Caminos Trenzados III

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Ella luchó contra la inconsciencia y trató de salir a flote. Sentía el cuerpo desconectado, no lo sentía como suyo. Algo dentro de ella le decía que no iba a salir viva de esto, por lo que decidió aprovechar los últimos segundos de vida. Abrió los ojos y se encontró con una figura recostada en su camilla que le tomaba la mano con fuerza. Su rostro enterrado en las sábanas no le impedía reconocerlo, conocía su figura de memoria y sabría que era él aunque estuviera a punto de morir. Usó las escasas fuerzas que le quedaban para levantar la mano y  acariciar la mejilla que quedaba descubierta, algo con lo que había soñado desde el día que lo conoció. El levanto la cabeza y en sus ojos marrones brilló por un momento la esperanza. No podría haber pedido nada más hermoso, ni valioso que verlo por última vez. “Lo siento” pensó ya sin fuerzas, mientras una lagrima corría por su mejilla y dejó que la oscuridad la tomara por última vez.

 

Él estaba recostado en la camilla, mientras le tomaba la mano con fuerza, esperando que diera señales de vida. El pitido regular de la máquina que se conectaba al corazón de ella, le daba esperanza de que se despertara. Dejó caer su rostro entre las sábanas. Rogaba por un milagro que la salvase, porque aunque tarde, había descubierto que no podría vivir sin ella. Sintió que le acariciaban la mejilla y levantó la vista para encontrarse con su mirada dulce, sonriéndole. Le dio un apretón en la mano para hacerle saber que siempre estaría con ella, pero en su mirada se dibujó el pesar de la despedida y vio como una lágrima caía por su mejilla.

-¡NO!- exclamó en un grito desgarrador, al tiempo que el pitido se volvió largo y constante. Solo le requirió un segundo tomar la decisión, sabiendo que no podría soportar el peso de la angustia que ahora inundaba su pecho. Vació de una vez el bote de pastillas en su boca y se recostó junto a ella, dejando que el dolor se perdiera y lo llevara la oscuridad.

 

Llego sin aliento a la habitación en el hospital, abrió de golpe la puerta y se encontró con la camilla vacía, las sábanas perfectamente estiradas y las almohadas en su lugar. Su madre estaba en una esquina, sus ojos enrojecidos e hinchados. Sacudió su cabeza con pesar, “no, no podía ser” se dijo a sí mismo.

-Se ha ido. -Dijo su madre en voz baja, haciendo eco a sus peores temores. Se dejó caer en el suelo, mientras sentía como se rompía un pedazo de su corazón.

-¿Ya le avisaron a...él?- logró articular, sabiendo que entendería a quien se refería. La mujer bajó la cabeza con pesar.

-¿Qué pasó?- pregunto con impaciencia a ver que no respondía.

-Él…él también se fue.-contestó- Se tomó un bote de pastillas y lo encontramos junto a la camilla.

El asimiló la información en un silencio devastador. Su primer pensamiento fue que era lo más egoísta que pudo haber hecho, acabar con su vida de esta manera; pero reparando en el dolor que le consumía el alma comprendió las razones de tal acción. Se puso de pie, contemplado la idea de tomar el mismo camino, sospesando las consecuencias. Un par de brazos se envolvieron a su alrededor.

-No lo hagas-su amiga le susurro al oído- ella no habría querido esto. Debes dejarla ir.
Lentamente se volvió y la miró a los ojos. Allí solo había el más puro cariño, teñido de preocupación. La abrazo y dejó que lo consolara, mientras comenzaba a pensar que tal vez no estaba todo perdido.


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