Silencio de mudos

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Hace tiempo, cuando tenía 33 años de edad, viajaba en avión de la Cd. de México a la Cd. de Tijuana, en compañía de dos amigos, para actuar en un centro nocturno, ya que soy fundador de un trío de cancioneros que goza de cierta fama, absteniéndome de proporcionar más detalles, pues no me mueve ningún deseo publicitarlo al respecto. Cuando sobrevolábamos Tijuana, había una espesa niebla y el piloto intentó aterrizar tres o cuatro veces. Por no tener visible lapista, elevó la nave otras tantas veces, con toda su potencia, y al no poder aterrizar, el piloto comunicó a los asustados pasajeros que se veía obligado a dirigirse a Mexicali. 
La nave empezó a estremecerse y a perder altura bruscamente. No podían ser bolsas de aire, pues repito: los motores no estaban funcionando. Los pasajeros comenzaron a gritar espantados al comprender que estábamos en peligro de morir. Recuerdo que entre mis compañeros y yo nos dijimos: "bueno...creo que hasta aquí llegamos, mucho gusto de haberlos conocido". Nos despedimos con un apretón de manos. Enrique dijo: "ya nos llevó Manotas" (refiriéndose a la muerte). "Sí... -le contesté- ya nos llevó Manotas". Estábamos a una altura de 12 o 15 mts. Esto sucedía el 24 de diciembre fe 1964 y yo había nacido el 24 de diciembre de 1930, por lo cual pensé con profunda tristeza, que mis padres seguramente estarían recordándome, y que pronto tendrían la horrible noticia de mi muerte. 

"Qué dolor tan grande para ellos y qué coincidencia tan tremenda es ésta", me dije. Después de ésto, cerré los ojos, sin pedir ni esperar la salvación de algo o alguien... vinieron a mi mente las palabras que en una ocasión mi madre me recomendó que dijera cuando estuviera en un peligro grave: "Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre". Esto hacía, sin dirigirme a nada específico, cuando súbitamente se formó en mi cerebro, la imagen de un Cristo gigantesco que flotaba en el espacio y que tenía en la mano derecha, un minúsculo avión, al que enseguida impulsaba con suavidad hacia arriba. En el preciso instante en que impulsó con la palma de su mano al avioncito, el nuestro empezó a funcionar; oí el ruido de los motores que cobraban fuerza, abrí los ojos y ví cómo nuestra nave ascendía rápidamente. Al poco tiempo aterrizábamos en Mexicali. Sentí que volvía a nacer, me sentía lleno de felicidad, de asombro... de júbilo. 

Se anunció que los que quisieran regresar en el mismo avión podrían hacerlo en una hora o en cuanto disminuuera la niebla en el aeropuesrto cercano a la ciudad de Tijuana. Todos optamos por hacer el viaje de Mexicali a Tijuana en el autobús que nos proporcionó la compañía de aviación. Recuerdo que subimos a una enorme y empinada momntaña, de la que observaba los precipicios sin temor alguno, después de lo sucedido en el avión. 

Posteriormente, el piloto capitán Carlos Ayala, nos confesó que por haber consumido mucha gasolina en Tijuana, apagó los motores y quiso aprovechar el viernto de cola; cuando quiso encenderlos nuevamente, no lo consiguió e intentando una vez más, sopresivamente, los motores del mencionado avión, funcionaron. Entiendo que en esos momentos angustiosos, fue que en mi mente se formó la imagen de Jesucristo, impulsando y salvando un minúsculo avión. Repito que me sentí el ser más desvalido y que pensé que nada podía salvarme. Desde entonces y después de 25 o 30 años, mi mente asimiló lo que me sucedió y me he vuelto un ferviente y agradecido creyente en Jesucristo. 
Raúl Neri. 


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