rodean impiden a veces, en más ocasiones de las debidas, que contemplemos cada uno de los árboles que abrazamos y que nos soportan. Lo singular, lo genuino, desde la empatía con lo general, es la base para construir el conjunto. Esta aseveración se ha de interpretar con generosidad.

 

Objetivo diáfano

 

            El objetivo ha de ser diáfano: superemos las controversias desde ilusiones que nos hagan sentir lo más querido, aquello que merece la pena, dejando a un lado las pugnas inútiles. Hemos de otear todo con variada óptica, con el corazón henchido, ampliado desde el máximo entusiasmo, que nos ha de dar paz. Progresemos dejando hueco a los intereses personales como referencia para el bien común.

 

            Los hábitos (los seres humanos somos gentes de costumbres) nos encorsetan, hasta el punto de que no siempre somos capaces de ver lo que se instala en nuestros ecosistemas o cómo cambiar lo que nos perjudica. Los elementos rutinarios son perfiles que cansan, que enturbian, que ensombrecen, y por ello conviene apartarlos, superarlos. En definitiva, hemos de aplicar soluciones a las insolvencias cruciales que nos rodean. La bondad y la voluntad son ejes para descifrar las claves sociales que han de verse con transcendencia de conjunto. Si las apuestas no tienen presentes los lados particulares y los que atañen al número, desde el aporte de ambos márgenes, se nos escaparán las señas de identidad de una evolución que, si deja atrás a los últimos, pierde la base de su destino, esto es, su razón de ser.

 

Juan TOMÁS FRUTOS.


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